Pastores
La experiencia del ciudadano de la gran urbe, atrapado por el atasco de tráfico, se ha convertido en una indignación tan cotidiana que ha puesto en marcha los resortes de autodefensa, capaces de atajar una enfermedad con riesgo de pasar de crónica a maligna y de ahí a mortal de necesidad. Las víctimas del atasco han aprendido a superar la inútil agresividad contra el inocente conductor del coche de delante y han ensayado desde los gestos de complicidad con el taxista de al lado a la paciente lectura del periódico -colocado en el asiento contiguo-, combinada, según los casos, con la audición de música y noticias.El último descubrimiento, puesto ya en práctica con buenos resultados por los pioneros del invento, ha sido dedicar ese terrible tiempo de atasco nada menos que a pensar. Pastores del asfalto se llaman a sí mismos algunos de los que se entregan con entusiasmo a ese nuevo deporte, imposible de practicar en la oficina, el teledomicillo o el bar. En medio de los humos contaminantes, la crispación generalizada y la quietud de los vehículos, hay cerebros capaces de ponerse en marcha para algo aparentemente inútil.
El atasco no les instiga a poner teléfono en el coche ni a utilizar una grabadora para dar órdenes o preparar mensajes. Sencillamente, dedican el tiempo a pensar. Ni siquiera a proyectar trabajos o adelantar tareas profesionales. Sólo a dejar volar la mente, a fabular historías raras o a cuestionarse el orden mismo del mundo o de las cosas. Muy cerca, por tanto, de la razón de su paralización viaria, pero ajenos a las causas concretas que les retienen sobre el asfalto. Sublimando el tópico y cartesiano Pienso, luego existo, quienes aprovechan el atasco para cultivar la entumecida cabeza en algo más digno que peinarse, bien hacen al compararse, aunque en circunstancias mucho más meritorias, con la serenidad de los bucólicos y pacíficos pastores.
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