El mar interior
Detrás del Museo del Prado, entre la entrada principal de la pinacoteca y el parque del Retiro, está la que para Juan Antonio Bardem es la zona más bonita de Madrid. Es un área bien delimitada. En el norte los bailes de juventud, aprovechando la música de los conciertos del Ritz. Al este, un día de primavera en el que el cineasta y dos amigos más, ocultos entre los árboles del Retiro, se autoconstituyen en célula de partido comunista. Al oeste, el paseo del Prado, donde rodará una de las secuencias de El joven Picasso, su próxima película.Bardem no es cineasta por casualidad, ni madrileño por accidente. Nació el 22 de junio de 1921 en el centro de Madrid, en el seno de una familia oriunda de la ciudad por parte de madre. En la casa de su abuela, cuyas gigantescas dimensiones hacían las delicias del niño Juan Antonio, llegaron a vivir hasta tres actrices, las Muñoz Sampedro llamadas Guadalupe, Mercedes y Matilde, que se casó con otro cómico, un tal Bardem, cuyo apellido su hijo Juan Antonio ha introducido en la historia del cine español.
La tradición iniciada por su tía abuela la actriz Mercedes Sampedro ha sido mayoritariamente secundada por los herederos. Guadalupe tuvo una hija que también se dedicó al cine y al teatro, Luchi Soto. Entre los Bardem surgió el propio Juan Antonio y su hermana Pilar, cuya hija Mónica también se convirtió en actriz. Una hermana de su padre, Conchita Bardem, también se había decidido por el mismo camino Ahora los cuatro hijos de Juan Antonio Bardem trabajan en el cine y la televisión. ¿Qué pintaba el cineasta en la Escuela de Ingeniería?
"Para mis padres era un salto cualitativo hacia delante", dice Bardem. "Hicieron un gran sacrificio para que yo estudiara en el centro donde se formaron todos los cuadros de este país, el colegio del Pilar -muy liberales los marianistas ya en aquella época al admitir en sus, aulas al hijo de un cómico-. Después, mi padre tuvo mucho interés en que estudiara algo; en apartarme de la clase de trashumante a la que él pertenecía".
Se hizo ingeniero agrónomo, profesión que ejerció durante un año y que abandonó para partir de cero en el cine. A los 29 años, en 1951, estrenaba su primer largometraje, Esa pareja feliz. Después llegaron Cómicos, Muerte de un ciclista, Calle Mayor... Su última película, como él mismo explica, se llama Lorca, muerte de un poeta, y dura seis horas y medía. Fue una serie de televisión de gran éxito, que, sin embargo, no le ha servido para acelerar o facilitar sus proyectos posteriores tres años después. Aún está esperando a que se resuelvan los trámites burocráticos para rodar El joven Picasso, otra serie televisiva de cuatro horas que producen las autonómicas. "A mí me hubiera gustado ser director de cine en Hollywood y ser un asalariado de la gran industria cinematográfica, pero nací aquí. Claro que podía haber sido peor. Imagínate lo que tiene que ser nacer, qué sé yo, en el Tercer Mundo, y querer dedicarte a esto".
El sentido del humor de Bardem es permanente y corrosivo. Cuando ve un edificio de nueva planta en su zona favorita asegura que habría que fusilar al arquitecto que lo diseñó por no respetar el entorno, y le gusta contar sus batallitas en clave de disparate. "Mi abuelo, Miguel Muñoz, tenía una tienda de antigüedades en la calle del Prado, frente al Ateneo, y se arruinó por su afición a la bicicleta. Sí, le gustaba tanto montar en bicicleta que terminó abandonando el negocio".
Los primeros años del cineasta transcurrieron en la calle de Lope de Rueda, al otro lado del Retiro. Por allí, casi un descampado, pasaban los toros guiados por los garrochistas camino del antiguo coso, donde ahora se erige el Palacio de los Deportes, y por allí conseguía él echar a volar la cometa con ayuda de su padre. Había que atravesar el Retiro -"la selva ordenada, ideal para un hombre urbano como yo"- para ir a la tienda del abuelo, para acudir a la biblioteca del Ateneo, para verse con sus amigos canarios, que vivían en una pensión cercana al museo y que traían manjares como bofío y plátanos en los años de la hambrienta posguerra.
Pero la afinidad con sus amigos canarios, aparte de culinaria, era también ideológica. "Te voy a contar otra batallita. Cirilo, otro amigo, y yo, en un lugar del Retiro, un día de primavera del 43, fundamos el partido comunista. Bueno, nos constituimos en célula del partido comunista. Eso es lo que se llama la generación espontánea. Luego tardamos más de un año en entrar realmente en contacto con el Partido ". Porque Bardem sigue llamándolo así, el Partido, como en los tiempos de la clandestinidad, y sigue perteneciendo a él a pesar de la caída del muro, de Carrillo y de los cambios de siglas. "Pertenezco a la facción incombustible", bromea.
Admira por un momento la calle de Alfonso XII, donde siempre vivieron los ricos de Madrid, a la orilla del Retiro, y bajando por la calle de la Academia camino del jardín Botánico se lamenta de la gran carencia de Madrid: el mar. "Ahora vivo en Chamberí, y me pregunto yo dónde coño pueden jugar los niños de Madrid. Si al menos detrás de Cea Bermúdez estuviera la playa... Mi amigo Perich, el dibujante, tiene la misma idea. En fin, que hemos hecho la llamada teoría Perich-Bardem, que se basa en el siguiente razonamiento: 'El erario público está basado fundamentalmente en el turismo, ¿verdadero o falso?. 'Verdadero'. 'Los turistas se extienden por las costas, ¿verdadero o falso?. 'Verdadero'. 'Las costas no se pueden prolongar, ¿verdadero o falso?. 'Verdadero'. Solución: hacer un mar interior. Es una idea genial, pero no lo cuentes, esto es off the record'.
Y entonces Bardem, a micrófono cerrado, juega a soltar los nombres de feas localidades de la Península que podrían quedar inundadas seguidas de sonoras carcajadas.
Dos horas de paseo con el abuelo Bardem -su hija mayor le acaba de dar su primer nieto- son, a todas luces, insuficientes. Tiene mil cosas que contar. En este rincón de Felipe IV filmó la manifestación del 14 de abril para Lorca. En esta casa de Ruiz de Alarcón rodó unas escenas de Varietés con Sara Montiel; aquí, en la puerta del Museo del Prado, realizará una escena del joven Picasso. "El problema de rodar en Madrid son los coches, los barrios, que no se conservan como antes, las antenas... Si dejáramos de filmar con el arcaico material cinematográfico y usáramos el vídeo, yo podría sacar a Picasso en el paseo del Prado, pero eliminado todo ese lado de la calle. Sí, podría poner el mar a orillas del Museo del Prado".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.