_
_
_
_
Reportaje:

Los trenes sin angustia

Con el cumplimiento de los horarios, la paz parece haber regresado al servicio de cercanías

Poco antes del verano, un conflicto de los usuarios con la organización de la línea de ferrocarriles C-5 -que hace el trayecto desde Fuenlabrada hasta Atocha- concluyó con la destrucción de un convoy en la estación de Zarzaquemada. El año ya había empezado con importantes incidentes provocados por viajeros airados en distinstas líneas. Las quejas estaban relacionadas con el incumplimiento de los horarios de los trenes en momentos críticos del día. Meses después, el conflicto está acallado y parece que la vida ha vuelto a encontrar los raíles del sosiego.

6.00. En dirección a Móstoles, por la carretera de Extremadura. En el desvío de Alcorcón, a 20 kilómetros de Madrid y en el carril de ida a la capital, hay un monumental atasco que llega más allá de donde la carretera se pierde de vista. El taxista calcula en una hora y media, con suerte, el, tiempo que tardarán, en llegar a Madrid los automóviles detenidos. Es un espectáculo inesperado. La noche es cerrada y nada parece haber despertado todavía. Pero cientos de automóviles y de conductores ya están sepultados en la inmovilidad. Inquietud de que si la carretera está así, los trenes irán a reventar.6.10. Estación de Móstoles, línea C-6, dirección Embajadores. De las calles laterales va llegando un ejército descompuesto de gentes sonámbulas que camina entre los edificios altos de ladrillo y por calles mal iluminadas. La estación, por contra, está tan iluminada como un escaparate, y parece que esa luz atrae a los que llegan. Hay un par de bares situados estratégicamente y un tenderete de churros. Los bares están concurridos; el tenderete, menos. En una de las barras, una fila de hombres indefinidamente maduros se echan al gaznate alguna clase de aguardiente. Lo que más se toma es la palomita: un trozo de hielo y una ración de anís dulce. Lo toman deprisa, no más de dos golpes de nuca. Cogen la bolsa del suelo y salen disparados a la estación. Da la impresión de que muy pocos son capaces de llegar a la estación sin las alas que presta esa palomita. En el tenderete de churros, la mujer que atiende dice que los aparcamientos disuasorios son una chorrada, como en la calle. No hay forma de sacarla de ahí. Dejar el coche un día entero dicen que es peligroso. No hay vigilantes, pero hay muchas manos listas.

6.29. Llega un tren a la estación de Móstoles. El andén es amplio y la gente ha esperado en silencio. Lo único que se escucha desde ese andén es el arrastrar de pies por el suelo de la sala de billetes. El tren viene casi vacío. No hay problemas. Cuando se va, un anuncio sobre el adelgazamiento eficaz se queda solo en la noche de raíles.

6.33. Segundo tren. Hay asientos vacíos. No hay aglomeraciones en el andén.

Laberinto de barriadas

6.37. Tercer convoy. Como antes. Un mapa explicativo de la sala indica que la frecuencia es de cuatro minutos.6.41. Cuarto convoy. Dentro hace calor, pero sin agobio. Hay asientos libres. En el vagón, sólo dos personas van leyendo algún libro. Son mujeres jóvenes con aspecto de secretarias. Una lo lleva forrado de papel fuerte, el otro es un Morris West que entona perfectamente con la atmósfera ferroviaria. Los hombres leen periódicos deportivos. Del otro tipo de periódicos no se ve.

6.45. Llegada a Alcorcón. Los que suben tampoco llenarán el vagón. En la calle hay grupos esperando autobuses de empresa. Están diseminados en una pequeña rotonda. La noche no cambia de oscuridad. Hay suerte con un taxi que acaba de descargar. No conoce la zona, y cuando se le dice: "Fuenlabrada", el taxista pone un gesto entre la duda y el susto. Con razón. El laberinto de carreteras, barriadas, descampados y falsas luces es como para pedirle perdón. Se va a la caza del lugareño para poder seguir el camino.

7.10. Fuenlabrada. La estación más moderna. La única que no parece haber salido del chamizo de un antiguo apeadero. Línea C-5, dirección Atocha, la de las revueltas. Frecuencia de seis minutos.

7.12. Llegada de un tren.

7.18. Llega el segundo tren. El convoy parece más moderno que los que se veían en la otra línea. Dentro, un panel luminoso indica la hora y la temperatura del vagón. El interior es amplio, luminoso, con pretensiones de diseño. Se empiezan a escuchar conversaciones. Un grupo de mujeres maduras ríe a carcajadas. Hay sitio y todo parece cómodo.

Estación de la pulmonía

7.29. Llegada a Leganés. Está amaneciendo. Se enipiezan a ver estudiantes. El tren siguiente llegará a las 7.35.7.40. Llegada a Zarzaquemada. Conocida como la estación de la pulmonía. No es una imagen literaria, es un diagnóstico. La vía está en un alto respecto de la zona habitada. En un alto desnudo. Unas barreras metálicas, igual que cercas, protegen a los pasajeros del terraplén. Un capote de hierro a medio construir, y que va de un lado a otro de la vía, es el único amparo de esa cresta que mira los campos desiertos del amanecer, llenos de matas pobres, amarillentos y sin espíritu. Medio centenar de pasajeros espera un tren que llega puntual. La gente sigue acercándose en filas apresuradas a la falda del terraplén. Las llamas del convoy quemado en primavera debieron verse desde muy lejos.

7.46. Villaverde Alto. Muchas vías y un bar pequeño. La clientela de Móstoles. El mismo jarabe, las mismas alas y la misma prisa.

8.30. Llegada a Atocha. Después de paradas y comprobaciones, todo han sido trayectos felices. Los horarios parecen cumplirse y la angustia de las aglomeraciones no parece formar parte de los sufrimientos cotidianos. Con los trenes puntuales, ¿habrá llegado la paz?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_