Morir de éxito
Hay que empezar por dejar constancia del éxito total del 32º Congreso del PSOE: con unas pocas salvedades que, pese a ser peccata minuta, habrá que recalcar sólo por mostrar un carácter tan llamativamente excepcional, todo ha transcurrido, hasta el menor detalle, tal como se había planeado. Esta vez nada ha quedado al albur o a la improvisación, ni siquiera a la voluntad versátil de los delegados, convencidos los organizadores de que en un momento en que había que fortalecer el liderazgo del vicesecretario general, "víctima de una campaña inicua", hasta el gesto fortuito más insignificante podía interpretarse torcidamente.En efecto, el control férreo se justifica a la vista del "papel siniestro" que en la difusión de "injurias y calumnias" habrían desempeñado los medios de comunicación privados -la televisión pública, en cambio, habría mostrado el tipo de información responsable, no sesgada por turbios intereses, a que aspira el partido gobernante-, hasta el punto que el secretario general, en vez de rendir cuentas de su gestión, no pudo menos que empezar por proponer leyes que pusieran en la picota a quienes mueven los hilos de las empresas periodísticas.
Se explica que una amenaza tan inoportuna encabezase el congreso. En el fondo latían algunos temas, desde los GAL a la corrupción, sobre los que el secretario general de ningún modo estaba dispuesto a hablar, y que sin la "irresponsabilidad de la prensa" al denunciarlos en su día -hay que decir que con excesiva prudencia en lo que se refiere a los GAL y ciertamente con saña en el mucho más irrelevante caso Guerra- no hubiera brillado tanto su ausencia en tan importante ocasión. El saludable empeño en conseguir una mayor transparencia de los medios -aparte de brotar subconscientemente del desasosiego que produce la realidad que viven los ciudadanos, de la que en parte se hace eco la prensa, nada tiene ya que ver con la que se vive en el partido- hay que interpretarlo como una simple apelación a los propietarios, con los que se comparten ideas e intereses, para que controlen mejor a los redactores que, en su afán de aumentar la tirada, a veces no han retrocedido ante el amarillismo más soez, o lo que es todavía más grave, no han percibido, por más que se les haya explicado por activa y por pasiva, la "convergencia de los intereses nacionales con los del PSOE".
Los españoles tenemos fama de malos organizadores por la que arrastramos de individualistas, un tanto anárquicos. El congreso ha dado prueba de lo avanzado que está el proceso de modernización en las filas socialistas: los delegados, salvo una minoría díscola, numéricamente insignificante, se han comportado con la disciplina del Ejército prusiano. Para mí, el momento culminante del congreso se produjo al contemplar los brazos levantados de los delegados, negándose cada cual a sí mismo, al rechazar el voto individual en todos los tramos de la vida del partido, que a algunos despistados, entre los que me cuento, les parece el único procedimiento hoy democráticamente creíble.
Tal vez a algún lector le producirá grima comprobar la idea de democracia que tienen una buena parte de los cargos públicos, incluidos los más altos representantes del Gobierno, elegidos por los cabezas de delegación, a los cargos que ocupan en el partido, mientras que lo son con el voto individual de sus compatriotas, o en su caso con el voto individual de los parlamentarios, a los públicos. Por qué el voto corporativo es bueno para el partido y malo para la sociedad, o, a la inversa, el voto individual bueno para la sociedad y malo para el partido, es un misterio que hasta ahora nadie me ha explicado convincentemente.
El ámbito de la eficacia es el de la medición, y el éxito clamoroso de los organizadores del 32º congreso es medible con exactitud; basta para ello con agregar los siguientes sumandos: la mesa del congreso y las mesas de las distintas comisiones resultaron de propuestas únicas, en ningún caso controvertidas; se cumplió fielmente el programa lujosamente impreso, con la nota sabrosa, de por sí lo suficientemente reveladora: "Este programa tiene carácter orientativo, la mesa del congreso decidirá el programa definitivo"; pues bien, coincidieron programa orientativo y realizado; las cinco comisiones eligieron entre los cientos de delegados inscritos en cada una a dos de confianza, ni uno más ni uno menos, para que en la noche del viernes al sábado preparasen el trabajo de la comisión; a la mañana siguiente cada pareja tenía ya para su distribución una propuesta de dictamen que, realizada con tanta diligencia como perfección, apenas se diferencia de los dictámenes definitivos aprobados por cada comisión en pleno; en fin, la aprobación de la gestión, la elección de todos los miembros de la comisión ejecutiva y demás órganos directivos alcanzaron monótona y machaconamente el ciento por ciento de los votos. Un partido bien cohesionado que funciona no necesita ya, como en anteriores congresos, pasar las noches en blanco discutiendo una enmienda que se considera fundamental o un nombre para una lista. En esta memorable ocasión nos hemos acercado a Europa, al dejar las noches libres para descansar.
Si medimos el éxito por la coincidencia entre lo que habían diseñado los organizadores y lo que al final ha salido, incluida la lista de la nueva comisión ejecutiva, así como por la rapidez y unanimidad en la toma de decisiones, no se ha exagerado el calificar al congreso de éxito total, con sólo unas pocas salvedades que no por marginales son menos dignas de mención.
El único conflicto del que tuve noticia se produjo con algunas televisiones europeas que, al comprobar que dentro de la sala sólo estaban autorizadas a grabar las cámaras instaladas por la organización, decidieron silenciar el congreso en sus informativos. No hace falta insistir en que de la misma manera que un periodista no reproduce literalmente las notas que le pasan las organizaciones, sino que describe lo que percibe con sus propias palabras, así el corresponsal de televisión, que además de la palabra dispone de la imagen, no está dispuesto a transmitir aquellas que no haya tomado su equipo. Es una cuestión fundamental a la que, por concernir a la libertad de expresión, no se puede renunciar, aludiendo a razones de seguridad o a una acumulación de cámaras poco funcional. Porque si se aceptara que los partidos, iglesias, patronales, sindicatos, organizaciones en general, no permitieran otra imagen que la que ellos mismos transmiten, habríamos perdido un gran trecho en la libertad de informar con los nuevos medios. No sé si nuestra televisión pública, siempre tan dócil, tuvo el menor inconveniente en proyectar imágenes que le habían cedido los organizadores del evento, o si, como la italiana, al menos comunicó a los espectadores que las imágenes no eran propias.
La organización fue tan perfecta que no sólo los delegados se comportaron con la mayor disciplina, sin dejar nada a la improvisacion, sino que también se logró por vez primera poner a los periodistas en su sitio, al cerrar todas las sesiones a la prensa, con el correspondiente añadido de reservarse el monopolio de la imagen. Tamaña perfección tuvo como contrapartida -no hay éxito por el que no haya que pagar algún precio- que, como protesta, el congreso no llegase a los noticieros televisivos de los principales países de la Europa comunitaria, amén de recibir fuertes críticas de la radio y de la prensa escrita, que han puesto de manifiesto que la conjura de los medios de comunicación ha traspasado los Pirineos.
La segunda excepción que ha llamado poderosamente la
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atención ha sido el comportamiento coherente de Carlos Solchaga, que hace unos meses denunció el "monolitismo" de la ejecutiva, así como su voluntad clara de ser elegido en la que saliera del 32º congreso, como garantía de apertura y de diferenciación frente al populismo seudoizquierdista que caracteriza a una buena parte de la mayoría dominante y que, con franqueza navarra, que suena tan rara en el lenguaje barroco y florido de los nuevos socialistas, ha dicho públicamente lo que resulta evidente y que, por tanto, corresponde que niegue cada voz que represente al aparato: que el congreso ha sido un éxito arrollador de Alfonso Guerra y de su modelo burocrático de partido. En consecuencia, si los delegados no han considerado conveniente que fuese a la ejecutiva, se retira de la lista oficial para el comité federal, ya que puede llegar por otra vía que le resulta más satisfactoria. Lo verdaderamente significativo de este gesto es que no le acompañaran algunos de los que cabía pensar que estaban obligados a hacerlo si querían conservar alguna credibilidad.
En un congreso que pretendía dar una imagen de renovación ideológica, apertura y flexibilidad, el único fallo importante del que hay que dejar constancia es que haya sido barrida Izquierda Socialista, la única corriente diferenciada con un discurso propio y con una capacidad sorprendente de traer a los órganos del partido la opinión progresista de la calle. Pues bien, como se le alcanza al menos perspicaz en el diseño del congreso, amarrado hasta el último detalle, no estaba previsto este resultado. Al contrario, por parte de la mayoría se hicieron no pocos esfuerzos, una vez caídos los vetos personales, para integrar a cinco miembros de la corriente en la lista oficial para el comité federal.
Se han barajado las más diferentes hipótesis para explicar que Izquierda Socialista no aceptase esta oferta, que, en relación con los votos que había traído al congreso, hasta se podía calificar de generosa, sin que haya faltado hasta la más sórdida de suponer tanta estupidez en la corriente como para creer que iba a sobrepasar sin problemas el listón del 20%. Da testimonio de la escasa sensibilidad democrática en nuestro país que no se haya atinado con la explicación más clara y convincente: una corriente que ha insistido en la necesidad del voto individual, como garantía indispensable de legitimidad democrática, una vez que esta propuesta quedó rechazada por la mayoría, ¿con qué cara podía integrarse en una lista unitaria? ¿Cómo podía suprimir con su comportamiento la única votación individual con dos listas alternativas que quedaba en el partido?
En un congreso en el que ha triunfado el principio burocrático en todos los campos, incluido el acceso a los cargos por cooptación, ¿cómo podía ir Izquierda Socialista en una lista de integración, sin perder, con la identidad, hasta la misma dignidad? La única salida posible parecía consistir en que la mayoría hubiera aceptado la enmienda presentada por Izquierda Socialista de rebajar el listón al 10%. La presencia de Izquierda Socialista en el comité federal se habría debido entonces a la voluntad mayoritaria de los delegados de avanzar por el largo camino de la democratización, en que, al parecer, todos coinciden en identificar con el socialismo.
Harina de otro costal es la cuestión básica de si en política conviene mantener principios que se consideran fundamentales al precio de perder hasta la presencia, de si acaso el arte de la política no consistirá en encontrar caminos intermedios que permitan sobrevolar las contradicciones demasiado esquemáticas, cuestiones las dos de tal envergadura que, como bien adivina el lector, no estoy dispuesto a tratar de pasada.
El éxito total del principio burocrático ha colocado la legitimidad democrática del PSOE bajo mínimos: todo ha funcionado a la perfección, hasta el punto de que los resultados han sido del ciento por ciento. Ante tamaño éxito agoniza, incluso como apariencia, la democracia interna. El discurso de la apertura, de la responsabilidad e iniciativa individuales, en fin, de la competencia en el mercado, han sido sepultados por la práctica de enterrar el voto individual, como señal inequívoca de que se toma en serio la responsabilidad individual y por el triunfo de la planificación burocrática, frente a la competencia de las ideas y de las personas en un mercado medianamente transparente y libre. Una buena cantidad de los elegidos no lo hubieran sido en una situación no burocrática de libre competencia.
En la sociedad, corno en el partido, todos proclaman las bondades de la competitividad, y cada cual aspira a un régimen de monopolio férreamente protegido. Por lo menos en el PSOE ya se ha conseguido plenamente, y parece difícil que el monopolio estricto que actúa en el interior pueda servir de puertas afuera como instrumento de liberalización. ¿Pero en España quién quiere de verdad competir en el ámbito que fuere, en la Administración, en la Universidad, en las empresas o entre las empresas? Con la eliminación radical de la competitividad en el interior del partido el PSOE se convierte en símbolo de todas las aspiraciones subyacentes de eliminar el peligro de competir en el nicho en el que nos hemos asegurado un poder indiscutido. Una sociedad corporativista, apegada a miles de privilegios de distinto orden que rigen en cada esfera social y económica, no ha de dejar de seguir identificándose con el PSOE. El éxito interno será corroborado una vez y otra por una sociedad dispuesta a todo menos a competir, por lo menos hasta que el país no muera del éxito de haber eliminado por completo la competencia.
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