Cristina
Se me está ocurriendo un plagio salvaje para promocionar la candidatura de Cristina Almeida a la alcaldía de Madrid, que para que nadie se llame a engaño confieso que apoyo al cien por cien. Tenemos que hacerle una foto a la pepona en la que figure vestida con todos los atrezzos que se trajo de Bagdad y, con un velo tapándole todo menos los ojos, que le bastan y le sobran para expresarse, ponerle debajo una leyenda:"Esta mujer no se cubre la cara por sus creencias". En la segunda página del anuncio, si es que la pela nos da para tanto, se completa: "Esta mujer se tapa la cara por la vergüenza que le producen algunos miembros de su coalición". En la tercera y última página, una sola palabra, solidaridad, que tratándose de Cristina recupera su sentido. Es estupendo que el portavoz de Izquierda Unida, Francisco Herrera, haya presentado su renuncia irrevocable a sindidato, después de que el nombre de Cristina haya adquirido carácter de probabilidad, y no sin agarrarse un manifiesto berrinche que le ha llevado a acusar solapadamente a la interfecta de tener ambiciones políticas. De lo cual se deduce que Herrera sólo quería ser alcalde para lucir el pelo en forma de tortilla con cuya visión apocalíptica obsequia al futuro electorado, alentado sin duda por el ejemplo de Burt Reynolds. Claro que Cristina Almeida tiene ambiciones políticas, y además es un pedazo de diva: mejor, porque, entre otras cosas, esa modestia franciscana con que la mayoría de los partidos se deleitan no es más que una forma hipócrita de esconder la mediocridad de sus individualidades. Cristina, grande en corazón y temperamento, bien anclada en la tierra y más chula que un ocho, tiene a su favor, para la alcaldía de Madrid y para lo que quiera, que no separa la política de la vida, ni ha convertido su ambición en un oficio. Además, ¿y lo que nos íbamos a divertir?
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