Tropismos
Parece que un soldado del que se aseguraba que había desertado ha aparecido ahora, dos o tres años después de su fúga, seriamente roto y con indicios de haber padecido alguna violencia antes de morir. Por otra parte, cada cierto tiempo, sin prisa pero sin pausa, nos llega la noticia de un suicidio llevado a cabo en la terrible soledad, de las garitas. Nuestros soldados no mueren a manos del enemigo exterior, que quizá no existe, sino sofocados por las contradicciones interiores del sistema que teóricamente han de defender. Por eso ahora se va a rebajar la mili a nueve meses, para ocultar el olor que despiden nuestros muertos. Cada tantos muertos, cada tantos escándalos, una pequeña rebaja que suavice la ira de la población civil. Qué vida. Las sociedades muy jerarquizadas, como la militar o el sistema comunista soviético, tienden a la autoaniquilación porque a través de la vía jerárquica lo que mejor se transmite es la estupidez. Ello no quiere decir que los mandos sean tontos, sino que cuando sus órdenes llegan a la base se han convertido en una tontería. Supongamos que el ministro del Ejército, que es listo como el hambre, dice que convendría tener más limpios los cuarteles. A partir de ahí, y por vía jerárquica, comenzará a producirse una serie de circulares, de manera que cuando el deseo del ministro alcance el último escalón, el del soldado, puede llegar convertido en una orden tan absurda como que hay que barrer el campo. En mis tiempos de soldado, otros compañeros y yo barrimos el campo varias veces. Nadie que haya llegado a general o a ministro puede dar una orden tan absurda. Eso espero. O sea, que las jerarquías, cuando son muy rígidas, tienden a la oligofrenia como las plantas tienden a la luz. Un tropismo. Cuando ese tropismo se da en la sociedad civil recibe el nombre de burocracia, pero sigue tratándose de una tontería, lo que pasa es que no produce muertos.
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