Mendigos y limpiabotas
El dinero nervioso es el responsable del desplazamiento de la demanda de títulos sin contrapartida en sociedades inmobiliarias y cementeras situadas en el centro de un gran esquema corporativo. Las compras apenas se materializan, y de ahí que estos cambios cierren casi a diario en posición dinero. Estos intentos, propios de quien se arriesga dos pasos por delante de la inversión institucional y de sus efectos beneficiosos en la liquidez de las acciones, vienen a confirmar que el especulador cree apostar sobre seguro con capacidad de predecir lo que otro hará con su dinero antes de que lo haga. Es la lógica que impera en el mundo de los pequeños inversores y de sus avispados operadores, bajo el prisma permanente de comprar en el mercado bajista para vender en los momentos altos. La Bolsa es así un juego de niños, aunque hombres experimentados, como lo fue Bernard Baruch, alerten sobre la ilusión peligrosa de recibir algo a cambio de nada. El hombre del gran reloj a las tres y media en punto, según la tradición secular de Wall Street, y que dirigió con mano de hierro el primer mercado del mundo recordaba que esta ilusión se transmite cuando mendigos, limpiabotas, barberos e institutrices de belleza le cuentan a uno cómo hacerse rico.
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