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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El alcance del horror

EL MINISTRO de Exteriores de Francia, Roland Dumas, ha solicitado la reunión de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, como paso previo a una convocatoria del pleno, para intentar analizar la tragedia de Líbano y tratar de pacificar definitivamente una nacion que lleva 15 años de guerra civil y que es incapaz por sí misma de alcanzar una tregua. Tal vez la iniciativa francesa no sea muy caballerosa para con los restantes 10 miembros no permanentes del Consejo, pero tiene la virtud de involucrar en la búsqueda de soluciones a un grupo de Estados que desde principios de agosto se encuentran capacitados para actuar con firmeza y práctica unanimidad en el área. Lo demuestra su tratamiento de la crisis del Golfo y, por el momento, del deteriorado y virulento problema de Jerusalén.Dumas ha descrito la imparable concatenación de muertes en Líbano como un catálogo del verdadero "alcance de los horrores" de este país. No son otra cosa la violencia que ha acabado con la disensión maronita del general Michel Aún, el comportamiento de las tropas sirias a la hora de vengarse de los supervivientes de sus milicias cristianas -y especialmente de las Fuerzas Libanesas (FL), de Samir Geagea, curiosamente opuestas a Aún, pero víctimas del esfuerzo bélico que acabó con él- o la brutal ejecución del principal valedor de Aún, el político maronita Dany Chamún, y de su inocente familia. Nadie sabría asegurar a quién beneficia el terrible asesinato de la familia Chamún: a Israel, a Siria, a los disidentes cristianos o al Gobierno. Aunque es igualmente cierto que la mayoría podría no haberlo querido para no dar así ventaja al adversario. Así es el país.

Líbano ha estado en el centro de la crisis de Orienté Próximo a lo largo de casi dos décadas. Sus problemas son tan complicados que siempre ha sido difícil decidir a quién interesaba en cada momento una u otra alianza, una u otra muerte, una u otra acción política o militar. Todo arranca de la insatisfacción que ha producido a la larga la distribución confesional de poderes -un presidente cristiano, un primer ministro suní y un presidente del Parlamento shií- y de escaños, establecida por un pacto político de 1943. Era inevitable que aquel reparto ocasionara tensiones graves al no tener en cuenta la probabilidad de alteraciones demográficas profundas, el surgimiento de banderías en el seno de cada uno de los grupos confesionales o las aspiraciones hegemónicas de Israel, Siria, la Organización para la Liberación de Palestina y los fundamentalistas islámicos.

La guerra civil surgida como consecuencia de todo ello acabó dividiendo a Beirut en dos campos, musulmán y cristiano, con una línea verde que ni siquiera había sido capaz de garantizar la paz en el interior de cada uno de ellos. Esa frontera ha sido oficialmente abolida tras la desaparición de la disidencia armada maronita. Queda por ver si por una vez la realidad se amolda a los deseos.

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El acuerdo de nueva distribución del poder concluido por los parlamentarios libaneses reunidos en Taif (Arabia Saudí) hace un año llegaba en un momento particularmente difícil de podredumbre política: Michel Aún, sacando la consecuencia evidente de su percepción de la desintegración del Estado, se había autonombrado primer ministro del Gobierno cristiano, oponiéndose así al jefe legal del Ejecutivo, el musulmán Al Hoss. Siguió tras ello una nueva batalla campal que empezó con el asesinato del nuevo presidente, el maronita René Moawad, a manos de las milicias cristianas.

Moawad había mostrado su deseo de alianza con Siria, reconociendo en el régimen de Damasco una hegemonía inevitable y el único monolitismo capaz de simplificar toda la situación. Elías Haraui, su sucesor, no cambió de táctica. El pragmatismo imponía la alianza. Se trataba, sin embargo, de una colaboración peligrosa (sobre todo por los impresentables antecedentes terroristas del presidente sirio Asad) cuya única viabilidad y justificación, por desagradables que resultaran, estaban en el aplastamiento de la belicosa disidencia maronita encarnada en Michel Aún y en las milicias de las FL.

La presencia de Siria en el bando aliado frente a Irak en la crisis del Golfo ha deparado a su presidente, Hafez al Asad, una circunstancial respetabilidad, confirmada por el secretario de Estado norteamericano en su visita a Damasco. Se explica así que la violenta acción de aniquilamiento de la resistencia de Aún no haya sido protestada. La desgracia quiere además que el brazo ejecutor de la política apaciguadora haya sido un Ejército sirio brutal, cuyas acciones de represalia no deben quedar impunes. Damasco es responsable incluso si su acción propicia la paz en Líbano. El orden consensuado en Taif no puede construirse sobre una inacabable montaña de cadáveres.

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