Rehenes
Tal vez la que peor parada ha salido en la historia de los rehenes no fue la madre patria, siempre alegre de recibir a sus hijos, sino la esposa de uno de ellos -la señora de Espinosa-, quien se quedó sin el precioso regalo que le traía su marido desde Bagdad."Me ha desaparecido un reloj de oro que llevaba para mi mujer", dijo a un periódico el rehén, indignado, "pero qué se le va a hacer, es el precio que hay que pagar".
Otro rehén llamado José Díaz, cocinero en un restaurante iraquí, lamentaba que a él también le hubieran robado de la maleta varias camisas y unos zapatos. Sin embargo, le dejaron, al parecer, el gorro de chimenea. Comentó que después de todo lo pasado tampoco le importaba mucho. Ése iba a ser el último tormento de su largo cautiverio en Irak, donde además de privarles de libertad les quitaron los objetos de valor en la cinta transportadora de equipajes.
Semejante cosa jamás habría sucedido en Arabia Saudí, pueblo igualmente islámico, y de haber sucedido no hubiera quedado impune, ya que el castigo al ladrón jamás merece perdón.
Un colega de la prensa semanal española perdió a las pocas horas de estancia en Dahran su billetero con cinco tarjetas de crédito y 1.000 dólares en metálico. Estaba desesperado. Daba vueltas y más vueltas por las calles. Preguntaba a los taxistas. Sudaba la gota gorda. Y todo ello inútilmente. "Si en una hora no aparece su cartera en la recepción de este hotel", le insinuaron funcionarios saudíes, le entregaremos en breve los cinco dedos del ladrón, uno por cada tarjeta de crédito, y con las uñas limpias".
Así fue. La cartera apareció en el plazo señalado con todo su contenido intacto y una nota escrita en árabe, a mano temblorosa, que decia: "Le devuelvo lo que no me pertenece. Alá es grande y misericordioso". La firma era ilegible.
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