Un comienzo desalentador
Tres jornadas no son muchas, pero sí suficientes. La Liga nacional de baloncesto no ha empezado con buen pie, y los indicios son preocupantes con sólo repasar el futuro calendario. El origen y base de todos los problemas se resume a un único número: 24, el de los equipos en juego. En tal desmesurado guarismo radica la razón primera y última que explica un arranque tan desangelado como desalentador.Se han disputado 36 partidos, y el porcentaje de encuentros eón la mínima mezcla exigible de igualdad, calidad e interés es tan bajo, que sin llegar al mes de competición el nuevo sistema implantado ha demostrado unos defectos que superarán ampliamente, salvo cambio radical, las ventajas con respecto a anteriores inventos.
Está muy bien intentar que la Liga se democratice y llegue al máximo número de lugares posibles; resulta saludable forzar a los equipos potentes a tomarse en serio todos sus compromisos desde el principio. Se debe aplaudir la obligación de contar con suelos de cierta categoría en sustitución de algunos pavimentos dañinos para articulaciones sensibles, el ordenar idénticas canastas en todos los campos, así como la necesidad de un mínimo de espectadores para autorizar los pabellones de juego. Pero todo esto ha de tener un soporte básico que no es otro que lo que se ofrece una vez que el balón sale de las manos del árbitro. Lo que se ha dado hasta ahora va en contra de todos estos buenos propósitos. En este caso, el fin no justifica los medios.
Decepción
La Liga de 24 equipos no se aguanta ni con el hormigón armado que utilizan en los rascacielos de Manhattan. La singular mezcla realizada entre equipos tan diferenciados da como resultado un sinfín de encuentros anodinos y decepcionantes, en donde, salvo ocasiones excepcionales, no sólo la sorpresa está fuera de lugar, sino que la ausencia de emoción posibilita espectáculos de baja calidad.
¿Qué bien le hace al baloncesto que los cinco primeros clasificados lleven una media de 23 puntos de diferencia en los partidos jugados hasta ahora? ¿Cómo se traga una Liga que tiene que esperar un mes para ver un enfrentamiento entre los equipos semifinalistas del año pasado?
¿Qué opinión puede tener el aficionado cuando las televisiones, soporte vital de todo el entramado económico, pudiendo elegir cualquier partido, se tienen que decantar sin posible remedio por apasionantes choques a los que les suelen sobrar 20 minutos? ¿Qué va a ocurrir cuando comience la NBA? Mal panorama.
Para repasar las plantillas en busca de jugadores capaces de generar espectáculo con independencia del resultado no hace falta calculadora. En esta situación, la igualdad se convierte en factor fundamental. Esta necesaria competencia desaparece cuando existen grupos tan diferenciados, potenciales tan dispares y objetivos diametralmente opuestos. El interés se dispersa en seguimientos localistas y hasta los playoffs, nada ni nadie logra atraer la atención general. Con estos condicionantes, la Liga pierde credibilidad y las jornadas se suceden entre la apatía generalizada.
El baloncesto nacional se encuentra en una encrucijada en la que se corre el peligro de no asumir ciertas circunstancias que indican tangibles realidades. No hay más cera de la que arde, y el intentar juntar el rábano con las hojas puede producir efectos contrapuestos a los deseados.
Las categorías están lo suficientemente definidas como para volver, tarde o temprano, a divisiones jerarquizadas. Por ahora, una buena Liga a 24 bandas es pura quimera.
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