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Tribuna
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El mundo

En las novelas de ciencia-ficción de nuestra adolescencia aprendimos que existía la posibilidad de un gobierno de mundo. Nunca supimos si ese fantástico gobierno planetario llamado a entenderse con los venusíanos o los zylones era fruto de la ficción o de la ciencia, pero quedaba claro que en el futuro el mundo ya no sería regido por gobernantes de provincias, sino por auténticos administradores de las galaxias.A la espera de que algún día nos invadan los marcianos, el mundo se entrena desde hace unos días con Sadam. Y la primera sorpresa ha sido esta unanimidad casi general en la cosa de la guerra. Hasta ahora los países se relacionaban por matrimonios reales, por convenios culturales o por maniobras conjuntas. Pero nunca se había empezado a dibujar una santa alianza militar como la que tenemos montada a las puertas del Golfo. Incluso los polacos, esos bravos jinetes que han perdido todas las guerras, están dispuestos a mandar a media docena de sargentos. Nadie quiere perderse la posibilidad de estar en el nacimiento del primer gobierno del mundo. El orden económico de Occidente ya no puede depender de un solo gendarme. Las guerras cada vez son más caras y hay que pagarlas a escote o arrimar el hombro del chusquero. Los expertos se cotizan cada vez más caros, y si ahora resulta que los únicos cazafantasmas competentes son los norteamericanos, el gobierno del mundo ha de estar por la labor y hacerse cargo generosamente de sus dietas. O con nosotros o contra nosotros. Los ideólogos de guardia no admiten, por lo visto, grandes matices en esta historia. El mundo -el primer mundo, nosotros, se entiende- necesita mantener un orden que proteja al tercer mundo productivo y que prescinda de las injusticias crónicas que se producen en el otro tercer mundo improductivo. El nuevo gobierno del planeta es esa apariencia del poder entre iguales basado en la desigualdad de los hemisferios.

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