El loco y sus loqueros
Un jefe de Estado ha enloquecido y urge enviar ambulancias llenas de loqueros para reducirle y aplicarle la camisa de fuerza. Ésta fue la lectura primera que se hizo de la anexión de Kuwait a cargo de Sadam Husein, hasta que empezaron a barajarse consideraciones de alta estrategia y alta economía, sin que ni la psicología ni el estudio de la relación causa-efecto en las relaciones económicas internacionales hayan conseguido aclarar del todo la cuestión. Si el objetivo del dirigente iraquí era subir los precios del petróleo, en beneficio propio y de los países productores del llamado Tercer Mundo, a esa operación no podía lanzarse sin el cálculo de la réplica de las grandes potencias. Y sin duda lo hizo. Durante 10 años Sadam Husein ha prestado un servicio espléndido a estas grandes potencias conteniendo la exportación del shiísmo revolucionario mediante una guerra de desgaste contra Irán. Ha sido un fabuloso cliente de los stocks de armamentos occidentales y soviéticos, y un pionero científico a aplicar en carne humana los productos, hasta cierto punto especulativos, destinados a la guerra química, productos de origen civilizado. Es decir, proceden de los países loqueros, no de los países locos.Alguien alentó a Sadam Husein a una operación arriesgada ofreciéndole un cuadro de dificultades limitadas: lógica protesta universal, idas y venidas diplomáticas, algunos costes económicos, progresiva normalización de la situación y, finalmente, asumir los hechos consumados. Las grandes potencias iban a padecer desigualmente el resultado de la subida de precios. Algunas incluso, a medio plazo, iban a beneficiarse, como Estados Unidos y la URSS. En cambio, se ponía en serias dificultades a Japón y se agravaban los problemas en una Europa a desestabilizar en su cuento de la lechera del Acta única de 1992. De momento ya han dejado a las puertas del orfelinato europeo a los huérfanos del socialismo real, y la sombra de la recesión económica se agranda cada vez que sube el precio del barril. La impotencia relativa de Europa y Japón para dar upa respuesta contundente a la provocación iraquí resitúa el protagonismo de la gendarmería yanqui y la necesidad de que Estados Unidos y la URSS dialoguen por encima de teléfonos menores. La amenaza iraquí ha devuelto el orden del universo, al menos tal como fue concebido al final de la última guerra de la redivisión. Un ayatolá iraní dijo en su día: "A pesar de su aparente oposición, las superpotencias aprovechan todas sus oportunidades para repartirse el inundo". ¿Por qué no oportunidades regionales, cuando el conflicto se localiza militarmente en un Golfo, pero se universaliza mediante la red de los oleoductos?
Llegado a este punto sigue en pie el enigma original. Sadam Husein está lo suficientemente loco como para lanzarse a una aventura sin calcular la respuesta, o sigue estando loco al dejarse instrumentalizar en una operación que no va a poder controlar y que, en el mejor de los casos, sólo puede convertirle en cabeza simbólica del panarabismo frente al imperialismo y sumar así la suya a la colección completa de cabezas cortadas por esta causa. Sadam Husein no tiene como respaldo una internacional islámica, o tercermundista, o petrolífera capaz de actuar como factor de disuasión frente a la internacional capitalista tan implícita como explícita. Es decir, o ha pactado la teatralidad del conflicto o no la ha pactado, eso es todo, pero en cualquier caso objetivamente es hoy en día instrumento inestimable de la política norteamericana. Es cierto que los norteamericanos le han llenado el golfo Pérsico de ambulancias loqueras y que han movilizado a Estados comparsas como el nuestro para que se sumen a un final de película a lo Pedro Almodóvar en La ley del deseo. Pero los beneficios reales de lo que está ocurriendo en Oriente Próximo los reciben Estados Unidos, el Estado de Israel y la Unión Soviética, por diferentes motivos, pero con idéntico medio: la confirmación de un papel hegemónico.
Más que la algarabía diplomática y la pasmosa desfachatez con la que se habla de "defensa del derecho internacional" a cargo de potencias que lo han dejado de respetar siempre .con las leyes en la mano (al fin y al cabo, como hubiera dicho Marx, el derecho internacional también es una superestructura que legitima los intereses dominantes), debiera sorprendemos el pavoroso silencio de una fuerza ideológica internacional muy mentada últimamente, convertida por algunos en único punto de referencia alternativa a la victoria del capitalismo en la guerra fría. Me refiero a la Segunda Internacional. Si se escucha o se lee lo que ha salido de estas boquitas pintadas de rosa, en primer término se descubre un grado acelerado de intoxicación conceptual e interrelacionadamente lingüística del sistema de ideas del más ortodoxo capitalismo. Hay que defender un determinado orden económico y estratégico internacional, aun a costa de meter en el desván de las buenas intenciones el replanteamiento de las relaciones Norte-Sur. Si alguien había soñado que la Segunda Internacional como peón estratégico universalista, y Europa como su foco emisor, iba a actuar como una fuerza correctora de la impunidad del capitalismo, ahí tiene lo que han dicho y hecho responsables socialdemócratas a propósito de la crisis del Golfo. O la Segunda Internacional se replantea para qué sirve, o de momento sólo sirve como asistente social del sistema capitalista. Entre los loqueros que han acudido al golfo Pérsico a reducir al loco Sadam Husein no se puede distinguir al loquero socialdemócrata del loquero thatcheriano. Quizá la Thatcher lleve un halcón en el puño y el loquero socialdemócrata sólo tenga puño para llevar un cuervo o una corneja.
En el momento en que los servicios de información israelíes, que para eso están, avisaron a Estados Unidos que el dirigente iraquí preparaba la anexión de Kuwait, una de dos, o se administró ese saber en propio provecho o se sabía ya incluso por fuente aún más directa que los servicios de información israelíes. Lentamente, Sadam Husein ya habrá tenido suficiente tiempo para recuperarse de la sorpresa que le ha producido la respuesta imperial. Tal vez sea cierto que esté loco, que padezca la locura más torpe de todas las locuras. La que lleva a algunos locos a pactar locuras con los loqueros.
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