Ycheky Karyo
El otro protagonista de 'El oso'
Cuando está en París, se le puede encontrar comiendo un bocadillo en el camino que lleva de su casa, en Pigalle, al barrio de Montmartre, donde hay una sugestiva mezcla de manadas de turistas y parisienses sofisticados; o instalado en la terraza del Saint Jean, en la plaza de Abesses, donde monta guardia de cuando en cuando. No va de divo.A simple vista, Icheky Karyo, el otro protagonista de El oso, de Jean Jacques Annaud, parece un ciudadano francés de suave trato, un parisiense que ha triunfado; pero hay en él un turco que conserva intacta la fuerza milenaria de esas tierras y que lo diferencia del resto de sus colegas occidentales. Por si no fuese suficiente, el oriental que lleva dentro tampoco es turco de verdad, pues la lengua de su infancia era la del siglo de oro español y antes de que los Reyes Católicos optasen por expulsar a los judíos, sus ancestros vivían en España con un apellido que luego fue puliendo poco a poco la doble erre de "Carrillo".
Su última película de éxito, Nikita -rodada con Jean-Luc Besson, realizador francés que remueve el cine de este país con cada una de sus creaciones-, cruzará los Pirineos en octubre. En ella oficia de gran maestro de asesinos enamorado de manera perversa y autodestructiva de su mejor alumna, una ex drogadicta reconvertida a la fuerza en espía. El papel le va mucho, y Karyo comenta que utilizó en él abundante experiencia personal.
Por supuesto, después de haber trabajado con directores de escena como Klaus Micha8l Grüber, Jean-Pierre Vincent o Daniel Sorano; y realizadores como Eric Rohmer, Suzanne Schisman y Andrzej Zulavski, sabe hacer de todo, pero los cineastas que suelen elegirlo son conscientes de que en él pueden encontrar ese duro que necesitan, imperturbable y rebosante de sensualidad. Una mezcla explosiva que modula a la perfección.
Sobre sus próximas películas prefiere no extenderse. Uno de sus proyectos más deseados se fue al traste no hace mucho, por un inesperado cambio de legislación: rodar la continuación de América América con Elia Kazan, una compatriota de emigración. Si se le pregunta por su papel en El oso -una superproducción francesa que dio la vuelta a Europa y en la que su turco disfrutó enormemente-; al responder, más que hablar, actúa, y el hombre vestido de funcionario secreto se levanta de repente de su sillón y se pone ae puntillas con los brazos en alto y con las palmas de las manos muy abiertas, para explicar cómo era de grande su compañero de reparto, y cómo era de impresionante trabajar con un animal que, por bien domado que esté, "siempre puede perder la cabeza de un momento a otro". De hecho, explica fardando un montón, la perdió. Y cuenta en una mezcla de gestos, de inglés del domador, de idioma de oso y de español de reminiscencias ladinas, cómo fue aquella vez que su compañero de guión y amigo le habría liquidado de un zarpazo si su instinto no hubiese estado vigilante. Luego se acurruca en el sillón y se hace pequeñito para escenificar varias veces, con gruñidos amenazantes, hasta que ve que lo hemos entendido bien, el miedo que pasé. Su triunfo tiene un secreto: "Caminar sobre la cuerda floja, no sentirse nunca profesional, y evitar así el riesgo de no emplearse a fondo y de que la máquina funcione sola, sin poner el alma".
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