_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los odios

Mientras en Oslo se celebra un congreso sobre la Anatomía del Odio, en Extremadura y en Granada la anatomía del odio ha reposado estos últimos días en las mesas marmóreas de la autopsia. Se intuye en esos discursos de los Carter y los Mitterrand el intento periódico de los Estados empeñados en expiar sus culpas ante la opinión. El odio institucional también existe, pero ese odio es, por lo visto, nuestra inevitable cuota del progreso y ya forma parte de la especie. El odio individual, en cambio, nunca llega a controlarse. Por eso hay que acotarlo como excepción, porque sólo condenando al loco o al asesino nos salvamos todos los demás de nuestras complicidades tácitas y nuestros resignados silencios.Entre el odio que segregan los Estados y el odio almacenado en el rencor enfermizo de nuestros Capuletos de secano no hay otra diferencia que la del maquillaje con que se nos muestra a sus autores. El horror de un helicóptero disparando sobre los chamizos del lejano Vietnam es mucho menor que el horror de ese otro odio doméstico, al que sólo la proximidad hace más temible. Precisamente para distanciarnos de estas muertes cercanas queremos creer que son cosas de la España negra, y al decirlo nos sentimos automáticamente integrados en una supuesta España blanca. ¿Cómo huir de esa negrura que nos persigue? ¿Como Espriu, aquel poeta almidonado que reclamaba un norte de gente guapa y feliz? ¿O bien viajando al límite de la sangre, podando a machetazos el árbol genealógico del Otro? Esa España negra no es muy distinta a la Europa negra, la de los mercaderes y de los generales, aquella que se teoriza arriba y se oscurece más abajo. Porque el odio es ese perfume letal de la especie que se sirve a gotas, como aderezo fatal de los más altos arañazos verbales. El odio puede llegar a ser motivo de congreso, pero el odio de la España negra es sólo cosa de pobres y de mal educados.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_