Apocalipsis no
LA TRASCENDENCIA económica del conflicto en el golfo Pérsico tiene en los mercados bursátiles sus más privilegiados -aunque no siempre los más fieles- intérpretes. En un contexto de elevada integración entre los mismos, la sensibilidad con que las cotizaciones reaccionan al desarrollo del conflicto parece primar la asimilación del más adverso de.los desenlaces, transmitiendo indiscriminadamente sus efectos al conjunto de las economías. Si antes de la invasión de Kuwait por Irak era posible distinguir pulsos y escenarios distintos para el comportamiento de las principales economías, la incertidumbre dominante en el momento actual difumina esos matices en las principales bolsas para sumir al conjunto en un escenario de colapso en la oferta de crudo, conducente poco menos que a la tercera crisis energética.Un desenlace tal, siendo posible, no es, sin embargo, el más probable, y, en todo caso, sus efectos no son equiparables en modo alguno a los sufridos en las crisis de 1973-1974 y 1979-1980. Independientemente de las importantes existencias de crudo acumuladas, los países industrializados son hoy menos dependientes del petróleo que entonces: la pérdida de importancia relativa de industrias intensivas en ese tipo de combustible y los esfuerzos realizados para su conservación y diversificación han reducido el peso de este tipo de energía en la producción de los países industrializados. Además, la diversidad de suministradores de crudo es hoy superior a la de la pasada década: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) apenas obtiene una, tercera parte de la producción mundial, frente a más del 50% en 1974.
El distanciamiento de escenarios apocalípticos no permite, sin embargo, minimizar las evidentes irnplicaciones adversas que la actual inestabilidad en el mercado del petróleo tendrá sobre la generalidad de las economías. Asumir como hipótesis realista un precio del barril de crudo entre 25 y 30 dólares, vigente cuando menos durante los próximos 12 meses, equivale a precipitar las amenazas de recesión que hasta el pasado día 2 de agosto se presentaban como relativamente manejables en algunas de las principales economías. La contribución que al sostenimiento de la inflación en niveles inusualmente reducidos ha realizado el precio del petróleo en los países industriafizados durante los últimos años cambiará su signo para convertirse en el principal factor de una espiral de incrementos en precios cuya neutralización será tanto más dificil cuanto más estrecha resulte su asociación con el final de la actual fase expansiva en la mayoría de las economías.
No puede decirse precisamente que haya sido este conflicto el que ha truncado un horizonte de prosperidad o exento de amenazas para la economía mundial. Los síntomas de agotamiento en Estados Unidos constituían una constante en las últimas semanas; Japón, por su parte, afrontaba repuntes en las tensiones inflacionistas de su economía de las que ya había empezado a dar cuenta la Bolsa de Tokio en significativos descensos anticipadores de alzas inevitables en los tipos de interés; en Europa, por último, las dificultades del proceso de unificación alemana, a las que no es ajeno el colapso de la economía de Alemania Oriental, reducían las esperanzas cifradas hace apenas dos meses en su potencial dinamizador del resto de la región. En cierta medida, el conflicto del Golfo no ha hecho sino precipitar el final de ese ciclo expansivo amplificando notablemente sus consecuencias y permitiendo que los mercados bursátiles purguen en unas cuantas jornadas el impacto de ese horizonte recesivo sobre los beneficios de las empresas y, en última instancia, sobre las cotizaciones de las acciones.
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