La indiscutible verdad de la patata
Existe en todos los veraneos una hora culminante del día, aquella en la que todos los sacrificios de la jornada, desde la incesante guerra contra los mosquitos hasta la dramática lucha por la arena se ven recompensados. El verano siempre acaba resolviéndose en cenas, cuando el hombre recupera por unos momentos la seguridad de la camisa y el espejo le devuelve el color tostado de la piel de los triunfadores. Las cenas del verano son pequeñas ferias de las vanidades del año en curso.Cenas hay muchas, sobre todo en este enorme cenador que es el Baix Empordá, donde a ciertas horas las carreteras se convierten en mera cubertería de aperitivo. Pero de entre todas las cenas posibles hay una, ya canonizada por el imaginario laico, que no tiene pérdida. Empezó hace muchos años, cuando Cataluña creía ser Italia y bastaba que un eurocomunista se diera la mano con un demócrata cristiano para que la gente hablara de compromiso histórico y otras quimeras. En Cataluña este tipo de compromisos suele ser tan común que ya ni siquiera son históricos, la denominada clase política es aquí ante todo clase. Y dentro de esta clase hay algunos que se dedican también a la política en diferentes partidos. La plutocracia catalana se reúne año tras año para esta cena de fin de curso. Y el padre prefecto de esta gran noche de los tenedores largos no es otro que el ex senador Pere- Portabella, un histórico y selectísimo compañero de viaje comunista que antes fue centrocampista del PSUC y ahora sólo juega de defensa del suquet, que no es precisamente lo mismo aun a pesar del diminutivo.
El suquet de peix que cada agosto ofrece este Petronio de la izquierda que es Pere Portabella en su preciosa masía de Llofriu, muy cerca de la casa de aquel otro mirón genial que fue Josep Pla, es un plato de pescadores donde el pescado pone el nombre y el sabor pero lo más gustoso son, como casi siempre en esos platos de la confusión, las patatas. Portabella es un hombre universal que sabe cubrir todos los registros de la relación humana. En una misma cena adopta marcialidad de alférez ante el general Gutiérrez Mellado, se perfuma de aeropuerto junto al luxemburgués Gaston Thorn, trata a los cocineros con complicidad proletaria, compadrea con el alcalde si
Maragall en clave de edil in escaño y azuza el sarcasmo desbocado del arquitecto Oriol Bohigas con todos los resortes del intelectual irreverente que en el fondo es.
Maquiavelo y Pantagruel
El suquet de Portabella es la cita anual que Maquiavelo y Pantagruel organizan para ver cómo el primero envejece y el segundo sigue tan lozano como siempre. Ahora el gobernador de Gerona acostumbra a proteger el rancho de Portabella con media docena de guardias civiles guapos y guapas que actúan en esa noche de chambelanes de los próceres. Hace años, la presencia de la Guardia Civil hubiera significado algo absolutamente distinto y los reunidos se hubieran reafirmado en el carácter insurreccional de la cena. Pero ahora todo, menos el suquet, su cocinero Pitu y el propio Portabella, ha cambiado un poco. La derecha, nacionalista o no, ha ido ocupando más y más mesas en el microcosmos de Llofriu y sólo las buenas artes del anfitrión consiguen equilibrar en su casa lo que la historia se encarga de mantener en el habitual desequilibrio de la especie.
El mundo, está de moda decirto, es de derechas. Pero a Portabella le gusta llevar la contraria al mundo. Y en una mesa densa y emblemática hizo coincidir la quintaesencia de lo que en su día inspiró el espíritu unitario de este ágape. Ahí estaban Enrique Barón, con su eterno aspecto de primero de la clase, junto a Rafael Ribó, el jefe del espacio ex comunista catalán que tiene en sus manos la dificil tarea de administrar las esencias psuqueras en plena temporada de grandes liquidaciones. Junto a Barón y su colega de presidencia y también de mesa, el democristiano Joaquim Xicoy, que lo es del Parlamento catalán, estaba el alcalde de Gerona, Joaquim Nadal, uno de los escasos Rodríguez de la noche al encontrarse su esposa en Estados Unidos. Nadal se las tenía con Miquel Roca, que en lo que lleva de verano ya ha negado por tres veces la. petición de sus correligion arios de Barcelona en el sentido de que sea candidato convergente a la alcaldía en vez del anterior aspirante Josep Maria Cullell. Que se sepa nadie ha oído cantar al gallo tras las frases de Roca. El ex líder del Partido Reformista, probablemente el político más trabajador de España, no quiere volver a perder unas elecciones. Y su negativa ha dejado a Convergencia en la delicada situación de no tener candidato para- Barcelona a menos de un año de las elecciones. A uno no le quieren y al que quieren no quiere. Siempre queda el remedio del tapado. Y en la cena de Portabella el eterno tapado que es el conseller de Economía Maclá Alavedra iba haciendo mesas con esa sonrisa de Niño de Dios que se le pone desde que aprendión a ser postulante de sí mismo, es decir, desde siempre.
Pero más allá de ese decorado del espíritu pactista que el pillo de Portabella se monta para gozar íntimamente del espectáculo humano, el Baix Empordá ofrece también otros aromas. Sobre todo este año, cuando parece que el pérfido inglés y el depredador teutón han preferido goulasch por conocer que paella conocida. Ya no hay empujones políglotas en esta Costa Brava de final de siglo y los empresarios turísticos, con esa visión del mundo tan ancestralmente campesina, se lamentan del fin de aquella época de vino y de divisas, cuando la sangría manaba por las calles y el cemento era la única tierra fértil de la Tierra. El aroma que impregna Pals y Calella, Palamós o Platja d'Aro, empieza a ser de nuevo el aroma de los jazmines que intentan sobreponerse a la fritanga mantecosa del francfurt.
Cerca de La Bisbal, en una tienda de carretera dedicada a la cerámica y a los horrores de piedra artificial, al vendedor se le había puesto cara de su mercancía bajo el cincel del aburrimiento. "Antes había hasta 10 coches parados ahí. Se llevaban sarcófagos románicos y enanitos con luz para poner en el jardín. No dábamos abasto. En el obrador llegábamos a hacer hasta cien sarcó-. fagos románicos por temporada". Y es que hace unos años este país empezó a creerse su propia mentira y alguien intuyó que la Costa Brava era más fábrica que paisaje y más postal que geografia. Eso es lo que le sucede a todos los países nuevos ricos: dejan arruinar su románico al sol pero en cambio lo fabrican por las noches. Igual que los advenedizos devoradores de suquet, que se avalanzan sobre el más caro de los pescados cuando lo que en realidad no falla nunca son las patatas.
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