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Una joven de Kislovodsk

¿Por qué Mijaíl Gorbachov ha llevado a Helmut Kohl a Jeleznovodsk y no a Kislovodsk? Para mí es un misterio. Estos dos lugares se hallan casi a la misma distancia de Stavropol, lugar donde era recibido el cannciller alemán a su llegada, pero Kislovodsk es infinitamente más hermoso, hablo con conocimiento de causa, ya que durante la guerra pasé 11 meses en el norte de¡ Cáucaso, donde se encuentran precisamente las cuatro estaciones termales, Piatigorsk, Jeleznovodsk, Essewtouki y Kislovodsk. Los grandes trenes de la línea Moscú-Tbilisi no pasaban por allí, ya que contorneaban las montañas. Sólo una electritchka (tren de cercanías) de: dos vagones circulaba suave y cadenciosamente, uniendo en aproximadamente una hora y media las cuatro estaciones. Por entonces no había mucha gente, ya que la guerra no favorecía el turismo ni las curas termales. Podía visitarse, pues, cada lugar y juzgarlo en su justo valor.Y por ello puedo decir con total objetividad que Kislovodsk no lleva por azar el título de perla del Cáucaso norte. Su parque es una de las maravillas de Rusia, un trozo de bosque con cascadas y hasta con un río, bien conservado, en el centro de la ciudad. Yo no sé, evidentemente, cuáles son las relaciones del canciller alemán con la naturaleza, pero me imagino que se hubiera quedado muy a gusto si hubiera podido dar una conferencia de prensa cerca de la gran cascada, lugar de cita de damas y caballeros en el siglo pasado, majestuosamente descrito por Mijail Lermontov, uno de los más grandes poetas rusos.

Reconozco, no obstante, que mi estancia en el Cáucaso norte, brutalmente interrumpida por la intrusión de la Wehrmacht, no es muy reciente. También es sabido que cuando los alemanes salieron por pies del Cáucaso, su Luftwaffe bombardeó salvajemente Kislovodsk, destruyéndolo casi por completo. Tal vez quedaron dañados para siempre el magnífico parque y otras maravillas de esta ciudad. El no haber vuelto a ver la perla del Cáucaso evitaba que me planteara la cuestión de su superioridad con respecto a Jeleznovodsk. Pero la buena suerte ha puesto en mi camino, muy recientemente, a una joven habitante de Kislovodsk, nacida en 1968 y al corriente de los últimos acontecimientos. Mi encuentro con Vera, que así se llama la joven, me ha parecido milagroso también por otra razón. Normalmente, en los hoteles del Intourist, en Moscú, no suelen mezclar a los extranjeros con los soviéticos. Es la primera vez que un jefe de hotel, durante la comida, me ha colocado frente a una joven que a mi ritual demanda en inglés, "where are you from?", me ha respondido, en ruso, "de Kislovodsk". No fue pequeña mi sorpresa. Metidos en conversación y en un cierto clima de confianza, pues le había evocado mis recuerdos de la ciudad, ha empezado por tranquilizarme a propósito del parque: las cascadas están en su lugar y en absoluto están dañadas. ¿Qué más? La electritchka funciona como en mis tiempos, y, además, los grandes trenes de Moscú llegan directamente a Kislovodsk. ¿Debió de costar mucho hacerlos pasar a través de las montañas? Vera no se ha planteado nunca la cuestión, pues cuando ella nació la línea estaba ya en funcionamiento. Bien, pasemos a la actualidad. ¿Cuáles son las distracciones de Kislovodsk, qué ha sido del famoso Pistatchok, el bulevar de nuestros paseos y de nuestras conquistas femeninas, y del tanzplochtchadka, el baile al aire libre? Medio ofendida, medio divertida, Vera me explica que hoy una joven como ella no se pasea por las calles para nada, que sería incluso peligroso ("las personas que hoy andan por allí son muy vulgares, está lleno de borrachos") y, además, la época de los bailes populares se acabó hace mucho tiempo. Hoy no se baila más que en las discotecas, aunque ella no va nunca porque eso no le interesa, dice.

¿Y qué se hace entonces por las tardes? Mi pregunta es un tanto indiscreta, pero se impone ante su manera de despreciar nuestras distracciones de antafío. "Nada", dice en un primer momento, y luego añade: "Nos reunimos los amigos para ver películas en los vídeos". ¿Hay, entonces, vídeos en Kislovodsk? ¡No me lo hubiera podido imaginar! "¿Usted tiene uno?". Gran risotada de Vera: "Un vídeo cuesta por lo menos 12.000 rubios, y yo, como enfermerajefe de la sección de obstetricia, gano 150 rublos al mes; haga, pues, el cálculo para saber en cuántos años podría comprarme uno". Sus medios le permiten, como máximo, con.tribuir a las veladas de los amigos alquilando una videocasete. Eso no cuesta muy caro, son 10 rubios y te dejan la cinta tres días. ¿Y qué películas se encuentran? "Las mismas que en Moscú y que en todas partes. Muchas americanas y también francesas e italianas", dice ella, precisando, como una experta en electrónica, que la reproducción de películas de vídeo es como un juego de niños; a partir de un original se pueden hacer infinitas copias. De ahí la multiplicación de cooperativas de alquiler y los precios relativamente bajos.

La segunda clase de cooperativas que prospera es la de las agencias matrimoniales. Hay algunas que en poco tiempo han conseguido fama nacional, como una que hay en Vladivostok, en el extremo oriente, y otra en Lvov, cerca de Polonia. Se distinguen por su capacidad para encontrar esposos y esposas incluso en el extranjero. "Hay que enviarles 56 rubios, una fotografía y algunas indicaciones referentes a la edad y la profesión de la pareja anhelada; la agencia se compromete a encontrarla antes de ocho meses". Vera habla con una cierta ironía. No cree en el matrimonio y menos aún en uno contratado por correspondencia. Pero no critica a las chicas que recurren a este medio con la esperanza de escapar de la soledad y... de Kislovodsk. Así pues, esta joven, más bien grande e indiscutiblemente bella, que ha soñado con trabajar como modelo, no es precisamente una patriota de su ciudad natal. Todo está allí podrido por la corrupción, por el dinero, por la droga, y, dado que trabaja en un hospital, se halla situada en primera fila para verlo todo de muy cerca. He aquí un ejemplo: un tal Ivanov, simple empleado de un sanatorio, propuso comprar muebles nuevos para la sección de obstetricia con tal de mejorar las condiciones en que su esposa iba a dar a luz en el hospital. La dirección respondió que no podía aceptar más que regalos en dinero contante, prometiendo darle un buen uso interno. Resultado: los 100.000 rubios del generoso Ivanov -¿de dónde pudo sacarlos?- desaparecieron en los bolsillos de los administradores sin que llegaran a comprar no una cama para el hospital, sino ni siquiera una simple mesilla para los pacientes.

Pero lo que más entristece a Vera es ver a algunas jóvenes madres que abandonan a sus bebés nada más acabar el parto.

"No las comprendo, me parece terrible". Así es, digo yo, pero tal vez sea como consecuencia de la escasez de píldoras anticonceptivas o por la dificultad de realizar abortos. "En absoluto", me responde, 1as píldoras se encuentran con facilidad, pero las mujeres recelan de los efectos secundarios y no las toman". Y por lo que a los abortos se refiere, en Kislovodsk se practican a gran escala. Vera conoce alguna mujer que va ya por su decimoquinto aborto. "Es deprimente", suspira.

De acuerdo, pero ¿es un problema específico de Kislovodsk? Sí y no, piensa Vera, pues en su opinión, pese a que la crisis afecta a toda la sociedad, las costumbres, en una ciudad termal, están especialmente deterioradas. "Durante la estación, cuando los ricos llegan en masa para curar sus hígados, la prostitución, incluida la no profesional, y el tráfico de todas las cosas abundan más entre nosotros que en otras partes". El dinero corre sin complejos ni inhibiciones bajo la complaciente mirada de los clientes de las termas, muchas veces gentes muy bien colocadas. Yuri Andropov, gran patrón de esta corrupción, ¿no era acaso un fiel de Kislovodsk? Al menos se encontraba allí en el momento de la crisis internacional provocada por el derribo del famoso Boeing coreano. En aquel momento Vera todavía era una escolar; terminó sus estudios en 1985, tres meses después de la llegada de Gorbachov al poder. ¿Qué Piensa esta contemporánea de la perestroika de la evolución política de su país, qué hace para que las cosas cambien? La respuesta es ambigua, pues Kislovodsk no es Moscú y allí las novedades llegan con cuentagotas, las gentes no están maduras para la política, los equipos en el poder siguen estando bien instalados y sin prisas por compartirlo con nadie. En el mes de marzo, durante las elecciones al Parlamento de Rusia y a la alcaldía de Kislovodsk, la cantidad de votantes fue muy baja, y Vera cree incluso que en su barrio todavía no ha salido nadie elegido por falta de quórum. "La víspera de mi venida hacia Moscú recibí una nueva convocatoria para votar este domingo o el domingo que viene, ya ni me acuerdo; de todas maneras, me es igual porque yo no voto". Para justificar su pasividad, la joven de la perla del Cáucaso me describe en términos severos los nuevos movimientos, todavía embrionarios, que se están formando en su ciudad. Está el Movimiento Nacional de los Kartchis, que son musulmanes y que querrían formar su república independiente en torno a Kislovodsk. En la banda opuesta está el Frente Popular Ruso, que de hecho es una coalición de todos los descontentos, desde los monárquicos hasta los partidarios de Borís Yeltsin. "No son gente seria", asegura Vera meneando la cabeza. A ella la convencen más los socialcristianos, sobre todo después de haber asistido a una de sus reuniones. El principal orador, un abogado bastante conocido, defendía un socialismo basado en los valores cristianos. Citaba a Berdiaev y afirmaba que Jesucristo era más y mejor comunista que Lenin. Esto le gustó a Vera. No conoce demasiado el Evangelio, pero aceptó la idea de que si hay muchas personas que se inspiran en él, y si todas estas personas al menos no robaran, la vida en Kislovodsk sería decididamente más agradable. Para colmo, la prensa local reveló pocos días después que el abogado socialcristiano en cuestión se había construido abusivamente una villa de 340 metros cuadrados y que los tribunales habían iniciado diligencias para averiguar el origen de esa imponente fortuna. "Mis amigos se burlan de mi credulidad, pues me dicen que ya hace tiempo que tenía que saber que este hombre estaba ligado a la economía subterránea. Según ellos, la mafia subvenciona también a los demás movimientos. ¿Cómo quiere usted que yo vote por ellos?". Procurando no inmiscuirme en los asuntos de Kislovodsk, respondí a Vera haciendo una defensa general de la política, animándola a aprovechar los derechos democráticos que, en mi tiempo, en la URSS, parecían impensables. ¿Qué otra cosa podía decirle a modo de despedida?

Pero no fue ésa la despedida. El día de mi partida de Moscú volví a encontrar de nuevo a Vera durante la comida. Esta vez, sin esperar mis preguntas, me reveló los resultados de una encuesta que ella había hecho para hacerse una idea de los precios de la capital en comparación con los de su ciudad. "Kislovodsk es dos veces más barato", me explica con alegría, como si la novedad debiera causarme placer. "La carne, en el mercado libre, no cuesta más que seis rubios en el Cáucaso norte, mientras que en Moscú cuesta doce". Se trata de un rasero que para un soviético explica todo el resto, es decir, el precio de las frutas y de las legumbres y de los demás productos de consumo cotidiano. Dos cosas más le han chocado a esta joven caucasiana: en primer lugar, la preponderante influencia de Pamiat, muy sensible en Moscú, mientras que en Kislovodsk simplemente no existe. "Mi mejor amiga es judía y ya sé a qué atenerme a propósito de la propaganda antisemita. Pero aquí he encontrado personas serias que creen en ella", dice francamente indignada.

Luego ha visto que los moscovitas son muy presuntuosos, que se creen los patrones de toda Rusia, cuando lo cierto es que ni siquiera conocen su país. Algo ha debido contrariar a esta joven de Kislovodsk durante su viaje a la capital "por razones personales". Y más que abordar ese problema, con riesgo de parecer indiscreto, prefiero contarle cómo el día de mi partida de su ciudad, durante la guerra, el vodka corría a chorros por las alcantarillas, y los ciudadanos, con el estómago vacío, bebían como si de un manantial de montaña se tratase. Era la pura verdad; hicimos saltar la fábrica de vodka para no dejársela a los alemanes; pero Vera estaba asombrada y la escena le parecía sacada de una de esas películas que ve en el vídeo. "¡Qué derroche, la guerra! Sí usted supiera cuánto cuesta ahora el vodka y cómo hay que pelear para conseguirlo. Hasta el agua de colonia está racionada en Kislovodsk...", me dice gravemente, como para reprocharme el haber infligido, en otros tiempos, un golpe irreparable a la producción de la bebida nacional rusa. Lo cierto es que Vera no bebe y tampoco se muestra enfadada corimigo. Más bien al contrario, me invita a Kislovocisk, donde sus padres tienen una habitación en la que acogerme. Y para mostrar que la invitación va en serio, me da su dirección y su número de teléfono. Influenciado como estoy por la antigua época, nunca me hubiera atrevido a pedir a una soviética como Vera algo semejante. Los tiempos, quiérase o no, han cambiado.

K. S. Karol es periodista francés, especialista en países del Este europeo. Traducción: J. M. Revuelta.

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