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Tribuna
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Gustos

Nuestros hijos -comentan mis amigos- se irritan si nos preocupamos por ellos. No soportan que perdamos el sueño cuando llegan al amanecer. Ni que nos inquieten los peligros que corren. Ni que anticipemos los problemas que, la mayoría de las veces, se van a producir. Detestan el valor práctico de la experiencia ajena. Al fin y al cabo observan con pesar que una de cada tres parejas es un fracaso matrimonial. Nos prefieren sumisos a una causa sin propósito definido y dispuestos a apoyar un estilo de vida común exageradamente consumista.Me pregunto cómo serán nuestros hijos cuando les toque ser padres y, más aún, cómo serán sus hijos cuando alcancen la edad que ahora tienen los nuestros. ¿Seguirán trasnochando hasta las tantas de la madrugada, noche sí y noche también? ¿Desdeñarán el sol y el ejercicio físico durante el verano si no los acompaña en un graderío el sonido atronador de los grupos musicales?

Imagino que después de la tormenta vendrá la calma, y la generación siguiente reaccionará contra los gustos de hoy no porque sean malos, sino porque no son los gustos que los promotores de gustos de moda consideran vendibles.

La conducta de los hijos tiende siempre a ser la opuesta a la conducta de los padres, quienes, a su vez, reaccionamos en su momento contra la de nuestros progenitores. Se pasan ellos donde nosotros nos quedamos cortos, y quienes les sigan se quedarán igualmente cortos para no repetir el modelo precedente.

Tal vez los hijos de nuestros hijos serán ordenados. No perderán cosas. Amarán el silencio. Serán más deportistas y menos derrochadores. Dormirán de noche y estarán despiertos de día. Y no regañarán a sus padres -aunque quizá la emprendan con sus abuelos- si éstos se atreven a dar una opinión adversa o a negarles algo cuando es imposible acceder a todo.

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