EL BOTE
El torero José Luis Bote vive con su madre en una casa de Canillejas con las terrazas de la fachada llenas de canarios y ropa tendida. En el barrio se han formado dos peñas que llevan su nombre. De muy niño, robaba los paños de cocina de su madre y se iba a jugar a torear con su vecino del séptimo, Yiyo, que años después murió de una cornada.Tiene 22 años y ya hace diez que mató su primer becerro. Le gusta pasear de noche por la Castellana para ver los edificios iluminados. Escucha a Springsteen y a Camarón, y sueña con brindarle un toro a Michelle Pfeiffer. Más que a las cornadas, teme a las injusticias que le puedan impedir llegar a ser una figura.
Empezó en la Escuela Taurina de Madrid a los nueve años y dejó los estudios al finalizar EGB. Sin embargo, le gustaría que la gente le admirara y dijera "mira a ese torero, además es un buen médico", y en esta contradicción se debate.
Cuando sale con sus amigos por la zona de Alonso Martínez, no le gusta ir de matador: "Si alguien me pregunta, siempre digo que estudio segundo de medicina, para que no me vean como un fenómeno extraño". Y la verdad es que, cuando no lleva encima los cuatro kilos del traje de luces y aparece con unos vaqueros rojos y una camisa verde de algodón, no parece un chico que se enfrenta con ganado bravo.
Si le pegan un olé, se le pone el vello de punta, y, si cuaja un toro, no se cambia ni por Domingo Ortega. "Parece mentira, pero la intensidad de la ovación no se oye igual desde el tendido que desde el centro de la plaza. Cuando estás en la arena, los sonidos se concentran y se vuelven más serios, más impresionantes", dice El Bote.
El primer dinero que ganó se lo gastó en un Renault-5, y ahora lleva un llavero con una cabeza de toro de plata con las llaves de un GTI. Aprendió lo que era un toro antes que la teoría de la relatividad, y no entiende la polémica montada por los detractores de la fiesta, pues, según afirma, "de no existir, recluiría a los toros al zoo".
A pesar de sentirse madrileño, se refugia en los cristos y las vírgenes de los de Despeñaperros para abajo, cuyas imágenes le acompañan donde va.
El Bote toreó en la última fiesta de San Isidro en la plaza de las Ventas, pero prefiere al público de temporada, porque le da rabia ver el ruedo convertido en un circo de ostentación de vehículos de lujo y vestidos de moda.
Su mozo de espadas le guarda sus vestidos de torear salmón y oro, grana y oro, burdeos y azabache, y el pólemico negro y azabache que tantas críticas cosechó por lo oscuramente negro que resulta sobre las medias rosas y la arena de la plaza.
En una de las dos peñas de Canillejas, uno de sus amigos se acerca a El Bote. "Yo también quise ser torero, ¿verdad José Luis?. Pero lo dejé porque veía una becerra con más orejas que cuernos, y me daba más jai que nada", reconoce este chico de 18 años.
Antonio Ibáñez, socio de la peña desde que El Bote era becerrista, admira a este "pedazo de torero que torea vertical, sin doblarse, paseándose los pitones por los muslos a pesar de lo que le ha pasado".
Bote ha tenido dos cogidas "y sé que va a haber más", afirma. La última fue el pasado verano en Benidorm. El toro metió su pitón en el abdomen de El Bote, le destrozó el duodeno, le rozó el hígado y le partió el uréter. De agosto a enero, estuvo recuperándose, y desde el hospital "echaba de menos estar delante de un animal para torearlo. Esto es muy fuerte".Apariencia elegante
El Bote es naturalmente humilde y serio, lo que se traduce en una apariencia elegante y educada. Sin embargo, no tiene ningún reparo en quejarse de que en su barrio "hay demasiada gentuza y demasiados atracos".
El torero que sólo teme al fracaso profesional reconoce que, desde que le atracaron a punta de navaja, junto con Yiyo, para robarles 10 pesetas a la salida del metro cuando tenía 10 años, va con cierta precaución por algunas zonas.
Respecto al problema de las drogas, responde que algunos de sus amigos se han metido en eso "porque no tenían otra salida", pero luego rectifica: "Si la gente con carrera y dinero también lo hace, será por algo más".
Pasa por delante del campo de fútbol de Canillejas, y recuerda cuando se entrenaban juntos sus vecinos del Canal del Bósforo: los hermanos Yiyo, Sánchez Cubero y Juan Cubero. Ahora corre, y hace toreo de salón todos los días en la Casa de Campo. "Siempre que voy a entrenarme y me quedo en un atasco, plenso en lo bonito que sería Madrid si arreglaran lo del tráfico", explica el matador, que, de no haber llegado donde está, hubiera acabado trabajando como mecánico.
De todas maneras, si se cumple su sueño, vivirá en el campo de Madrid con caballos y su propia ganadería, y abandonará Canillejas. Cuentan que, en este barrio, un día de lluvia caminaban dos viejas, bajo un mismo paraguas, discutiendo agriamente. "Que te digo que era mejor Yiyo", escuchó el paseante. "Que no, mujer; que mejor es El Bote", y siguieron San Blas para arriba.
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