Una alemania antigua pero muy contaminada
El 1 de julio no es únicamente el socialismo lo que termina en la República Democrática Alemana. También empieza a morir una sociedad tradicional y conservadora, tremendamente conservadora a pesar de la fraseología progresista. La vida de vecindario, por ejemplo, se mantiene casi intacta en numerosos lugares de la RDA. Las dificultades de desplazamiento, la escasez de productos de consumo y a veces de objetos de necesidad perentoria, la frialdad de la sociedad oficial -ideologizada en todos los gestos de la vida pública-, han ido creando un retraimiento de las gentes hacia la vida de familia y hacia los vecinos.Los alemanes del este se diferencian de los del oeste en muchas cosas. No sólo en nivel de vida y en mentalidad económica y política. También en las formas de vida y en los hábitos más cotidianos, en lo que los antropólogos llaman cultura en sentido más amplio y profundo. A los alemanes occidentales no les gusta viajar al Este. Si lo hacen es por razones familiares y sentimentales, y no son pocos los que se sienten más próximos a los franceses o a los españoles.
Ahora, muchos temen perder también estas formas de vida tradicional y comunitaria tan incomprendida en el Oeste. Como temen perder los paisajes maravillosos que se mantienen todavía intactos, como si hubieran sido extraídos de las estampas románticas del sajón Caspar David Friedrich. Cerezos, robles, tilos, plátanos u olmos flanquean las pequeñas carreteras de la RDA. Llevan a pequeñas aIdeas donde se despliegan los símbolos de la vida recoleta. Atraviesan campos inmensos violentamente coloreados por el amarillo de la colza o por el puntillismo de las amapolas. Para el visitante, son estampas surgidas de la infancia, del tiempo perdido y añorado.
Pero esto es sólo la superficie. Bajo el paisaje idílico, los ríos y el aire están contaminados. Los pueblecitos están invadidos por el violento perfume de inmensas granjas de cerdos, destinadas en su mayoría a desaparecer al entrar en competencia con los precios comunitarios. No hay tratamiento para los residuos industriales, que envenenan aguas subterráneas y amplios solares de este país en el que la industrialización y el crecimiento socialistas fueron dogma, con total olvido de la fragilidad del medio natural y de los límites de nuestro mundo.
Esta mezcla de conservadurismo, expresado en el tutelaje del Estado, y de progresismo industrializador desmelenado tiene un reflejo horrible en el paisaje urbano y en el estado del patrimonio artístico. Basta con ver, por ejemplo, las condiciones de seguridad y conservación del Museo de Pintura de Weimar, donde hay telas de Lucas Cranach memorables -como la famosísima de Lutero- y algunos dureros y fússlis impresionantes, colgados de paredes desconchadas, con una desleída rotulación mecanografiada, y unos vigilantes que se ven obligados por seguridad a seguir a los escasos visitantes.
Lo mismo cabría decir de muchas iglesias y catedrales, donde auténticos tesoros parecen hallarse a disposición del primer esquilmador que desembarque. Otras iglesias y edificios, en cambio, se hallan en ruinas, tal como quedaron después de la guerra, sin que la labor de restauración, lentísima e ineficaz, haya conseguido más que avanzar por un lado, mientras el tiempo y la mano del hombre destrozaban por la otra. Éste es el caso del centro de Dresde, donde el visitante puede intuir la enorme belleza de esta ciudad barroca, testimonio todavía de la huella bélica. Donde no impera la destrucción, los edificios antiguos aparecen ennegrecidos por la contaminación, con un color que nada tiene que ver con la pátina noble de la antigüedad, sino más bien con la desolación.
Los centros de ciudades como Magdeburgo o Chemnitz (antes Karl-Marx Stadt), los suburbios descomunales de Berlín Este o la avenida de Karl Marx en la propia capital de la RDA revelan el gusto arquitectónico del régimen caído, más amante de las cortinas de cemento, de la magnificencia gris y hosca de las colmenas interminables que de las viejas piedras vivas todavía en numerosas ciudades prusianas, sajonas o turingias. También bajo la imagen reposada de la vida tradicional comunitaria se han mostrado las tensiones en cuanto se han soltado las lenguas y han desaparecido las amenazas y los miedos provocados por la ya legendaria Stasi, la policía política que todo lo oía y de todo se enteraba. En los pacíficos y solidarios ciudadanos de la RDA aparecen ahora los prejuicios o la xenofobia, principalmente respecto al vecino y tradicional enemigo, los polacos.
En las esquinas de las calles polvorientas han aparecido jóvenes de tez oscura vendiendo alfombras. En un descampado cerca de Francfort del Oder, se han instalado una veintena de coches de matrícula francesa con sus remolques. Gitanos checos y rumanos han empezado a surcar el país, libre por primera vez desde hace más de 50 años. Jóvenes de cabeza rapada y ademanes violentos se reúnen en las plazas de algunas ciudades. Las primeras agujas de heroína quedan tiradas en Alexanderplatz, en Berlín. Como surgidos del frío y en marcha hacia ninguna parte -es decir, la marginalidad o la expulsión-, allí donde se trafica con algo está Instalado un vietnamita. Venden casetes o hacen cambio en lo que queda del mercado negro de moneda. También cubanos y mozambiqueños conforman las huestes derrotadas del ejército de trabajadores solidarios que acudieron invitados por la progresista RDA. Son 89.000, de los cuales 60.000 proceden de Vietnam. A partir del 1 de julio serán los primeros en desaparecer del mapa.
También sucederá con el turismo que llegaba del Este. En Oberhof, por ejemplo, una ciudad turística donde los sindicatos cuentan con enormes y monstruosas casas de vacaciones, todavía hay búlgaros y soviéticos. En las recepciones cuelgan banderines e insignias de todo el antiguo bloque socialista, desde los obreros de Brassov, en Rumania, hasta los sindicatos cubanos. Los nombres de los hoteles y residencias pertenecen al santoral del socialismo científico alemán: Ernst Thálmann, Wilhelm Pleck ... Los turistas están menos ocupados en pasear por los senderos que penetran en los bosques soberbios de Turingia que por el Mundial de fútbol. Una buena parte terminará sus vacaciones antes de final de mes y muy pocos regresarán. A partir del 1 de julio se enfrentarán a una barrera prohibitiva para todas las monedas no convertibles del antiguo campo socialista.
No sucederá lo mismo con los soldados soviéticos, 380.000 hombres con sus familias, que seguirán instalados por el momento, recibiendo un trato frío y distante, pero pagarán a partir de ahora con marcos occidentales. Aunque la cuenta del estacionamiento corra a cargo desde julio del Gobierno de Bonn, todo será más difícil para ellos.
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