'¡Subí!'
JOAQUÍN VIDAL "¡Subi, eres un monstruo!", exclamaban los sevillanos; no todos los sevillanos, varias docenitas de ellos, si acaso, en los bares de Serva la Bari. En los bares de Serva la Bari con televisión no había mucha gente viendo el partido. En el Iberia, que es bar de taxistas, ahí sí había un lleno hasta la bandera. "No se suele trabajar mucho a estas horas", decía uno, "y hoy, menos, con el partido, de manera que mejor se está aquí, tomando un cafelito y viendo lo que hace la selección".
Los cafelitos solían ser con hielo, porque en la calle era fuego lo que caía y un barómetro señalaba 36 grados. También hacía viento. Tráfico, apenas había. La selección española presionaba sobre la portería belga con regates y combinaciones que se coreaban con ¡óles! Un ciudadano flacucho entró por entonces, metíó monedas en la máquina tragaperras, las perdió todas, echó una ojeada al televisor, midió el estado de la cuestión, auguró "Aquí va a meter gol hasta el Rey" e hizo mutis, aureolado de dignidad.
Luego le acusaron de gafe porque, nada más irse, sobrevino el zambombazo belga que puso el marcador en empate. Apareció en pantalla Luis Suárez, mohíno y farfullante, y no se le pudo oir , pero tampoco era necesario pues por el movimiento de los labios se supo que decía "Meagoenuuaadre", que es lírico epitalamio en lengua etrusca.
Partido adelante los acontecimientos producían entusiásticas reacciones. El cabezazo de Gorri, que supuso el gol de la victoria, por oportuno y medío: el penalti que Scifo estrelló en el larguero, por más oportuno y medío aún. Todo el mundo supo entonces que España iba a ganar. "¡Subi, eres un monstruo!", gritaban, cada vez que Subisarreta atrapaba la pelota. Para los aficionados de barra y televisión, fue el héroe. Cuando el árbitro pitó el final, alguien sentenció: "¡Ar mamaero, bergas!". Se vació entonces el bar, se llenó la calle, atronaban las megafonías de la campaña electoral con sus músicas y sus propagandas, el vetarrón traía ráfagas de polvo y ni la victoria sobre Bélgica compensaba caminar por la ciudad alterada y ruidosa en que se había convertido Serva la Bari.
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