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Niños, rusos y vecinos de Chernóbil

91 escolares soviéticos pasan 15 días en España invitados por el Gobierno

Europa desde el aire les pareció muy pequeña. Sólo tardaron cuatro horas desde la ciudad de Minsk, en la República de Bielorrusia, hasta llegar ayer al aeropuerto madrileño de Barajas, silenciosos, expectantes y abrazados al primer pasaporte de su vida. Los 91 niños soviéticos, entre los 8 y los 14 años, constituyen el primero de los dos grupos que visitarán España invitados por los ministerios de Sanidad y Asuntos Sociales. Se trata de unos turistas muy especiales, vecinos y testigos del accidente ocurrido en 1986 en la central nuclear de Chernóbil.

Durante estas pequeñas vacaciones, que se desarrollarán durante dos semanas entre Madrid y la costa asturiana, se proporcionará un clima de descanso y distracción a los pequeños soviéticos que más directamente se vieron afectados por las consecuencias del desastre de Chernóbil. La mayoría de los viajeros proceden de aldeas situadas al sur de Bielorrusia, tan sólo distantes unos 300 kilómetros de la central nuclear, y pertenecen a familias de agricultores que han visto muy afectada su subsistencia por la contaminación radiactiva de las tierras de cultivo.Ninguno de sus acompañantes adultos -ocho monitores, de los cuales cuatro eran profesores de español- se atrevió a relacionar los problemas psicológicos o nutricionales que afectan a varios de los pequeños con el accidente nuclear. Sergei, de 14 años, sí lo hizo. "Nuestra vida no ha cambiado demasiado, pero yo noto más cansancio que antes cuando vuelvo del colegio. Ahora, cuando llego a casa, quiero dormir más", dice.

El crucifijo

El muchacho apenas duda que el cáncer que mató a su abuelo hace un año fue consecuencia de Chernóbil. Sergei es de los mayores del grupo: un chicarrón rubio, de anchas y marcadas facciones, que contesta circunspecto a las preguntas del periodista. Alrededor de su cuello se vislumbra una cadena de la que pende un crucifijo. "Hace dos años este detalle hubiera sido difícil de encontrar en un ciudadano ruso", hace notar Dimitri Rodomanov, representante de la Embajada de la URSS en Madrid.Katia, de 13 años, es muy menuda. Tiene, como el resto de sus compañeras, una larga y rubia trenza. A primera vista se diría que pertenecen a un equipo de gimnastas. Quiere ser profesora de música, si es posible de acordeón. Si acaso, ha notado que después del accidente le prestan mayor atención los médicos y los profesores, pero nada más. "Ah, bueno, también viajamos más a zonas limpias para descansar", hace memoria.

Al menos un 30% de estos niños sufre algún tipo de secuela psicológica derivada de los traslados que tuvieron que efectuar sus familias huyendo de los cordones de seguridad establecidos en torno a Chernóbil, según explica José Luis Fernández Rioja, presidente de la Fundación Familia, Ocio y Naturaleza, que se ha encargado de la organización del viaje. Y ellos fueron los mejor parados. En unos meses llegará a España otro grupo de niños rusos afectados de cáncer para someterse a trasplantes de médula ósea y a diversos tratamientos de quimioterapia.

Cualquiera hubiera negado ayer la presencia de 91 niños en el aeropuerto de Barajas. Ni una voz altisonante; todos ordenados en torno a la cinta mecánica que transportaba sus pequeñas bolsas de viaje desde el avión. Estaban sorprendidos, casi extasiados, ante la presencia de tantas cámaras y reporteros. También un poco cansados, porque primero habían viajado desde sus respectivas ciudades para encontrarse en Minsk a las siete de la mañana y después cuatro horas de vuelo hasta Madrid. Algunos no consiguieron dormir durante toda la noche por la excitación. Pero no era sólo el cansancio lo que mantenía a estos niños serenos e increíblemente apacibles.

"Una característica de los bielorrusos es que somos muy pacíficos", afirma Nicolás Shirkó en un perfecto español. Es profesor de castellano y cuenta orgulloso cómo en su instituto se guardan cartas manuscritas de Dolores Ibárruri, Pasionaria. La historia siempre ha puesto a prueba el pacifismo de los bielorrusos, porque esta república, ocupada durante más de 20 años por los polacos, fue la primera que atacaron los fascistas en 1941. Son argumentos de un profesor de idiomas

Demasiados coches

Entre susurros, los pequeños bielorrusos comentaban impresiones durante el trayecto en autobús que los trasladó desde el aeropuerto hasta el colegio de La Salle donde se alojarán hasta el lunes. "¡Cuántos coches! Esto también es una forma de contaminación", comentaba Nicolás. Los modernos edificios en dirección a la avenida del Cardenal Herrera Oria alternaban con barriadas de chabolas situadas en la margen derecha. "¿Quiénes viven aquí?", preguntaba.El colegio esperaba, no con la anunciada paella, sino con macarrones, cinta de lomo, patatas fritas y naranjas, que los pequeños viajeros consumieron con gusto. Los niños con los ninos y las niñas con las niñas. El murmullo se rompió con una profunda expresión de fastidio cuando les dijeron que debían descansar una hora en sus habitaciones. Los chicos decidieron jugar a las cartas.

Hoy celebran una fiesta y mañana está previsto que pasen el día en el parque de atracciones. El lunes se trasladarán hasta la localidad asturiana de Candás, donde residirán en un campamento de verano. Están deseando, cuando vuelvan a Madrid, conocer el casco antiguo de la ciudad, porque los grandes edificios parece que son iguales en todo el mundo.

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