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El Oeste más grande jamás contado

Una película rodada para cinerama llega a la pequeña pantalla

Esta noche, a las 22.20 y en TVE-1, La conquista del Oeste llega por primera vez a la pequeña pantalla, medio al que combatió desde el gigantesco sistema del cinerama allá por el año 1963. Triste ironía esta de verse no ya derrotado por el enemigo, sino, literalmente, por él engullido. Porque La conquista del Oeste (How the west was won) es una obra magna, surgida de la mente de un solo guionista, que precisó de directores de la talla de John Ford, Henry Hathaway y George Marshall y un reparto de actores de primerísima fila.

Amanecían los felices sesenta. El terreno de juego se preparaba para una defunción no anunciada, previo paso por una lenta agonía y por varias mutaciones en la piel. Aunque se darían maravillas entre los grandes (For el y El gran combate; Hawks y El Dorado; Walsh y Una trompeta lejana) y entre los no tan grandes (Thorpe y Duelo a muerte en Río Rojo), el cine del Oeste expiraba. ¿Las razones? Muchas, y no todas suscritas con claridad. Las nuevas voces tenían también nuevas epidermis, como Peckinpah, como Penn, como el spaghetti western.

Una criatura hermosa

Pero he aquí que algo surgió del coco pensante de los de la Metro Goldwyn Mayer. Una idea brillantísima que parece mentira que no hubiera surgido antes: desdocumentalizar al entonces bullicioso Cinerama, tan trufado de aventuras en el Atlántico, en el paraíso o en los mares del Sur, imponiéndole la ficción en el cuerpo. ¿Qué saldría de la premisa premiosa? Una criatura hermosa, robusta, uno de los grandes tótemes de la década, pese a que quien debía enterarse primero, la crítica, no se enteró, pues andaba entonces demasiado ajetreada contando los saltos de eje de Godard, los silencios de Bergman y las soledades de Antonioni.

Pero La conquista del Oeste es una obra grande. Sencillamente, magna. No hay un solo autor en ella, pero sí un inspiradísimo inspirador, el guionista James R. Webb (un solo guionista parece increíble, cuando tantos insectos tienen puñados de ellos), que supo sintetizar toda la mítica del Oeste, amén de todo el cine que la ha forjado, desde Porter e Ince (el primiti,asmo acariciando la más avanzada técnica). Lo hizo, muy inteligentemente, atravesando con su panorámica la historia misma de Estados Unidos. En cinco episodios: Los ríos (las aventuras de los pioneros), Las llanuras (aquel grito tan quimérico, "¡oro!"; sus consiguientes caravanas, y el ataque de los indios), La guerra civil (la de Secesión, naturalmente, episodio fundamental), El tren (el caballo de hierro imponiendo el progreso, y un personaje curioso, Jethro Stuart encarnado por Heriry Fonda, pellizcando con una conciencia ecolgica muy moderna) y Los bandidos (la ley de los sin ley, la necesidad del orden en el por algo llamado salvaje Oeste).

Para la materialización de todo ello está claro que eran de menester actores de fuste; ahí van, y no todos: James Stewart, John Wayne, Richard Widmark, Henry Fonda, Robert Preston, Carroll Baker, Karl Malden, Eli Wallach, Gregory Peck, Debbie Reynolds, Thelma Ritter, George Peppard (en realidad, el principal), Lee J. Cobb, Carolyn Jones, Walte Brennan... Y realizadores con raíces y tradición. El número uno del género, John Ford, refunfuñó ante el invento de las tres cámaras, pero aceptó rodar La guerra civil. Un maestro -pese a que su nombre se acompaña del sambenito de artesano- de la talla de Henry Hathaway realizó Los ríos, Las llanuras y Los bandidos -ahí es nada- y se sabe a ciencia cierta que echó un cable en el episodio de El tren, firmado por el más discreto de los tres directores del filme, George Marshall.

El formato

Llegados al tema de las dimensiones, aquí va el del formato. Ver La conquista del Oeste en televisión es algo tan perverso que esta noche nuestro salón habría de reconverfirse en una cámara de sadornasoquismo. Por una vez, las rayas eternamente adheridas al celuloide de La conquista del Oeste (la juntura de las tres películas que son una), naturalmente simétricas evidenciarán si el formado que vemos es el íntegro o no lo es: la distancia entre las dos rayas ha de ser la misma que entre la raya de la izquierda y el lado izquierdo del televisor y la misma que entre la de la derecha y el lado derecho. Una vez que nos percatemos de que el formado se respeta (dejando dos enormes franjas vacias , por arriba y por debajo de la pantalla), no respiremos tranquilos: pensemos que, en un cálculo aproximado pero cercano a la realidad, en una pantalla de Cinerama (la más grande jamás vista desde que el cine es cine) cabían más de 500 monitores de 21 pulgadas. ¿De veras algún ingenuo cree que hoy verá La conquista del Oeste?

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