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Tribuna
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El club de los poetas muertos

La película de Peter Weir me brinda el título para atar las reflexiones que me inspira el momento social y político. Utilizo el concepto de poesía en uno de sus sentidos más nobles, reconocido por el Diccionario de la Real Academia: "fuerza de invención", "sorprendente originalidad y osadía", "elevación o gracia". El consenso de la transición política fue obra de poetas. Se creó algo nuevo, insólito, que nos sorprendió a nosotros mismos. ¿Es posible que hayan desaparecido tantos poetas? La transición cobró ya sus víctimas. Pero no ha cambiado la generación de políticos, periodistas, escritores, eclesiásticos, sindicalistas y patronos que la hicieron posible. ¿Nos hemos quedado sin inspiración creadora?La democracia española se ha puesto melancólica. Le gusta ahora recordar con tristeza la carencia de virtudes públicas españolas. Pido perdón por el uso del barbarismo judicialización, que no me gusta. Me sirvo de él para expresar una desviación, a mi juicio esterilizante, de la vida democrática. Hemos pasado de la Constitución del consenso al sarampión del neodisenso. El pluralismo enriquece; el disenso castra la fecundidad del pluralismo.

En aquel armisticio de la Carta Magna, las culturas que habían protagonizado la guerra más cainita de nuestro tiempo no firmaron sólo la renuncia al uso de la violencia. Se comprometieron con las instituciones y los instrumentos del diálogo. Habíamos comenzado a ir juntos, la primera vez en nuestra historia, por el camino de la tolerancia.

El texto constitucional dejó deliberadamente muchos problemas aparcados, que se irían resolviendo en el diálogo de las instituciones democráticas. Los valores éticos comúnmente aceptados y constitucionalizados parecían suficientes para soldar nuestras fracturas históricas.

Las sedes del diálogo: los Parlamentos, los partidos y las organizaciones civiles y religiosas, muestran ahora el cansancio y hasta la incapacidad de descubrir, en cada conflicto, el desafío siempre enmascarado bajo la complejidad y la creciente interdependencia. España, como cualquier país de nuestro entorno, se ha convertido en una madeja de pleitos. Pero esto es riqueza y no enfermedad. Quiebra la salud del cuerpo social si éste carece de mecanismos éticos, si el disenso se convierte en amenaza, si las partes litigantes se creen que lo resuelven transfiriéndolo a la sede judicial. Se renuncia así a la inspiración creadora. Los magistrados no son ni quieren ser sacerdotes de un ritual sustitutorio que contribuye a desertizar el humus democrático de la sociedad. A un matrimonio roto no se le ocurre acudir al juez para leerle las viejas cartas de amor. El título 82 de la Constitución y el artículo 27, por ejemplo, afectan directamente a dos grandes fracturas históricas. Pertenecen al consenso básico de la arquitectura del Estado. Son textos tan frágiles como una declaración de amor.

La corrupción política se ha puesto de moda. La mayoría parlamentaria ha preferido la sede judicial a la comisión de investigación. Se invoca la posible confusión que podría producirse con dos investigaciones paralelas. Como si el derecho penal y la ética política no fueran asignaturas bien distintas. De la audiencia salen vencedores y vencidos, rara vez hermanados. La actitud de diálogo vale por su propio valor ético, aunque no llegue a la persuasión. No existe otra práctica eficaz que demuestre mejor el reconocimiento real de la dignidad de la persona.

¿Está contribuyendo la democracia a consagrar la mediocridad? Esta hipótesis no carece de sentido. Los medios de comunicación de masas podrían .convertirse en instrumento de dominación de los mediocres.

El periodista francés Frangois-Henry de Virieu acaba de lanzar un libro polémico. Según él, "entramos, sin darnos cuenta, en una nueva etapa de la democracia, a la vez fascinante e inquietante: la mediacracia". La comunidad política se ha hecho esencialmente mediática.

La aplicación de la tecnología, las leyes del mercado y la inventiva de los profesionales de los medios han modificado las reglas del juego político, La comunicación política pasa necesariamente por la manipulación de los medios. El famoso cuarto poder no es tal. Porque impregnan toda la realidad sociopolítica. Los que se empeñan en pleitear con los mediácratas enloquecen como si se hubieran rebelado contra su propio sistema nervioso.

Políticos, banqueros, eclésiásticos y líderes sociales no pueden vivir sin las cámaras, el micrófono y la prensa. ¿Por qué ha aumentado la fe en los asesores de imagen? Las frecuentes exhortaciones desde el poder a la autorregulación de los profesionales de los medios suenan a discurso cínico.

Basta referirse a dos rasgos de las leyes internas de los medios. Los llamo cultura del instante y efecto agenda. Son dos cables de alta tesión en la maquinaria política.

Cada sistema tiene sus enfermedades. La mediacracia está continuamente amenazada por la demagogia. La noticia domina de tal manera que ha impuesto en los medios su imperio de la cultura del instante. El audiovisual se ha convertido en rey de la noticia. Se ha ganado el trono con la simultaneidad y la espontaneidad. Lógicamente, la noticia se alimenta de personas y hechos más que de ideas. En España hemos experimentado la revolución de la radio total y de las tertulias. A los pocos ,minutos de un suceso, la radio ya se pronuncia. Los contertulios opinan espontáneamente sobre personas y hechos. Su éxito creciente es una prueba del deleite que experimenta el español medio.

El periódico y la revista son medios de reflexión. Pero tienen que competir con el audiovisual. Tienen que pronunciarse casi tan rápidamente como la radio y la televisión. Hay que editorializar la noticia. Los columnistas de la noticia se valen de todos los recursos literarios para mantenerla un día tras otro en los primeros planos de la opinión. El espectador de Ortega se convierte en un simple mirón que pega el ojo a la cerradura para excitarse y lograr excitar a los lectores. La cultura del instante ha cambiado las reglas del debate y de la reflexión en la prensa. Incluso ha desdibujado la frontera entre la prensa seria y la sensacionalista.

El dominio del audiovisual sobre la letra impresa es general. Durante los tres últimos lustros han disminuido en Francia un 12% de lectores asiduos a la prensa diaria. Aumentan las cabeceras, sobre todo de semanarios. Con gran diferencia aumenta la venta de todo aquello que propone programas o se relaciona con el audiovisual. El francés medio ha pasado de las 16 horas semanales de televiIsión (1973) a 26 (1981) y 36 (1988). Nosotros andamos también por encima de las 20 horas semanales de media. El uso del vídeo, del magnetoscopio y del mando a distancia sirven más para acumular planos y horas de visión que para racionalizar el uso de la tele.

En 1973, el 45% de los franceses leía más de 10 libros al año. Disminuyen los lectores fuertes (20 libros por año): nada menos que un 15% entre las profesiones liberales. Otra disminución notable se refleja en la edad comprendida entre los 15 y 24 años. Curiosamente, los que abandonaron en esa edad la lectura de libros en 1973 apenas la han recuperado. Los hechos son como son, y no para facilitar el lamento dé los profetas negros.

Contra la opinión del Estado surge ahora, con fuerza de gigante, el Estado de opinión. El poder político ha querido siempre ahormar la televisión, y la encerró en la caseta del gran parque de atracciones en que se ha convertido la vida moderna. Ahora, en cambio, la radio y la televisión empiezan a modelar al poder político. Refuerzan o debilitan la vida parlamentaria. Crean relaciones distintas entre los tres poderes de Montesquieu. El miedo a los medios puede influir hasta en una sentencia.

Este otro cable de alta tensión electriza directamente a las personas. En la agenda de un gobernante o de cualquier líder social, las entrevistas, las declaraciones, las ruedas de prensa, han pasado a constituir una de sus ocupaciones más importantes. Se trata, al fin y al cabo, de comunicarse con sus electores, de cuidar su Imagen e, inevitablemente, de simplificar el mensajepara que éste se haga comprensible. Los medios seleccionan ellos mismos a sus líderes, miden periódicamente su popularidad, refuerzan o debilitan su posible caudillaje. Contribuyen insensiblemente a personalizar la vida política, e incluso a reforzar la partitocracia interna de los partidos.

Un líder político tiene que dar preferencia en su discurso a las cuestiones agitadas por los medios. Los gabinetes oficiales tienen que dedicar mucho tiempo a la noticia gritada. Asuntos más trascendentales pueden pasar a un segundo plano. La misma opinión pública sucumbe ante el discurso retórico y convierte en demanda real los asuntos de mayor voltaje mediático.

He aquí otra forma de asfixiar la creatividad. Con tópicos consagrados por el discurso público se favorece el maniqueísmo político, ese otro gran enemigo del consenso pluralista.

Los poetas no pueden morir. La transparencia y la espontaneidad son virtudes democráticas. La simultaneidad ayuda a formar la conciencia global de la sociedad mediática. Podría haber comenzado el combate a favor de la democracia cognitiva: la laicidad, que se liberó de los dognias tradicionales, tiene ahora que liberarse de otros, dictados por la tecnociencia, el progresismo y el racionalismo puro. La relación antagonista, complementaria, activa, de ideas y verdades opuestas podría hacer de los medios el gran instrumento de participación democrática. Los mediocres no podrían soportar el darwinismo cultural.

Volvemos a confundir el pluralismo con la ingobernabilidad del Estado. La estabilidad del sistema y el consenso legítimo del Estado se enriquecen con la espontaneidad pluralista. Depende, claro está, de que el poder hegemónico asuma la pluralidad y no trate al discrepante como si fuera enemigo del Estado. A los profesionales de los medios se les regula con más información y, sobre todo, con mucha más documentación. Judicializar la vida política es la peor manera de desprestigiarla. La energía creadora brota del consenso pluralista. Y éste es, a mi juicio, nuestro actual reto histórico.

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