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España ganó, pero pudo ser vapuleada

, España retornó ayer a la cueva de Miguel Muñoz, allí donde los cronistas dicen que podía más una flor que toda la furia del mundo. Faltó la raza en Ljubljana, curioso argumento que la mitología del balompié español ofrece para los momentos de desesperación y heroísmo, y sobró la fortuna en un encuentro que los hombres de Luis Suárez no merecieron ganar. El técnico no pudo reprimir un cierto disgusto por la actuación de los jugadores y confesó tras el partido que había sido el peor encuentro de la selección desde que dirige al equipo español. Tanta suerte hubo ante Yugoslavia como lagunas y dudas en el juego de España. No asustará España a sus rivales por lo visto ayer en el vetusto estadio de la capital de Eslovenia.

Los primeros 45 minutos de España ofrecieron un proyecto de juego irregular, apuntalado sobre soportes insuficientes para la magnitud de un Mundial. El manual de Suárez descansa sobre la velocidad y técnica de algunos hombres (Michel, Martín Vázquez o Manolo), argumento válido para la magia de Sevilla y ante selecciones menores. Sin embargo, cuando el rival, como Yugoslavia ayer, se hace con la manija en el túnel de vestuarios, se la lleva al mediocampo y allí comienza a hacerla girar, los recursos han de ser otros. Básicamente, la presión, la cobertura de espacios y el robo de balones en la zona ancha, detalles imprescindibles para alcanzar el área contraria con la celeridad necesaria y dejar al rival con el cogote girado. No fue así y España, empequeñecida en ese primer periodo, apenas entró en juego durante ese tiempo, desbordada, además, por la plenitud física de los hombres de Ivica Osim y por el formidable partido de Robert Prosinecki, un centrocampista de 20 años que parece llevar una eternidad en esto del pelotón.

Ahí se dibuja el principal problema del conjunto español, fino en su juego, pero exento de robustez para tareas arduas. No parecen suficiente alambrada de espino Roberto y Villarroya en la zona ancha cuando, para su mal, los laterales -Jiménez y Chendo- tienen problemas para encontrar los cauces del juego. Aguantó Zubizarreta en esos momentos de abandono, con estremecedoras paradas a cañonazos de Stojkovic (m.5), Prosinecki (m.32) y Vujovic (m.39). Y aguantó la madera, impredecible aliado, cuando Prosinecki, Viijovic y Stojkovic intentaron sepultar al portero del Barcelona.

La desgracia deslució la magnífica planta de hombres como los citados, en especial Prosinecki, mejor jugador del Mundial Juvenil de 1987, sobre el que el Real Madrid ha comenzado a mover la red. Prosinecki tuvo el control del juego en todo momento. Para el fútbol español, cada vez más escaso de jugadores con personalidad, queda el ejemplo de este futbolista, capaz de tomar el mando de las operaciones sobre veteranos de muchas guerras, como Susic, Vujovic o el mismo Stojkovic, un jugador por el que el Olympique de Marsella ha pagado 900 millones de pesetas, pero que en todo momento pareció un subordinado de Prosinecki, un jugador a la vez elegante y laborioso, capaz de echarse cuarenta metros de carrera hacia adelante o hacia atrás, escoger el pase siempre con buen criterio y sacar un remate poderoso, como aquel que se estrelló en el travesaño de la portería española.

También hubo demasiada mala suerte para la severa defensa yugoslava, imponente de aspecto y efectiva en su ejecutoria. Un gol oportunista de Butragueño (m.55) ensució tanta disciplina y permitió a España volver a Italia con un resultado de los que Suárez llama de prestigio, pero no demasiado esperanzador para encarar la cuesta que espera al conjunto español en Udine.

Casi todo el partido ofreció ejemplos preocupantes para el equipo español. La defensa cayó herida por su propia falta de contundencia física y por las aparatosas carencias que mostró Jiménez para controlar la banda izquierda. En buena medida, las dificultades de la defensa vinieron por el nulo trabajo recuperador de los centrocampistas. España acude al Mundial sin capacidad para arrebatar el balón a los adversarios en la zona grande del campo.

El encuentro se diluyó en la segunda mitad, al acusar los yugoslavos el enorme esfuerzo de la primera y ceder el timón a los españoles. Entonces sí funcionaron ligeramente los movimientos verticales de España. Martín Vázquez por fin encontró el disfraz de quilla y, apoyado por Roberto, la nave comenzó a romper el hielo. Llegó el gol y alguna jugada de mérito, pero poco más, pues para ese momento, Suárez ya había comenzado a mover el banquillo, lo que descompuso el ritmo del partido y restó trascendencia al hermoso duelo táctico inicial. En la hierba quedó el esfuerzo de Andrinúa, el trabajo de Manolo y la tranquilidad de Martín Vázquez cuando consigue aire para jugar, pero también la poca capacidad de recursos del combinado español cuando debe recurrir a otros recursos que el simple, aunque hermoso, manoseo del balón. Yugoslavia demostró que el equipo español, además de buen ambiente, posee condiciones, pues ahí está la Quinta del Buitre, aunque también adolece de la tensión necesaria en circunstancias adversas. Fue un ensayo y la excusa es válida, pero Italia parece mal terreno para depender de flores que pueden más que toda la furia del mundo.

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