En la muerte de Fernando Claudín
Conocí a Fernando Claudín en 1954, durante el V Congreso (ilegal) del PCE. Era en otoño, en un pueblecito de la Bohemia del Norte, junto al bellísimo lago Machovo. Llegaba él de la URSS, yo de mis primeros viajes clandestinos a España como instructor del comité central. Simpatizamos inmediatamente. Entablamos allí una discusión política que hemos mantenido desde entonces; en París, adonde llegó Fernando poco después del V Congreso, a incorporarse al trabajo del centro dirigente del PCE. En Madrid, antes y después de la muerte del dictador. Discusión que nos llevó, a lo largo de una durísima batalla interna en el comité ejecutivo del partido, a nuestra expulsión de éste en 1965.Se agolpan en este momento tantos recuerdos y emociones en mi memoria que es imposible ponerles orden. Pero destaca con brillo especial ahora, en esta hora en que nos abandona tan coherente y apasionada inteligencia, la imagen de Fernando a su llegada a Madrid en junio de 1959. Lo veo aparecer, en el lugar de la cita clandestina, alegre y como rejuvenecido por el hecho de volver, al fin, a la patria de la juventud y de la lucha. Lo recuerdo en todos aquellos días, tan lejanos, tan próximos. En Gaztambide, por ejemplo, en casa de Eduardo Haro Tecglen, que fue uno de sus refugios. (¡Un abrazo, Eduardo, que nos quiten lo bailado!).
Después de aquel viaje de 1959, después del fracaso de la Huelga Nacional Pacífica, comenzó la segunda batalla de Claudín en el ejecutivo del PCE para intentar modificar estrategias y análisis. La primera había sido en 1956, con motivo del XX Congreso del PCUS, de la revuelta popular en Polonia y en Hungría. Desde entonces estuvimos alineados en aquella batalla, juntos, indisolublemente unidos, serenamente convencidos de nuestra razón y de nuestra impotencia para cambiar las orientaciones oportunistas y sectarias de la mayoría de la dirección del PCE.
Juntos hasta hoy, hasta las últimas horas de lucidez de Fernando Claudín. Hasta el último resplandor de inteligencia fervorosa y crítica de este compañero del alma.
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