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El Joventut desahucia al Madrid

Luis Gómez

El Real Madrid está desahuciado. Y quizás no haya dejado de estarlo desde el 3 de diciembre. Tras perder ayer su segundo partido de la semifinal ante el Joventut, lo lógico es pensar que la plantilla se encuentra a tres días vista, una semana todo lo más, de dar por finalizada una temporada especialmente intempestiva. Es un equipo con el rostro demacrado, poco versátil, inexperto, roto por dentro e indefenso por fuera, un equipo al que ningún entrenador del mundo sacaría excesivo jugo en estas circunstancias y menos en una situación de conflicto permanente como la que vive la plantilla. Es un equipo que transforma su esfuerzo en impotencia cuando el rival hace las cosas como hay que hacerlas. Así las hizo el Joventut y el resultado no admite duda.No es demasiado complicado observar que el Real Madrid carece de recursos técnicos para imponerse sobre un rival mejor dotado, físicamente más entero, y que además actúa según sus posibilidades reales. Ha bastado que el Joventut jugase con la cabeza fría sus dos partidos en Madrid para que evidenciara como engañosa toda la estadística anterior resultante de pasados enfrentamientos. Realmente, el Joventut es hoy en día mejor equipo que el Madrid: sólo hacía falta demostrarlo. Y lo ha hecho en estas semifinales, a salvo de errores de bulto, de los que no está exento el conjunto badalonés.

El choque de ayer resultó un calco parcial del primer partido porque el Joventut fue adquiriendo ventaja en la primera parte hasta alcanzar el descanso con un marcador significativo: 26-49. A diferencia del domingo, supo conservar en gran medida esa ventaja y evitar llegar a un cuerpo a cuerpo desesperado con el Real Madrid.

El Joventut no hizo otra cosa que emplear su movilidad en el juego exterior, donde dispone de jugadores con muy buenos fundamentos, y emplear a sus pivots en la lucha por el rebote, sin alterar tan sencillo equilibrio. El discurrir de los acontecimientos se guió por tan simple lectura: entre Montero, Villacampa y Jofresa, el balón discurría rápido de lado a lado de la cancha, sometiendo a la defensa madridista, fuera zonal, mixta o individual, a una tensión física difícil de soportar. El epílogo de muchas jugadas fue monótono: el balón llegaba a Villacampa, bien desmarcado, bien en situación de uno contra uno, y éste ejecutaba sin piedad. Al descanso, Villacampa llevaba en su haber 22 tantos, casi la mitad de los cosechados por su equipo, y cuatro menos de los conseguidos por todo el Real Madrid.

El final de la historia suena a conocido: esfuerzo más viril que racional por remontar (63-74 fue el marcador más ajustado), circunstancia conocida vulgarmente como engordar para morir, y hachazo final del Joventut para impedir cualquier atisbo de esperanza en el rival.

Dado que las reservas de Llorente parecen agotarse, el Madrid ha llegado sin recursos a esta semifinal porque carece de un jugador consistente. Jugadores como Antonio Martín, Villalobos o Cargol no están acostumbrados a adoptar grandes responsabilidades; Piculín Ortiz ha llegado tarde y ha terminado diluyéndose y, finalmente, Frederick era un americano de acompañamiento. Con tamaño arsenal, la suerte del Madrid descansaba más en los errores que fueran capaces de cometer sus rivales que en su propia actuación. El Joventut no los ha cometido y ha ganado. Así de sencillo.

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