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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Voto y desconcierto

LAS ELECCIONES municipales y regionales italianas han tenido un marcado carácter político. Celebradas en un momento en el que surgen fisuras en el Gobierno de Andreotti, formado por una alianza de cinco partidos escasamente cohesionados entre sí, cada formación aspiraba a obtener de ellas el fortalecimiento de sus posiciones en la política general del país. Sin embargo, los resultados denotan un desconcierto general. Los italianos parecen saber mucho mejor lo que les irrita que la política que desean. La putrefacción del cuerpo político -del que las mafias son una expresión aterradora- está erosionando la confianza de muchos electores en el sistema democrático.Quizá el tema que despertaba mayor interés en la consulta era el de la reacción del electorado ante la coyuntura excepcional en la que se encuentra el Partido Comunista Italiano (PCI). La actual dirección, que encabeza Achille Occhetto, avanza hacía la transformación del PCI en otra cosa, en una fuerza abierta a nuevas corrientes políticas con raíces ideológicas diversas y capaz de preparar una alternativa posible de izquierda en la política italiana, algo que jamás ha existido desde la Il Guerra Mundial.

La respuesta electoral significó un descenso del 3% o 4% del voto comunista, que globalmente se mantiene en torno al 24%. Un resultado que no cabe interpretar como un rechazo a la política renovadora de Occhetto, pero que tampoco demuestra que ésta sea capaz de penetrar en capas más amplias de la población. Por ello, los que dentro del PCI se enfrentan a Occhetto en nombre de la fidelidad a las viejas siglas -y entre ellos están algunas de las figuras más prestigiosas- pueden argumentar que el descenso de los votos comunistas demuestra el daño causado por la nueva táctica. Las elecciones dejan, pues, las espadas en alto. No hay motivo para que el secretario general comunista renuncie a su proyecto de reconversión y aspire legítimamente a ensanchar su base electoral cuando se presente con otro nombre e imagen. Por otra parte, si se compara con lo ocurrido en otros partidos comunistas, puede estar satisfecho. No obstante, el efecto más claro del resultado electoral será la agudización de la lucha interna en el seno del PCI y, por tanto, su debilitamiento.

La protesta cada vez más extensa contra los vicios patentes del sistema político se ha plasmado en un fenómeno político muy particular, las ligas, nacidas en el norte de Italia, y en las que confluyen actitudes confusas: repudio del centralismo de Roma, racismo y desprecio hacia los ignorantes del sur y, como rasgo común, desconfianza hacia los partidos, tanto de izquierda como de derecha. Mientras los neofascistas han sufrido una gran derrota, las ligas -con éxitos sorprendentes, como un 20% en Milán- se basan en lemas antiparlamentarios, apolíticos, que recuerdan la querencia tradicional de sectores de la derecha a rechazar los métodos de gobierno propios de la democracia.

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Es significativo que el partido democristiano -que nunca ha roto sus ataduras con las zonas negras de la criminalidad meridional- haya mantenido su fuerza electoral, sobre todo gracias a los resultados en el sur de Italia, donde el clientelismo y los métodos mafiosos reducen en gran medida la libertad del voto. A la política de Andreotti -continuismo a ultranza- no le viene mal un electorado desconcertado, porque retrasará el proceso de una crisis de Gobierno propiciada por Craxi como primer paso para un acercamiento al proyecto de Occhetto.

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