Aislamiento
Un espeleólogo se encerró el pasado 18 de febrero en una cueva para observar, entre otras cosas, la resistencia del ser humano a la soledad. Pensaba permanecer más de un año para batir algún récord, pero el equipo médico que controlaba su evolución desde el exterior le ha obligado a salir cuando llevaba 68 días de aislamiento. Al parecer, el espeleólogo había empezado a padecer estados de ansiedad y tristeza que crecían a expensas de un estado afectivo que tendía al autodesprecio. Últimamente apenas salía de la tienda de campaña instalada en la gruta, comía muy poco y padecía pérdidas de memoria y de kilos en una proporción directa a la depresión en la que se iba hundiendo en el interior de la caverna poblada de murciélagos.Quizá te hayas preguntado al leer esta noticia si era preciso enterrar a un hombre a 250 metros de profundidad para obtener estos resultados. Hay gente que haciendo cosas tan vulgares como ganarse la vida, relacionarse con sus contemporáneos o pedir un crédito para vivir en un sexto piso alcanza una situación anímica semejante. Seguro que conoces a alguien -quizá tú mismo, tú misma - que desde hace tiempo sueña con no salir de la cama porque ya no le encuentra ningún sentido a moverse por la vida o por el supermercado cargando latas de conserva para nutrir su soledad. Seguro que entre tus vecinos hay alguien -quizá tú mismo, tú misma- que ha perdido el apetito, que ya no habla con nadie, que padece estados de ansiedad e ideas obsesivas que conducen al autodesprecio. Todas estas personas -tal vez tú misma- están al alcance de la ciencia, no es preciso ir a buscarlas a una cueva. El sufrimiento, por desgracia, está presente en cualquier semáforo, en cualquier oficina, pero a la luz del día carece de atractivo o resulta invisible.
No, seguramente no era necesario torturar a un hombre de ese modo, separándole de su familia y obligándole a vivir entre murciélagos, para obtener unos resultados tan comunes.
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