La Iínea maldita de la EMT
Los conductores trabajan con guantes ole goma, o con una barra de hierro bajo el volante, "por si las moscas". Tienen, además, que demostrar su pericia en casi todas las paradas de¡ recorrido, ubicadas en descampados, rodeadas de zanjas, y sin más marquesinas ni iluminación que el sol o la luna madrileña. En la parte de atrás, los toxicómanos de¡ barrio entretienen la espera limpiando la jeringuilla en la gomaespuma do los asientos hasta llegar al Rancho de¡ Cordobés, el supermercado de la droga. Ésta es la película de un viaje en uno de los desvencijados autobuses de la línea 131.
Campamento. Cabecera de línea. Ocho de la tarde. Después de casi media hora de espera, una docena de viajeros monta por fin en uno de los vehículos de la línea 13 1, con destino a Villaverde. Sin embargo, pueden decir que han tenido suerte y no han aguardado demasiado al autobús.Según Leopoldo Herraiz conductor destinado en esta línea, Io normal es que en un día se averíen uno o dos autobuses, alguno de los cuales con una antigüedad superior a los 10 años, con lo cual hay que llevarlos a la cochera y la frecuencia (le pasada de las unidades, establecida oficialmente entre 15 y 20 minutos, se puede disparar hasta 40 minutos en cualquier momento. Con esta perspectiva, es fácil imaginar la actitud que tienen hacia el conductor los viajeros que suben a bordo".
Escrito de protesta
"Sin embargo, y con ser graves, los problemas de infraestructura no son los más acuciantes de esta línea.", añade Herraiz, quien, junto con la práctica totalidad de los conductores del 131, han enviado un escrito de protesta acerca de sus condiciones de trabajo a la dirección de la EMT, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid y la Delegación del Gobierno. En el documento, estos trabajadores denuncian, además de la ausencia de marquesinas, falta de iluminación, los continuos atascos de las vías por las que pasa la línea, la antigüedad de los vehículos, y las excesivas frecuencias de paso de las unidades, las amenazas, agresiones y situaciones de riesgo a que se ven sometidos por un sector muy particular de los viajeros que transportan.
Se trata de los numerosos jóvenes toxicómanos que, procedentes de las paradas iniciales o intermedias del itinerario -Orcasitas, colonia de San Francisco, Pan Bendito-, utilizan el autobús como medio de transporte hasta el Rancho del Cordobés.
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La línea maldita de la EMT
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El Rancho del Cordobés es una zona de casas bajas y antiguas, con apariencia de chabolas, a medio camino entre Aluche y Villaverde, y uno de los puntos de venta de droga más concurridos de la zona.
Estos pasajeros, según explica Herraiz, suelen acceder al autobús provistos de algún bonobús manipulado, o, sin tanta sofisticación, por el expeditivo método de pasar de largo ante el conductor sin dar ningún tipo de explicaciones. "En cuanto les pides que exhiban su título de transporte o les obligas a pagar el importe del viaje, lo menos que te puede ocurrir es que, además de hacerle un repaso a toda tu familia, te amenacen con una navaja o con una jeringuilla con rastros de sangre, por lo que la respuesta más lógica es inhibirte del asunto y dejarles pasar. Sin embargo, algunos compañeros y yo hemos decidido, ante el silencio de las autoridades, pasar a la acción", afirma el conductor Herraiz.
Bates de béisbol
Esta denominada acción ejecutiva presenta, según Herraiz, varias modalidades. Unos trabajadores optan por acudir a sus puestos de trabajo provistos de diversos objetos contundentes, como bates de béisbol o simples estacas metálicas o de madera. Otros, como el propio Herraiz, se han pertrechado con guantes de goma de uso quirúrgico para evitar posibles situaciones de riesgo sanitario con los objetos que abandonan los toxicómanos en el viaje, "y hemos decidido demostrar que quien manda en el autobús somos nosotros".
Esta- postura se concreta, según su inventor, "en no dejarse avasallar por los pasajeros que te amenazan o que proyectan su violencia sobre ti o sobre los demás pasajeros", dice Herraiz, que materializa este propósito "dando frenazos o acelerones cuando los gamberros tratan de intimidarte en la plataforma del autobús, o poniendo rumbo a una de las tres comisarías por las que pasa la línea cuando alguno se pone tonto".
Otro de los 40 condutores destinados en la línea 131, Miguel Blázquez, ha tenido hasta que afeitarse el bigote y rizarse el cabello para tratar de impedir que se cumplan las amenazas de unos jóvenes que le obligaron a desviar el autobús hasta el cercano hospital Doce de Octubre. "Sin embargo", afirma Blázquez, que acaba de incorporarse al servicio después de un mes de ausencia por miedo a las represalias, "no las tengo todas conmigo, porque ya me han dicho los colegas de los que me amenazaron que la cicatriz que tengo en la cara no me la puedo afeitar".
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