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Nápoles sigue de fiesta por la Liga y se ensaña con el Milan y Berlusconi

Juan Arias

Todo estaba preparado desde hacía 10 días en la ciudad partenopea para la gran fiesta, la del segundo scudetto conquistado en tres años tras haber esperado 70 años para el primero. Pero los napolitanos, con experiencia de antigua sabiduría, saben que no se puede desafiar a los dioses, y así la fiesta estalló sólo cuando faltaban unos minutos para acabar el partido la tarde del domingo. Y únicamente quedó empañada por el joven muerto en un estúpido accidente de moto y por los más de 60 heridos, fundamentalmente por petardos y bengalas.Pero fue una fiesta inmensa que duraba aún ayer ininterrumpidamente y que nadie sabe cuando acabará. Una fiesta hecha de mil cosas: de alegría desbordante con llantos de emoción, desmayos y colapsos; de un coro al que se unió toda la ciudad que cantó la inmortal canción del Soldado enamorado: "¡Oh!, vita; ¡oh!, vita mia". Una fiesta cargada de esa ironia que hace a los napolitanos soportar tantas penas ancestrales. Esta vez, como ya hace tres años, el blanco de las bromas fue el Milan, símbolo del Norte rico, el Gollat destronado de nuevo por el pequeño David del Sur pobre.

Y con el Milan, su presidente, el multimillonario y rey de la televisión privada Silvio Berlusconi, cuyas lágrimas de tristeza y rabia se vendían en frasquitos a 1.000 pesetas cada uno. Y a quien una pancarta inmensa, llevada en procesión por las calles, lo representaba como un empleado de aparcamiento que le abría la puerta de un fantástico Ferrari a Dieguito, al increíble Maradona. El Pelusa ha adelgazado ocho kilos y sobre él recae ahora el mito de una dieta misteriosa milagrosa, ya que sin marcar goles ofreció a sus hinchas uno de los mayores espectáculos de su carrera, haciendo enloquecer al estadio.

No se puede ganar todo

A Berlusconi los napolitanos le recordaron que no se puede querer ganar todo en la vida, ya que, afirmaron, citando a Epicuro, "hay que saber vivir escondido de los dioses, que son celosos y acaban vengándose de quien los desafía".Y para que la fiesta fuera completa, no podía faltar el milagro de San Gennaro. Mejor dicho, se le han atribuido dos. Consiguió que, en la dura huelga de técnicos de la RAI-TV que impidió a toda Italia ver el partido, se conmovieran los huelguistas ante el dolor de los napolitanos haciendo con ellos una increíble excepción sindical. Y el partido se vio sólo en Nápoles.

El segundo milagro reconocido fue que, tras una jornada sin sol, cosa tremenda para un napolitano en fiesta, el disco de fuego, empujando entre las nubes para no quedarse fuera del festín, apareció de repente como un dios inundando de luz el campo de San Paolo dos minutos antes de acabar el partido. El mismo cronista de la radio interrumpió la transmisión para destacar que "había llegado el milagro", mientras que el estadio, de pie y señalando con los brazos extendidos al sol, explotó en un canto.

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