Robo
Me han robado. Como a todos. Tal vez con algo más de suerte. Rompieron un solo cristal. No ensuciaron. Se bebieron tres cervezas. Comieron queso y chocolate, que era lo único que había en el frigorífico, y se llevaron la electrónica ligera. Estoy sin tele. Sin vídeo. Sin radio. Sin casetes. Sin cadena musical. En cierto modo estoy en la gloria del silencio. Los ladrones me han liberado de Los 40 principales y de Hermida. He recuperado una paz olvidada.Pero de pronto he advertído que también desapareció mi estilográfica de gran tamaño y excepcional calidad. Y esto de la pluma me inquieta mucho. Imagino a los ladrones en acción. Pusieron dos enormes cuchillos de cocina apuntando desde la mesa hacia la puerta como si fueran ametralladoras. Imagino su ansiedad buscando inútilmente dinero detrás de los calcetines desparejados, y joyas en la cisterna del retrete. Los imagino cortando la línea del teléfono y zampándose las vituallas. Y, al marcharse, imagino a uno de la banda guardándose la pluma en el bolsillo.
Este individuo, alcanzado por el extraño magnetismo creador de mi estilográfica, se ha puesto a garaba tear palabras en un papel. Y le ha tomado gusto. Y ha empezado a escribir frases, párrafos. Artículos. Ya tiene incluso avanzado un libro -Memorias de un usurpador-, que está escrito con mi estilo, exacta mente como lo hubiera escrito yo con mí pluma.
Voy a poner anuncios en los periódicos rogando al ladrón que a cambio de un ordenador con impresora de láser me devuelva esa pluma. No soy nada sin ella. Me ha amputado el pene que me adentra en la literatura y hace soportable mi existencia. Le suplico que pida lo que quiera a cambio de mi vieja esti lográfica. Puedo obsequiarle otra idéntica con estuche y sin estrenar. Espero que acepte la oferta. Es razonable; si un día lo pillan me comprometo a testificar en descargo suyo.
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