Sangría laboral
OCASIONALMENTE, LA espectacularidad de un accidente laboral centra momentáneamente la atención sobre un fenómeno que, sin embargo, no deja de manifestarse día a día en el anonimato y que cada año lleva el dolor y la muerte a millares de familias españolas. La inmensa mayoría de los que mueren, sufren lesiones o quedan incapacitados en la mina, el tajo, la fábrica, pasan a engrosar las cifras espectaculares de los anuarios estadísticos sobre la simestralidad laboral en España. Pero, queden en el anonimato o alcancen momentánea publicidad, los accidentes laborales se han convertido en una de las más formidables sangrías de vidas humanas en nuestro país.El informe recientemente publicado por Comisiones Obreras muestra que los accidentes laborales no han dejado de aumentar en los últimos cuatro años. Un dato que la Administración admite, si bien lo vincula a la recuperación económica. Entre 1977 y 1985, la siniestralidad laboral se mantuvo estabilizada en torno a 500.000 accidentes anuales, unos 1.000 trabajadores muertos en sus puestos de trabajo y varios miles incapacitados laboralmente. Lo cual, si se tiene en cuenta que a principios de los setenta los accidentes sobrepasaban el millón y los muertos los 2.000, constituyó un progreso considerable. Pero el cambio de tendencia detectado en los últimos cuatro años, si bien puede estar relacionado con la mayor actividad económica, también demuestra un peligroso relajo en el cumplimiento de las garantías legales y materiales en el campo de la seguridad en el trabajo.
La distancia entre España y el resto de la CE no ha dejado de aumentar en el campo de la siniestralidad laboral. Entre 1986 y 1989, el total de accidentes de trabajo se duplicó hasta alcanzar en el último año una cifra próxima al 1.200.000. La progresión de la cifra de los trabajadores muertos en este período también fue espectacular, retrocediendo a la media de principlos de los setenta. Es lógico que esta situación no sea analizada exactamente de la misma forma por sindicatos, empresarios y Administración, y que unos y otros den distinta importancia a las causas que la producen. Pero parece difícil poder desligar la actual tendencia de la proliferación del trabajo eventual. Como tampoco parece ajeno a esta situación el insuficiente control de los organismos públicos dedicados a la vigilancia de la seguridad e higiene en el trabajo, prácticamente inexistente en las pequenas empresas, en las que la nula o escasa implantación sindical y la subsistencia de tecnologías obsoletas contribuyen también a que se dispare la tasa de accidentes hasta un 132 por 1.000 empleados. En todo caso, un paso previó para encarar con realismo el problema es la promulgación de una nueva ley de seguridad e higiene en el trabajo, que los Gobiernos socialistas no acaban de dar a luz pese a sus reiteradas promesas desde 1982, y que debería acabar con la dispersión de ordenanzas y vacíos normativos. Sin olvidar la importancia que para el diagnóstico y erradicación de los accidentes laborales tiene una estadística oficial puesta al día y que no oculte ninguna de las causas -Inmediatas o de tipo general- que los producen.
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