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Salvar el honor

Ante el resultado incontestable de la encuesta con los árbitros a propósito de los inventores de penaltis, parece que sólo resta salvar el honor, aunque, en este caso, el honor ya estuviera a salvo, puesto que jamás corrió peligro alguno.Dudar de la honestidad de determinados jugadores no conviene a la credibilidad de este complejo deporte que es el fútbol. Y, puesto que descarto malevolencla tanto en la encuesta como en la conclusión reflejada por ella, trataré de aportar alguna razón que justifique el resultado a modo de reparador descargo.No es casualidad el dato siguiente: todos los jugadores que han sido señalados, al menos una vez, por los árbitros como perfeccionados actores de la simulación reúnen unas características similares. Son, generalmente, bajos, miden entre 1,74 y 1,67 metros de estatura, pesan entre 72 y 65 kilogramos, son habilidosos y juegan en la punta más desamparada de sus equipos. Leáse Sabas, Milla, Narciso, Futre o yo mismo.Es evidente que el contacto de un cuerpo menudo con otro de más peso causa una situación de desventaja, de forma que el jugador menos corpulento caerá al suelo en más ocasiones que el más fornido. A esa certidumbre se suma otra circunstancia: el hecho de que esos jugadores son, por lo general, los más estrechamente vigilados por los especializados defensores del equipo contrario, que someten al delantero a un continuo castigo y en ocasiones cercano a la ilicitud.Es posible que de todas las veces que cae un delantero alguna no sea como motivo de una dura entrada, sino fruto de un roce menor, pero en ningún caso estimo sea como consecuencia de un fraude premeditado.

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Otro dato es la concreta y natural manera de desenvolverse de estos jugadores. La velocidad con que juegan, unida a la técnica de conducir el balón pegado al pie, favorece que, al menor encontronazo, por leve que sea, se desequilibren. Y, como todos intuirán, no con mucho esfuerzo, la consecuencia de la pérdida del equilibrio no es otra que la caída y el suelo.Décimas de segundo

Por otro lado, las jugadas en el fútbol moderno se ejecutan a tanta velocidad que es improbable que un jugador, en décimas de segundo, decida de manera consciente buscar el engaño para obtener una ventaja. En todo caso, muchas de las caídas en las que no hay una falta real no son más que manifestaciones de legítima defensa que compete al árbitro discernir.

Para finalizar, un apunte más. No conozco a todos los compañeros incluidos en la encuesta, pero mucho me equivoco si en sus ánimos está la intención de buscar el penalti o la falta de manera fraudulenta durante el desarrollo de un partido.

No quiero, por supuesto, poner una corona de santo a todos y cada uno de los jugadores y en todas y en cada una de sus jugadas, pero creo que serán los menos aquéllos que en el registro de sus habilidades incluyan la estafa en las caídas como estrategia o sistema alevoso.

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