Fiesta climatizada
Las orquestas y la calefacción, principales atractivos de los bailes a 40 duros en la Nave de Patatas
Don Carnal está en sus días de esplendor y los enmascarados ocupan las calles. A la hora de las brujas empieza a refrescar y los disfraces abrigan poco. Quienes no tienen fiesta privada hurgan en sus bolsillos. Cuarenta duros son suficientes para entrar en la Nave de Patatas del paseo de la Chopera, el nuevo recinto de carnaval, donde la pachanga, la salsa y los potentes calefactores calientan el ambiente. Las copas baratas entonan por dentro. A las cinco de la mañana, los disfraces están maltrechos, la vista se nubla y los abrazos de fraternidad etílica se multiplican. Es carnaval.
Enmascarados, disfrazados, embozados y naturales pagan religiosamente sus 200 pesetas para entrar en la Nave de Patatas, un sobrio edificio de acero forjado con techo y sin paredes. "Un, dos, undostres, va". Arranca el baile. El viernes arrancó por rumbas Gato Pérez. El domingo cerraron la Topolino Orquesta y Canayón. Las barras atiborradas de acodados y en la pista bailan cuerpos aún firmes.A las pocas horas el recinto registra media entrada pero la cosa se va animando. Los más frioleros se arremolinan junto a los calefactores, que se parecen focos de defensa antiaérea. "A tope, colegas", se desgañita un carnavalero de pantalón vaquero de pitillo y zapatillas de deporte.
La gente sigue llegando, pero la sala, de 700 metros cuadrados de sucio suelo de cemento, no termina de llenarse. En realidad, poco importa. La nave está rodeada de jardines en los que los más tacaños arrancan por rumba, salsa o lo que sea. El suelo empieza a llenarse de vasos de cartón.
"Hombre, público sí que viene, pero tampoco se ha llegado a llenar esto nunca hasta los topes", comenta uno de los encargado de atender una de las grandes barras. El recinto tiene capacidad para unas 5.000 personas.
Advertencia: para tomar copas primero hay que sacar un boleto de consumición. "Es para tener más control", comenta una joven de la organización.
Maaaaambó, jú". Sigue la fiesta, corren las copas. Una cenicienita de pelo en pecho se pisa los pliegues de su falda. Un payaso tiene la pintura de la cara corrida y los dibujos llenos de lamparones de sudor.
El cansancio empieza a hacer estragos. Los corros empiezan a formarse y los bailes agarrados -cogidos por los hombros y levantando las piernas en desacompasado can-can- menudean. Las luces de los edificios más próximos al recinto siguen apagadas a pesar de que el chunta-chun resuena fuerte. Al otro lado de la Nave de Patatas, la M-30 lo para todo.
Polvos pica-pica
Nadie se ha atrevido a gastar bromas pesadas. Ni polvos picapica, ni bombas fétidas, ni mixtos garibaldi. Este año el Ayuntamiento ha puesto en marcha una campaña para regular el uso de artículos de broma. Hasta el final de las fiesta de carnaval los agentes municipales extremarán las medidas de vigiliancia, que ya se aplicaron en las pasadas celebraciones navideñas.
A partir de las cinco de la mañana, los coches en doble fila y en el centro de la calle empiezan a desaparecer. Ya no se cobra la entrada. Algunos esperan los autobuses nocturnos hasta Cibeles. Media hora de espera y no aparecen. "Nos vamos a pata". Se acaba la fiesta. Son casi las seis de la mañana. La música sigue sobre el gran escenario de la nave para agotar a los aún se muestran reacios a marcharse.
En resumen, un buen sitio para fiestas, calentito y barato, y en el lado opuesto de la tradición y el empaque del baile del Círculo de Bellas Artes.
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