Bush no se atreve a iniciar una reforma económica en profundidad
Como los muertos del Tenorio, la economía norteamericana, en opinión de sus responsables, "goza de buena salud" a corto plazo a pesar de su gigantesco déficit presupuestario y de una balanza de pagos por cuenta corriente negativa que habría hecho ya quebrar a cualquier otro país que no fuera, como Estados Unidos, el más rico del mundo. Sin embargo, el problema no se plantea a corto plazo sino a largo. Sus causas principales, en opinión de los expertos, hay que buscarlas en la pérdida de competitividad de Estados Unidos frente sus adversarios comerciales, principalmente Alemania y Japón.
No hay que olvidar la parálisis que el propio sistema político norteamericano crea cuando se trata de adoptar reformas audaces, como las que serían necesarias para afrontar los retos económicos de la presente década.Como recordaba recientemente un miembro del Instituto de la Empresa Americana, "éste es un país diseñado para que sea difícil de gobernar". Esa dificultad proviene principalmente de la separación absoluta de poderes entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial incorporada en la Constitución por los padres de la Patria con el fin de que nunca fuera posible la existencia de un poder absoluto en el país.
El sistema funciona a la perfección en situaciones de emergencia cuando todo el país se agrupa como una piña en torno a su presidente. Pero, ninguno de los actuales problemas que afectan a la economía pueden provocar por separado una crisis profunda y George Bush padece, como casi todos sus antecesores, la situación desconocida en Europa de tener que gobernar con un Parlamento en el que el partido de la oposición, el demócrata, tiene mayoría. Sí a esto se anade que Bush no es precisamente un visionario ni un revolucionarlo en la vena de su antecesor Ronald Reagan, sino más bien un meticuloso administrador del día a día se comprende la preocupación por el futuro de la economía a largo plazo que expresan los teóricos.
Esa indecisión de Bush para abordar en profundidad los problemas estructurales que afectan a la economía americana se reflejaron recientemente en las modestas propuestas expuestas en su mensaje sobre el Estado de la Nación el miércoles 31 y, anteriormente, en el presupuesto federal enviado al Congreso el lunes 29. Una vez más la supervivencia política en un año electoral como 1990, en el que se van a renovar la Cámara de Representantes y un tercio de los miembros del Senado, ha privado sobre el deseo de hacer frente decididamente a los males internos que afectan a la economía.
Promesas electorales
Atado por su promesa electoral de no aumentar la presión fiscal, Bush ha enviado al Congreso un presupuesto en el que se prevé que el déficit no sobrepase los 63.000 millones de dólares, 1.000 millones menos del límite impuesto por los legisladores durante la etapa Reagan, a costa de limitar los gastos en partidas sociales y de esperar que se cumplan dos predicciones dudosas, que la economía crezca un 3.3 por ciento y las tasas de interés bajen dos puntos.Aunque el presupuesto del Pentágono se ha reducido por primera vez desde la era Reagan en 2,6 por ciento en relación con el año fiscal anterior, el presidente no ha querido aprovechar los drásticos cambios en Europa oriental y el nuevo clima de distensión en las relaciones con la Unión Soviética para reducir de forma sustancial el déficit presupuestario, que absorbe el 50 por ciento del ahorro privado norteamericano, o para hacer frente a los acuciantes problemas domésticos.
En cuanto a las propuestas contenidas en el mensaje sobre el estado de la Nación, -reducción del impuesto de plusvalías, nuevos incentivos fiscales al ahorro y concesión de créditos para la investigación y el desarrollo-, han merecido la calificación de "paños calientes" por parte de los expertos económicos del Congreso. "Se trata de una película que ya hemos visto", ha declarado uno de ellos.
Pocos creen que el déficit presupuestario no sobrepasa los 63.000 millones de dólares previstos por la Administración.
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