Europa de las ciudades, Europa de la libertad
JUAN BARRANCOConsidera el autor del texto que se debería crear el gran proyecto de una magna conferencia europea de ciudades que englobara a todos los países, desde Portugal a la URSS. Una Unión de Ciudades Europeas capaz de coordinar iniciativas que pongan en marcha programas de solidaridad, de intercambio de actuaciones en común en los diferentes campos de la actividad municipal.
Recientemente, en el curso de una conferencia tuve la ocasión de referirme con cierta extensión a los problemas y perspectivas de las ciudades en las postrimerías del siglo XX, encarando un futuro tan complejo como prometedor.Pero si el desarrollo de nuestras ciudades y el necesario aporte creativo y de imaginación a la hora de resolver y encauzar sus difíciles problemas es importante, no lo es menos el papel que las ciudades europeas pueden y deben desempeñar en el futuro desarrollo democrático de Europa, de toda Europa.
Hace años, el profesor Tierno Galván apuntó, con la creatividad y profundidad de pensamiento que le caracterizaban, el papel que las ciudades desempeñaban y habían de tener aún más en el futuro como factores de paz y de estabilidad, como impulsoras y constructoras de buenas relaciones en la escena internacional, y en nuestro caso, fundamentalmente europea.
Fruto de aquel planteamiento fue conseguir para Madrid una situación privilegiada, hermanándola con las principales capitales de los cinco continentes. Por poner un ejemplo altamente significativo, Madrid es la única capital mundial doblemente hermanada con Berlín Oeste y Berlín Este. Este hermanamiento singular adquirió en su momento un significado muy especial: ambos alcaldes entendieron que Madrid había de ser un apoyo y un puente singular en sus respectivas relaciones, que cristalizaron en la celebración de las Semanas de Berlín en Madrid, de cercana realización entre una y otra, y en las que los responsables de ambos municipios pudieron presentar y promover sus valores respectivos.
Hoy, desaparecido el muro de separación, es posible abordar las cuestiones relativas a Berlín desde una nueva óptica, articular la normalización de las relaciones entre ambos sectores y avanzar en el desarrollo de las libertades ciudadanas.
La casa común
Y es en este último aspecto: el desarrollo de la libertad, la recuperación democrática de media Europa, imprescindible para la construcción de "la gran casa común europea", en el que las ciudades están llamadas a tener un papel fundamental de iniciación. De hecho ya ha sido así. Praga, Timisoara, Bucarest, Sofía, Leipzig, Berlín y anterior mente Moscú han sido el punto, de arranque, el foco de presión popular, de exigencia de democratización del Estado. De la mano de las ciudades la democracia avanza. La reivindicación primera es, lógicamente, la recuperación de las libertades formales; la inmediata, los cambios constitucionales y legislativos necesarios que permitan la transformación del Estado sobre bases democráticas. Todo ello aparejado con la formación de Gobiernos provisionales y la promesa de convocatoria de elecciones. Todo ello es lógico y perfectamente coherente, pero tal vez fuera importante sugerir que la manera más inmediata de avanzar en la andadura democrática, consolidando los avances conseguidos, fuera la implantación de formas de gobierno democrático a escala municipal, mediante procesos electorales que en un breve plazo de tiempo pongan al frente de los destinos de los pueblos y ciudades a los representantes de la voluntad popular. Algunas ciudades como Timisoara han dado ya este paso. Bueno sería que desde el resto de Europa prestáramos un fuerte apoyo a este proceso de normalización democrática.
Fuego sagrado
En este sentido Madrid puede adquirir de nuevo un importante protagonismo. Durante muchos años, y en especial bajo la presidencia de Tierno Galván la Federación Mundial de Ciudades Unidas mantuvo el fuego sagrado de la unidad europea por encima de diferencias políticas y creando cauces para la colaboración y el encuentro.
Es posible ahora sobre la base del trabajo institucional realizado a lo largo de estos 10 años articular una propuesta de gran alcance.
La idea no es de ahora. Con anterioridad a junio de 1989 existía por nuestra parte el planteamiento de un gran proyecto que abarcase a todos los países, desde Portugal a la Unión Soviética, reuniéndolos en una magna conferencia europea. Pensábamos entonces en sus capitales, pero tal vez fuera bueno pensar en el conjunto de las grandes ciudades para plantearnos la constitución inmediata de una Unión de Ciudades de Europa, más amplia y ambiciosa que la UCE, que tuve el honor de presidir a lo largo de 1986. Una Unión de Ciudades Europeas capaz de coordinar iniciativas y propuestas que pongan en marcha programas de solidaridad, de intercambio de experiencias y de actuaciones en común en los diferentes campos de la actividad municipal.
No cabe duda que una actuación de este tipo puede suponer un fortísimo respaldo al proceso democrático iniciado en los países del Este europeo, avanzar en el camino de la paz y sentar firmes bases para esa integración de toda Europa que constituye el norte de nuestras esperanzas, la gran ilusión, ahora alcanzable, que puede y debe cerrar el siglo que ya se acaba e iniciar felizmente el que se avecina.
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