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El abismo salvador

Los casi fantásticos cambios en los países de la Europa del Este -y también en la Unión Soviética- en el curso del año 1989 han sido tan súbitos y radicales y, en más de un sentido de esta palabra, tan conmovedores que es muy fuerte la tentación de explicarlos por una de dos teorías aparentemente incompatibles sobre la naturaleza y condiciones de los grandes cambios históricos.Una de las teorías es ésta: cambios de la índole de los que se han producido no pueden ser sino el producto de grandes movimientos de masas casi enteramente espontáneos. Los ciudadanos -en un sentido muy propio: lo mismo que la Revolución Francesa de hace dos siglos, las protestas contra los poderes establecidos han tenido lugar sobre todo, si no exclusivamente, en las ciudades- han manifestado, por fin, su descontento, su oposición, su aversión a dichos poderes (en el caso de Rumanía, su rabia contra ellos), y han logrado imponerse contra regímenes tan ineficaces como corruptos, tan opresores como arrogantes. Las cantidades de manifestantes han sido un factor muy importante y hasta decisivo; no es lo mismo una protesta llevada a cabo por 10.000 ciudadanos, no digamos ya 500 o 1.000, que una expresada por medio de un millón o más. Por supuesto que las protestas (hablo de Europa, no de China) hubieran podido no triunfar. Pero triunfaron, inclusive en el caso de un régimen tan autoritario y cruel como el de Ceaucescu, y ello gracias a un verdadero consenso contra un estado de cosas que había durado mucho tiempo -en rigor, demasiado.

La otra teoría es la siguiente: no se producen estados de ánimo público como los descritos, ni pueden siquiera manifestarse, de no haber estado preparándose (históricamente hablando) el terreno, y ello posiblemente por bastante tiempo. Los cambios del tipo indicado tienen lugar a lo largo de acontecimientos que pueden durarun mes, una semana, un día, inclusive sólo unas horas, pero que no se habrían producido en tan cortos plazos de no haber mediado el tiempo suficiente. El tiempo, por sí mismo, no hace nada, pero lo que va sucediendo en el curso del tiempo sí hace.

¿Qué teoría es la verdadera?

Para empezar, en asuntos como los que me ocupan no hay realmente teorías verdaderas, o por lo menos aplicables a todos los casos. Por tanto, ninguna de las teorías de referencia tiene probabilidades de ser verdadera, aun si tratamos de que no sean tan anémicas como las he presentado y procedemos a especificarlas y, por si fuera poco, a describir con todo detalle las correspondientes condiciones concretas. Pero si hubiera que decidirse al respecto sin contar con ninguna otra explicación que las dos mencionadas teorías, yo respondería que ambas son necesarias y que no se puede prescindir de ninguna.

Esto se debe, creo, a unas cuantas verdades de sentido común.

Los cambios bruscos de la índole aludida en la historia de un país o, en general, de una comunidad humana, aparecen a veces (no siempre) en la forma de estallidos. En este sentido, la primera teoría es bastante satisfactoria. Digo bastante, porque para que lo sea un poco más, cuando menos con respecto a nuestro tiempo, hay que agregarle un par de elementos.

Uno es el poder del contagio. Supongo que los psicólogos sociales han estudiado el asunto con detalle, pero aquí basta la sencilla observación de que cuando una idea, o una emoción, se va apoderando de los ánimos y se va extendiendo sobre vastas multitudes, lo más probable es que se siga extendiendo. Cuantos más, más parece ser el empuje dominante La naturaleza de este empuje puede ser buena -como en el caso de las revoluciones en favor de la libertad y la democracia en Polonia, en la Alemania del Este, en Checoslovaquia, en Hungría, en Rumanía, en Bulgaria...- o puede ser mala -como es el caso del fascismo, del nazismo y del comunismo totalitario-, pero es probable que la naturaleza del contagio sea , desde el punto de vista psicosocial, muy parecida en todos los casos.

El otro elemento es la importancia y efectividad de los medios de comunicación, y muy en particular de la televisión. Noes una casualidad que la fortaleza más importante que expugnar en Bucarest fuera la única cadena de televisión existente (aunque bajo el régimen totalitario de Ceaucescu funcionara sólo dos horas diarias; al fin y al cabo, una de estas dos horas estaba dedicada a contar con todo detalle las hazañas cotidianas del déspota no ilustrado). Sin el poder de los actuales medios de comunicación no se explicaría mucho más de la mitad de la historia contemporánea.

Pero sin la segunda teoría todo sería mucho más oscuro. Esta teoría gana en poder explicativo si se le agrega el elemento básico "teniendo en cuenta que había tales o cuales posibilidades o que se daban tales o cuales favorables condiciones..." -que, en el caso que nos ocupa, tiene un nombre: Gorbachov- Los grandes estallidos históricos son más que puras detonaciones o sorprendentes explosiones.

Todo ello es, creo, de sentido común. Es cierto que por sí solo este sentido no explica casi nada. Pero sin él los fenómenos que me ocupan se explicarían todavía menos.

El sentido común -que gusta de narraciones y de parábolas- nos lleva a pensar que mucho de lo que ha sucedido en los últimos meses del año 1989 es comparable a la caída de una roca por un precipicio. Para que la roca cayera y produjera los efectos pertinentes era necesario que fuera arrastrada -por los vientos, por la erosión o por esfuerzos humanos- hasta el borde. ¡La roca parecía tan inerte! Pero por su peculiar situación y por su peso tenía en forma latente todas las fuerzas que, al llegar a cierto momento -especialmente aquel momento en que podíamos preguntarnos: ¿caerá?, ¿no caerá?, ¡ojalá caiga!-, se actualizaron e hicieron que lo que parecía tan quieto, tan inmóvil, tan paciente, tan sumiso, revelara poseer una fuerza que nadie, o muy pocos, habría podido sospechar.

He echado mano de una metáfora -la del abismo- que no parece muy apropiada para hablar de lo que hasta ahora han sido movimientos de liberación de países y comunidades oprimidos. Llamar a eso un abismo parece ofensivo. Para quitar el mal sabor de boca agregaré que se trata de un abismo salvador.

es filósofo, cineasta y novelista.

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