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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La catástrofe

"LA CIRCUNSTANCIA de que buena parte de los fallecimientos se haya debido a la asfixia por humos tóxicos obliga también a un examen riguroso de los materiales de construcción, que contrarrestan dramáticamente su menor combustibilidad con su capacidad para producir gases letales...". La publicación de este párrafo en un editorial publicado el 18 de diciembre de 1983, hace algo más de seis años, demuestra -entre otros aspectos- el maldito carácter cíclico de las torpezas del ser humano. El desastre de la discoteca de Zaragoza en la madrugada de ayer, como el de la madrileña de Alcalá 20 -que motivó el editorial que inicia este comentario- y como tantos otros más, no es sino la demostración palpable de la incapacidad individual y colectiva por conseguir una convivencia más armónica y razonable.Los expertos analizarán el material con que se construyó o decoró, la discoteca Flying, causante directo, al parecer, de la liberación del gas cianhídrico -arma mortal de la tragedia-, encontrando sin duda explicaciones científico-forenses. Pero desde la contemplación del suceso sabemos que todo indica que las llamas surgen por una sobrecarga eléctrica y que el local cumplía los requisitos administrativos -muy severos en Zaragoza tras las tragedias del hotel Corona de Aragón y la ya citada de Alcalá 20-, si bien es verdad que ni los avances técnicos ni las exigencias administrativas han conseguido solucionar la ecuación entre negocio, funcionalidad y seguridad. Vivimos en el deslumbrante siglo de las revoluciones políticas y tecnológicas, pero cada vez provocamos con mayor potencia una consciente o inconsciente capacidad de muerte y destrucción. Conviene recordar también que seis años después del incendio de la discoteca madrileña aún no se ha celebrado el juicio correspondiente. La lentitud judicial no es precisamente un estímulo para el cumplimiento de las normas y, consiguientemente, para el ejemplar castigo de quienes las puedan incumplir.

Las tragedias colectivas forman parte ya del paisaje cotidiano. Desde el lamentable servicio de muchas industrias libres de toda sospecha, pero acostumbradas a producir en la chapuza, hasta la injusta y desesperante lentitud de la justicia, los lamentos por las calamidades se repiten cada vez que sucede una de ellas. Habrá que esperar el resultado de las investigaciones sobre el incendio de la discoteca zaragozana, pero todo permite deducir que el ser humano es radicalmente incapaz de construir un futuro inmediato en el que el ocio, el trabajo y las relariones con su entorno estén basados en la sensatez y el respeto.

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