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Racismo y orden social

Víctor Gómez Pin

La "disciplina republicana", expresión tradicional con la que en Francia se designaba el trasvase de votos entre comunistas y socialistas a favor del candidato mejor situado, acaba de ampliarse a los candidatos de la derecha democrática. ¿La razón de este hecho insólito desde la liberación? Cerrar la vía a los candidatos racistas del Frente Nacional, que en alguna localidad supera el 40% de votos y en Marsella alcanza aproximadamente el 33%.En Francia, como en otras partes, el racismo destaca entre las clases populares sin excluir una franja de la clase obrera urbana; es decir, los sujetos más racistas son aquellos a los que las condiciones materiales de existencia equiparan mayormente a las víctimas del racismo.

De ahí la consternación que en los espíritus bien pensantes provoca el fenómeno: ¡racismo en el núcleo sociológico de la democrática y liberal Europa!

Y tras la consternación, naturalmente, un repaso a los principios éticos por parte de los intelectuales y una exhortación a los ciudadanos por parte de las autoridades civiles o religiosas. Todo ello, sin embargo, perfectamente estéril; y mientras proliferan los discursos edificantes, en Hannover, Marsella o Valencia, el turco, el magrebí y el suramericano sienten que en su entorno cotidiano se acentúa la sordidez de las miradas que excluyen.

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Y es que el discurso antirracista sólo es teóricamente fértil si no elude la interrogación fundamental: ¿Por qué el - racismo? ¿En qué condiciones éste resulta inevitable? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de su superación? Y el discurso antirracista sólo es eficaz si, tras desvelar las causas, apunta a su efectiva liquidación.

Pues bien, la anterior constatación de que en la Europa actual los sujetos más racistas son los más próximos a los que sufren del mal sólo admite dos explicaciones: o bien son racistas por maldad intrínseca de las clases populares (explicación indiscutiblemente racista que a más de uno quizá tiente), o bien son racistas porque las condiciones materiales en que su vida transcurre son intrínsecamente canallescas y conducen irremediablemente a desplazar sobre víctima aún más desprotegida la agresividad por la rapiña de que se es objeto.

El racismo no tiene origen ni en el orden biológico ni en el espíritu de un pueblo forjado en la comunidad de lenguaje. El racismo tiene ciertamente caldo de cultivo en lo que constituye expresión de una historia y de una comunidad de referencia (religión en primer lugar, como lo muestra el hecho de que en Europa va dirigido esencialmente contra los musulmanes), pero su matriz real reside en las condiciones sociales que condenan a una parte de la población a la astenia de su capacidad inventiva y creativa y a la mutilación de su capacidad afectiva. Por eso el racismo no se curará jamás con buenos sentimientos individuales o colectivos. El discurso antirracista ha de inscribirse en un proceso efectivo de destrucción del germen. Pero ciertamente tal discurso, a la vez explicativo y operativo, se vincula a un proyecto que hoy parece agonizante; proyecto sustentado en la convicción de que, más allá de sus diferencias, los humanos son equiparables entre sí por su mera condición de seres racionales, mas esta esencial igualdad sólo será efectiva cuando las bases materiales de la jerarquización irracional entre los seres de lenguaje sean abolidas. De la agonía de este proyecto se alimenta hoy no sólo el conservadurismo, sino también el oscurantismo, resucitando valores contra los que se alzó el pueblo, no ya en la Revolución de Octubre, sino incluso en la Revolución Francesa. Y así, más allá de la conciencia religiosa individual, el Santo Padre vuelve a ser referencia respetada y (sobre todo) temida; correlativamente, un pensamiento en genuflexión se vuelca sobre la crisis de la razón, no para lamentarse e intentar poner remedio, sino para regocijarse y darle -en caso de respiro- la puntilla. Mas no cabe regresión de la razón sin regresión social y, sustentado en ambos, retorno del espíritu a los prejuicios, ya denunciados por Descartes, que hacen aparecer "extravagantes y ridículas las cosas admitidas y aprobadas comúnmente por otros grandes pueblos".

¿Racismo en Hannover o Marsella? Racismo entre nosotros, en todos y cada uno, en la medida en que interiorizamos un discurso que de la propiedad privada y la jerarquización de los humanos a la propiedad inherente hace un principio estructuralmente configurador del orden social. Y si se objeta que la evolución misma de los grupos o regímenes radicales viene a dar empírico respaldo a tal tesis, si se afirma que todo proyecto transformador ha de limitarse a una justa y equitativa satisfacción de exigencias de individuos cuyas necesidades se inscriben en el régimen de propiedad privada y cuyos deseos son perfecta y acabada expresión del funcionamiento de éste, entonces, por mucho que proliferen los discursos edificantes, el racismo seguirá siendo ciénaga en la que el deseo de vincularse al otro se empantana.

Víctor Gómez Pin es catedrático de Filosofía de la universidad del País Vasco.

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