Lucha por el poder
DOS SEMANAS largas después de la muerte de Pedro Toledo, la lucha por el poder en el Banco Bilbao Vizcaya (BBV), primera entidad financiera española, prosigue encarnizada y descarada ante la opinión pública. Para los centenares de miles de clientes y para los miles de empleados y accionistas de la institución no es lo más prioritario en estos momentos saber cuál de las dos partes -los antiguos núcleos familiares del Banco de Bilbao y del Banco de Vizcaya- tiene la razón; lo importante para ellos y para el conjunto del sistema financiero español, últimamente aquejado de muchas guerras de banderías, es que el banco funcione al ritmo que le había acreditado como el más dinámico y el más moderno del sector.No está ocurriendo así; independientemente de que las oficinas bancarias estén abiertas y actuando, e independientemente de las declaraciones bienintencionadas y lógicas de algunos de sus máximos directivos, lo cierto es que la cúpula ejecutiva del BBV permanece bloqueada, entendiendo que lo que dirimen 40 consejeros afecta mucho más a su propia proyección profesional que al futuro del banco y, por consiguiente, de los ciudadanos que en él depositan su dinero acudiendo a razones de confianza y rentabilidad. Además, esta crisis de poder está afectando a la credibilidad internacional de las finanzas españolas. Se ha llegado a la situación insólita de que la comisión delegada del banco tenga que aprobar algo tan significativo en la cuenta de resultados como un dividendo a cuenta a los accionistas sin la participación en la reunión de la parte correspondiente al antiguo Banco de Vizcaya. La batalla por el poder en el BBV semeja mucho más a una contienda de señoritos que a la coyuntura por la que atraviesa el sector financiero español en los albores del siglo XXI.
Y en esta contienda se está utilizando todo tipo de armas, incluidas la intoxicación a la opinión pública a través de los gabinetes de imagen, las medias palabras y las filtraciones interesadas, sin tener en cuenta los intereses de quienes realmente son los mayores propietarios de la institución.
Editorialmente ya dimos nuestra opinión sobre el fondo de la cuestión: el súbito fallecimiento de Toledo planteó la posibilidad práctica de acabar con el período de excepción nacido del proceso de fusión paritaria de dos culturas empresariales y dar un paso adelante en la consolidación unitaria del banco. Pero también es cierto que si por esa riña de familia no se da ese salto adelante es preferible volver a los acuerdos de la fusión -la presidencia compartida- que a la ruptura práctica de la misma. El coste de oportunidad de la fusión del BBV -es decir, el valor de la alternativa a la que se renuncia por no llegar a un acuerdo unitario- es muy alto, y los accionistas habrán de pronunciarse y exigir fuertes responsabilidades al consejo de administración.
Quince días después de la muerte del banquero, los hechos, tozudos, dan aún más la razón a quienes defienden la necesidad de evitar una escisión práctica en el seno del BBV que acabe con lo que se definió como una de las operaciones financieras más brillantes con vistas al mercado único de 1993.
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