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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El juramento

A lo largo de los años en el ejercicio de la abogacía, y también como magistrado suplente, en las salas de lo Penal de la Audiencia de Barcelona (distinguidas por su clamorosa insonoridad, hoy mejoradas con micrófonos., que a veces funcionan), he vivido la reiterada escena de pedir al testigo que jure por Dios o por su honor decir la verdad.El sorprendido y asustado testigo (quizá la víctima del delito) en el ambiente severo de togas, de ceremonias desconocidas y resonancias para mal enterarse de cuanto allí se habla, lo único que tiene claro es que en ese momento se puede ventilar su propia libertad.

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En los juicios civiles, de procedimiento escrito, la declaración se presta casi siempre en secretaría frente a una máquina de escribir donde se sienta el oficial o el auxiliar; y ¿quién es el auxiliar para tomar juramento?... En suma, el que declara lo hace sin someterse a ese requisito. Se incumple la ley...

El juramento entre nosotros es pura fórmula externa, no es algo que obligue... Excepto para el testigo ya dicho, quien, sobresaltado, condiciona su declaración al temor. Nadie va a la cárcel por perjurio, palabra casi desconocida.

Existe otra circunstancia que desmonta y quita rigor al juramento exigido ante los tribunales. Se hace jurar por Dios o por el honor del declarante. Para un ateo o escéptico, Dios no existe, y quizá nunca se haya detenido a considerar su honor. A quien se jacta de nihilista, Dios y el honor los resume en una sonrisa irónica... Por tanto, jurar por el Ser Supremo o por la propia fama, en algunos casos es hacerlo en el vacío... Y es, de paso, "tomar el santo nombre de Dios en vano", uno de los pecados del Decálogo.

La falta de eficacia del juramento, solemnidad necesaria en ciertas relaciones humanas como garantía o camino hacia la verdad, repercutirá negativamente en las sentencias de los tribunales. No es un rito vano, es un signo de madurez de la sociedad. Y ¿cómo hacer, si se quiere mejorar la justicia, para lograr una población más responsable, más creyente en las fórmulas judiciales? A nadie se le pedirá que cumpla el segundo mandamiento, ni a nadie que reconsidere el respeto a sí mismo.

No basta tampoco con recordar las penas previstas para el falso testimonio, si luego no se aplican ... ¡Aplíquense! En cuanto alguien resultara encarcelado por burlar, no a Dios ni a su honor, sino al Código Penal, en cuanto trascienda a los periódicos, en cuanto cunda la alarma, se habrá despertado la conciencia colectiva.- . Abogado y ex magistrado suplente.

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