Todavía falta un dominó
Las 'fichas' del marxismo-leninismo caen una tras otra en Europa del Este
La paradoja de aplicar la teoría del dominó a la situación de caída libre de los regímenes comunistas en la Europa oriental es la de que el primer dominó, el que puso en marcha todo el proceso, no se ha descabalado aún. Cuando el 11 de marzo de 1985 Mijail Gorbachov era elegido sucesor de Konstantín Chernenko, el dominó más poderoso de todos comenzaba a desequilibrarse portentosamente sin que entonces fuera posible percatarse de lo que se estaba fraguando. Igual que se decía que cuando la economía norteamericana pillaba un resfriado, Occidente entero se veía aquejado de pulmonía, la simple y progresiva desestabilización política de la ficha soviética ha provocado en los últimos meses una carambola de dominós que está barriendo los regímenes del marxismo-leninismo de la Europa del Este.
Sobre el terreno, en la cronológía estricta de unos acontecimientos referida sólo a las piezas del juego afectadas por el vendaval de Moscú, el dominó decano se llama Polonia. Cuando el 4 de junio pa ' sado se celebraron las primeras elec ciones libres de la era comunis ta en el país, y se produjo no sólo la victoria sino el aniquila miento del adversario por parte del sindicato-partido de Solida ridad, se había franqueado un Rubicán político, tan decisivo como la designación de Gorbachov cuatro años antes. Pero en la circunstancia polaca sólo unas semanas, las que mediaban hasta el 19 de julio con la elección parlamentaria del general Jaruzelski como sucesor de sí mismo en la, presidencia del país, bastarían para decantar el futuro. El 24 de agosto siguiente, tras laboriosas negociaciones en las que la Vieja Guardia comunista se veía reducida al silencio por la intervención de JaruzeIski y un grupito de generales patriotas, se formaba el primer Gabinete de dirección democrática en la Polonia de la posguerra. El intelectual católico de Solidaridad, Tadeusz Mazowiecki, era el primer jefe de Gobierno no comunista en el Este de Europa.
Los acontecimientos que habían venido cargándose de razón, de impaciencia, de necesidad piafante de expresión, adquieren su celeridad definitiva cuando el ejemplo polaco parece probar que los tanques soviéticos no están por la labor.
Hungría, donde había muerto el 6 de julio el veterano líder del antiguo tiempo Janos Kadar, asiste al inédito espectáculo de un partido comunista que apostata y se rebautiza como partido socialista el 7 de octubre; el 23 del mismo mes la dirección ya socialista proclama el nacimiento de la República de Hungría, que sustituye como democracia sin adjetivos al régimen del marxismo-leninismo.
En Alemania oriental, los meses de octubre,y noviembre son los decisivos. El 18 del primer mes el jefe del Estado y líder del partido, Erich Honecker, es destituido, y el 9 de noviembre la caída del muro de Berlín muestra al Miundo que el mantenimiento del régimen comunista con un simple cambio de nombres ya es insostenible. Egon Krentz, apañado sucesor de Honecker -hoy bajo inves tigación judicial por corrupción económica- dimitía semanas después para dar paso a un Gobierno de coalición dirigido por el comunista Hans Modrow, que prometía elecciones libres en 1990. El 10 de noviembre era el dominó búlgaro el que caía con la destitución, y posterior encausamiento, de Todor Jivkov, 35 años en el poder, entusiasta propagandista de la perestroika soviética, pero escasamente ágil a la hora de ponerla en práctica. El sucesor, Petar MIadenov, prometía elecciones libres el 13 de diciembre. y concluía, como los anteriores, con el principio constitucional que otorgaba vitaliciamente el papel hegemónico en la sociedad al partido comunista.
La última fichaTras semanas de protesta Popular contempladas con una cierta ecuanimidad por las fuerzas de seguridad checoslovacas, dimitía el 24 de noviembre toda la dirección del partido comunista, encabezada por Milos Jakes. El nuevo jefe de Gobierno, Marian Calfa, formaba un Gabinete de coalición nacional con la oposición, el mismo día 9 de diciembre en que abandonaba la presidencia Gustav Husak, y todo apuntaba a la próxima elección del dramaturgo Vaclav Havel, líder de la disidencia, como jefe del Estado.
Finalmente, ayer, 22 de diciembre, tras varios días de conmoción a sangre y fuego en las principales ciudades de Rumanía, parecía segura la caída del conducator, Nicolae Ceaucescu, que tan sólo el 24 de noviembre pasado había sido reelegido por disciplinada aclamación secretario general del partido comunista. A diferencia de los casos anteriores, en los que la dirección del partido mal que bien y atendiendo siempre a las sugerencias de Moscú, había encajado la protesta popular, anticipándose apenas por alguna cabeza al desbordamiento de la tensión con las reformas, en Rumania ha sido el pueblo, masacrado vanamente, el que puede reclamar un heroico protagonismo en la lucha contra la dictadura.
Las fichas del juego político en la Europa del Este están cayendo velozmente en el curso de apenas unos meses, respetando por ahora al principado comunista de Albania, y a la Federación Yugoslava, un día líder de las modernizaciones, en un limbo de difícil mantenimiento. Pero, sin embargo, el gran dominó soviético permanece en un diricil equilibrio entre reforma sinceramente deseada, y unas enormes dificultades de realización de la misma a los cinco años del comienzo del reinado de Gorbachoy.
Tan sólo el pasado día 12 el pleno del partido comunista soviético se veía obligado a negarse a debatir la eliminación del artículo 6 de la Constitución, que virtualmente establece el monopartidismo en la URSS. Anteriormente, el Soviet Supremo había aprobado por unas docenas de votos la retención de la cláusula de ese pecado original totalitario, pero evidentemente la bola ya había echado a rodar contra un dominó que, sin haber caído todavía, ha barrido prácticamente el juego de fichas del llamado socialismo real en la Europa del Este.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.