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Tribuna:LOS TIPOS DE INTERÉS COMO EJE DE LA POLÍTICA ECONÓMICA
Tribuna
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Sobre la situación de la economía española

El objetivo básico de la política económica española es la lucha contra la inflación, y el instrumento exclusivo, la utilización de la palanca financiera. El tipo de interés se sitúa en el centro de la escena, porque del mantenimiento de niveles elevados se esperan tres efectos:1. Apoyo a la contención de la demanda interna.

2. Mantenimiento de un tipo de cambio fuerte, que abarate importaciones y colabore con la reducción de la inflación.

3. Atraer capitales para financiar el creciente déficit por cuenta corriente.

El propósito de este artículo es argumentar que la continuidad de dicha política conduciría a contradicciones crecientes, perjudicaría al aparato productivo, sería regresiva en cuanto a la distribución de la renta, afectaría negativamente a la cohesión social y, en definitiva, no sería sostenible a medio plazo.

Beneficiarios y perjudicados

1. A la actividad productiva, por una triple vía:

a) Desaniman la expansión empresarial, al expulsar a empresas solventes del mercado de crédito.

b) Aumentan los costes de las. empresas e implican que trabajen en condiciones poco competitivas respecto a otros países con tipos más reducidos.

c) Influyen en la utilización financiera de los excedentes empresariales.

2. A las personas situadas en Festratos de renta baja e intermedia que no tienen activos financieros, pero sí deudas.

3. A los jóvenes que desean formar un hogar y el alza de la vivienda y el mantenimiento de tipos altos impide este objetivo.

4. Al propio sector público, porque obliga a la refinanciación de la deuda pública acumulada a tipos altos.

En sentido contrario, los altos tipos de interés benefician a los acreedores; es decir, a todos aquellos con patrimonio acumulado, que son los situados en los estratos altos de renta, y que corresponden al colectivo de mayor edad. Entre los principales beneficiarios están los acreedores extranjeros, que contemplan con agrado, supongo que con algo de asombro y, desde luego, muy alerta, la combinación de tipos de interés elevados y la fortaleza de la peseta.

La continuidad del esquema actual obliga a establecer penalizaciones y controles cuantitativos. Nuestros altos tipos de interés atraen capitales, pero los más bajos del exterior inducen a nuestras empresas a endeudarse en otras monedas, de manera que resulta obligado penalizar esta posibilidad para compensar el diferencial de tipos de interés y evitar el desplazamiento del mercado de crédito interior por otros con tipos de interés más reducidos.

Por otra parte, los altos tipos no son suficientes para frenar la potente demanda interna, en particular, la demanda de consumo que se apoya no sólo en el aumento del empleo y en la mejora de las expectativas, sino también en el endeudamiento creciente de las familias, que se han mostrado insensibles a la elevación de tipos.

Esta situación ha obligado a establecer limitaciones indiscriminadas al crecimiento global del crédito, lo que supone la expulsión de los demandantes más sensibles a los costes financieros, es decir, de las empresas. No hace falta insistir en que estas penalizaciones y limitaciones van en contra de los objetivos dé integración financiera apoyados por nuestro país y expresados en el Acta Única.

Se dirá que la política aquí criticada ha dado excelentes resultados en los tres últimos años, y ello es cierto. Sin embargo, la coyuntura ha sido excepcionalmente favorable, con costes energéticos decrecientes, climatología positiva y expansión internacional.

La estabilidad del sistema político y la legitimación.de la figura del empresario han sido los principales activos que han propiciado la entrada de capital extranjero, fundamental no sólo para la balanza de pagos, sino por la promoción de iniciativas empresariales.

Pero el propio crecimiento ha puesto en evidencia las limitaciones existentes de orden microeconómico, y hace pensar que la continuidad de la misma política aportará rendimientos decrecientes, aunque persistiera un entomo internacional favorable.

La carencia de infraestructuras adecuadas, el funcionamiento de la Administración, la precariedad de los servicios públicos, la carestía de la vivienda, la presión fiscal centrada sobre las rentas de traba o declaradas, la falta de adecuación de la oferta laboral por el fracaso de la formación profesional ... ; todas estas limitaciones cercenan las posibilidades de un crecimiento estable y provocan grietas en la cohesión social, lo que hace que la receta, ya tradicional, de altos tipos de interés y peticiones de contención salarial pueda enfrentarse a una desconfianza creciente de la inversión extranjera y a reivindicaciones en el mundo laboral que resulta claramente perjudicado.

La fortaleza de la pesetaLa lucha contra la inflación debería aceptar los condicionantes microeconómicos que están en la base del diferencial de inflación subyacente con países como la República Federal de Alemania. Lo adecuado es reducir estos condicionantes, pero ello no es posible con el manejo de los tipos de interés y de cambio. Si la actuación se centra en la palanca financiera, sólo se conseguirá afectar negativamente al aparato productivo.

En la actualidad, la pretensión de todos los países, incluida España, es reducir inflación mediante el abaratamiento de las importaciones que permite una divisa fuerte; y, así, estamos compitiendo con decisión, e incluso con éxito, con el marco.

La diferencia es que Alemanía federal tiene una balanza comercial con amplios excedentes y su industria exportadora es capaz de resistir revaluaciones; en cambio, la industria exportadora y el turismo en nuestro país no tienen la misma capacidad de resistencia. Los alemanes occidentales apoyan la revaluación para reducir su inflación con el respaldo de una industria fuerte; nosotros queremos también una peseta fuerte para luchar igualmente contra la inflación, pero nuestro respaldo son tipos de interés elevados.

El sentido común debería advertir de lo artificial que resulta imponer a la economía española objetivos a la alemana, sin su Administración, su infraestructura y la competitividad de sus empresas. Sólo en la medida en que mejoren éstas podrá aspirarse a una peseta fuerte; pero ignorar las carencias y centrar la actuación en la palanca financiera es una política condenada al fracaso a medio plazo, porque, aparte de los efectos sobre el aparato productivo, la regresión que supone la distribución de renta resultante de esta política resta fuerza moral y afecta a la cohesión social, imprescindible para conseguir un clima de estabilidad. Poner objetivos inalcanzables conduce a la frustración y a la falta de credibilidad.

La política macroeconómica tiene pues tres opciones:

1. Centrar su actuación en eliminar las rigideces que dan lugar a una inflación subyacente cuya persistencia es clara, su origen es microeconómico, y asociada a las rigideces que impiden el libre juego de la competencia. Se debe, pues, a razones microeconómícas, y el papel de la Administración en el ordenamiento de la situación es decisivo. No cabe ser muy optimista a la luz de la experiencia del pasado, porque para actuar en ese campo hace falta no el manejo académico de cuatro variables macroeconómicas, sino capacidad de gestión, entusiasmo y credibilidad. Se trata, en cualquier caso, de política económica de verdad y sus frutos, supuesta capacidad y decisión para realizarla, se aprecian a medio y largo plazo.

2. Si no se plantea como meta fundamental reducir la inflación subyacente actuando sobre las carencias microeconómicas que la sustentan, aceptar la realidad sin plantear objetivos inalcanzables como en el pasado, ni forzar la paridad de la peseta mediante tipos de interés más altos que sus competidores comerciales.

3. Ignorar la realidad del diferencial de la inflación subyacente e intentar reducir la tasa de inflación mediante altos tipos de interés que fortalecen la peseta y abaratan importaciones, pero que afectan negativamente al aparato productivo y al turismo. Esta opción, que es la seguida, parece querer ignorar que la persistencia del diferencial de inflación ha de manifestarse forzosamente a medio plazo en los tipos de cambio, y si se intenta contener el inevitable ajuste mediante altos tipos de interés y establecimiento de controles, pronto se pondrá de relieve la falta de realismo de esta alternativa, porque los inversores extranjeros pueden aceptar espejismos transitorios, pero perciben claramente la estabilidad o inestabilidad de una situación deter, iinada, y el indicio fundamental para que se genere la desconfianza es el déficit creciente en la balanza por cuenta corriente que genera la política seguida.Existen alternativasNo se diga, pues, que no hay alternativa a la política económica tal y como hasta ahora se ha diseñado. No sólo las hay, sino que la adoptada no es realista porque no podrá mantenerse a medio plazo. La única política económica capaz de obtener resultados a medio plazo en la lucha contra la inflación es la que centre su atención en la gestión microeconómica e intente efiminar el diferencial de inflación subyacente, enquistado sobre todo en los servicios, que es la rúbrica con mayor trascendencia en el índice de precios al consumo (IPC), cuya progresión anual en los últimos años no ha sido inferior al 6%, y sobre la que no puede actuarse mediante el abaratamiento de las importaciones.

Antonio Torrero Mañas es catedrático de Estructura Económica de la universidad de Alcalá de Henares.

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