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No, mi coronel

Juan Luis Cebrián

Cuando cumplí los 21 años me dieron un chopo, un petate y una orden:-Vas a limpiar el suelo de las letrinas con la lengua. Había entrado en la mili.

Por las mañanas me confundía, a la llegada al cuartel, con una pléyade de uniformados que ganaban las escaleras con el apresuramiento de los ejecutivos y portaban todos una carterilla negra que debía encubrir, pensaba yo, los secretos de la estrategia, las argucias de la táctica, los estadillos de la inteligencia. En seguida me enteré de que era la bolsa del pan donde, según categorías y mando, y según tamaño de cada familia, entalegaban uno, dos o tres chuscos para el almuerzo.

Un teniente que daba clases de formación a los reclutas nos ilustraba a diario sobre las virtudes del macho y la inadmisible moda de que los hombres usáramos colonia, "porque a la mujer le gusta que golamos". En cuanto pude, me enchufé en una oficina y compatibilicé aquello con mi trabajo y vida particular. Alternaba tres veces al día el uniforme de soldado con la gabardina de civil. Después de 18 meses me licencié. Había pegado cinco tiros con el mosquetón, andado 20 kilómetros en torno a Loeches e ido a por tabaco para el sargento en un centenar de ocasiones. También tuve que acompañar al hospital a un recluta que había pillado unas purgaciones haciéndoselo con una puta, pon un duro, contra la tapia de la escuela militar de Getafe. Ese es el Ejército que yo conocí. Entonces no había democracia en España, ni partidos legalizados, ni UCD, ni PSOE; pero el coronel Martínez Inglés había salido ya de la Academia.

Me lo he pensado dos veces antes de escribir este artículo en una semana en la que los hombres de uniforme están siendo otra vez atacados por el terrorismo de todos los signos. El radicalismo etarra y el oscurantismo de los GRAPO se han cobrado sus víctimas en medio de una crecida de la tensión como no conocíamos desde hace tiempo. Pero precisamente por que corren tiempos turbios es mayor nuestra obligación de reflexionar sobre estas cuestiones.

Apuntarse a la teoría conspirativa de la historia es una costumbre paranoica. Yo no creo que los acontecimientos que hemos vivido en los últimos días hayan sido preparados, manipulados y concertados por nadie. Pienso más bien que hay una convergencia de actitudes, de desesperaciones y de crímenes que dirigen todos ellos su acción a una misma meta: desestabilizar. Quienes eso intentan se aprovechan además del juego de disentimientos y oposiciones que la democracia conlleva, y de las frustraciones de no pocos e ingenuidades de muchos actores de nuestra vida política. De manera que los sucesos se han producido con inusitada rapidez: intentos de desautoriza ción del proceso electoral, es calada de los terrorismos etarra y fascista, estupor y parálisis gubernamental -seguido de esas bárbaras declaraciones del ministro del Interior-, reclamaciones del derecho a la autodeterminación por parte de los partidos nacionalistas catalanes y, vascos, enfrenta miento entre el Ejecutivo y los jueces, movilización callejera de la policía, oportunismo sindical de la derecha, y -de lo que hoy quiero escribir pese a las circunstancias- apoyo al militarismo, al amparo de libertades democráticas esenciales como la de expresión.

Me dicen los enterados de estas cosas que el coronel Martínez Inglés, que hoy purga su desobediencia al mando en una cárcel, sabía hace ya tiempo que no iba a ascender al generalato y esperaba incluso que cuando su ya famosa obra, España indefensa, estuviera en librerías él habría pasado a la reserva transitoria, en la que conservaría el sueldo íntegro, pero no hubiera podido ser objeto de los castigos que hoy recibe ni de su eventual expulsión del Ejército.

No sé si efectivamente este caballero había hecho semejantes Cálculos o estas historias: son sólo insidias de sus enemigos para desprestigiarle. El caso es que desde que salió publicada su obrita corre como la pólvora por los cuartos. de banderas, azuzando el descontento militar contra el Gobierno en un momento en el que pasan todas las demás cosas que he descrito. Pero no sólo eso, sino que al hilo de una manifestación suya a favor del servicio militar procesional y no obligatorio, sus opiniones se han hecho populares en la Prensa v se ha intentado utilizarlas para liderar la protesta, más que razonable, de los quintos que se aprestan a vivir experiencias similares a las que he contado al principio de este artículo. Por si fuera poco, las medidas disciplinarlas, de que ha sido objeto han levantado una ola de furibundos entusiastas de la libertad de expresión de este coronel, al que por casualidad le oí una mañana en la radio que él había estado en Argentina y, había estudiado allí la lucha antiguerrillera en el aspecto urbano. Añadía que aunque aquello no fuera extrapolable a España, pues él respetaba la Constitución y todo lo demás, si le hubieran dado misiones antiterroristas hubiera planteado una batalla "más ofensiva" contra el terrorismo. Como antes hubiera dicho que los militares argentinos tenían una preparación intelectual, profesional y humanística muy alta, y como estos intelectuales de las armas se habían llevado por delante a más de 30.000 ciudadanos procurando no dejar rastro de su torturas, asesinatos y expolios comenzó a interesarme la figura del susodicho coronel.

Reconozco mi indefinición en torno a la polémica sobre

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servicio militar obligatorio o no. Pienso que ésta es una discusión imposible si no se plantea antes la verdadera cuestión de fondo: la utilidad y necesariedad de los ejércitos, sean o no profesionales, y el concepto mismo de defensa nacional. Pero las posiciones que Martínez Inglés defiende no se refieren sólo, ni primordialmente, a la cuestión de la mili. Suponen una teoría, argumentada e insistente, en favor de la llamada autonomía militar, salpicada de exculpaciones más o menos subliminales al 23-F, al que él considera un "pequeño susto" o una "anécdota" y yo considero un crimen.

En resumidas cuentas, lo que Martínez Inglés dice es que el Ejército español no vale para casi nada y que el de Tierra ha sido castigado, mimando a la Marina y la Aviación, por su participación en el tejerazo. Se queja de que no se compran carros de combate y de que la tropa está mal preparada y propone un Ejército de especialistas adiestrados que no dejen indefenso a nuestro país. Pero no aparece, claro está, salvo en el caso de Ceuta y Melilla, en qué consiste eso de defender a España y de quién tiene ésta que ser defendida, y ni siquiera se pregunta por un futuro negociado de esas dos plazas africanas.

La obra de Martínez Inglés, bien escrita e inteligente en algunos de sus comentarios, se inscribe en el universo de los que suponen que las cuestiones de la defensa son algo que corresponde a los expertos -y por tanto a los militares- y no a los ciudadanos. Además, trata de achacar los indudables vicios y carencias desde el punto de vista operativo del Ejército español al Gobierno democrático de este país. Éste sería culpable de la postración y frustración en que se encuentran los militares de Tierra, y la razón no resultaría otra que una especie de venganza por su participación -en realidad, mínima- en el golpe de hace unos años.

Las posiciones de Martínez Inglés, en definitiva, favorecen a quienes ven con buenos ojos las vacaciones navideñas del teniente coronel Tejero, a quienes se lamentan del escaso papel del Ejército en la vida española y a quienes protestan por las limitaciones a la acción política de los militares.' Su arresto ha levantado una oleada de protestas entre los que defienden la libertad de expresión del soldado, pero para cualquier sorchi que se haya pasado jornadas enteras en el calabozo por levantarle la voz a un brigada o por llegar tarde a lista, no creo que esto sea una novedad en el seno del Ejército. La suposición de que los militares no deben tener limitados los derechos constitucionales de que gozan el resto de los ciudadanos me parece absurda. Dichas limitaciones son la consecuencia de un privilegio: también son los depositarios del uso de la fuerza por parte del Estado. Encarcelar a un hombre por emitir una opinión es, desde luego, aberrante. Pero el arresto de Martínez Inglés no se produce como un hecho aislado, sino en el seno de una organización en la que estas prácticas son comunes y están sancionadas por ley.

No es la libertad de expresión lo que se castiga con el arresto de Martínez Inglés, sino que se protege la no interferencia de los militares en el debate político. Una vez que no pueda impartir órdenes y que no tenga que recibirlas, sus opiniones, por peregrinas que sean, tendrán derecho a expresarse. Pero, mientras tanto, tan preocupado que está por los problemas de la defensa, debe admitir que el lugar de un militar, en una democracia, es el cuartel, y no las tribunas de opinión.

En plena Guerra Mundial preguntaron a Churchill cuál era la situación. "Muy sencillo", comentó. "Toda Europa está invadida por el Ejército alemán, salvo España, que se encuentra invadida por su propio Ejército". Once años de democracia han relegado la sentencia al rincón de las frases famosas. Pero sería una estupidez ignorar la añoranza que algunos sienten de ella.

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