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Chinerías

Cuando holandeses e ingleses consiguieron sacudirse de encima la monarquía feudal, mucho antes que cualquier otro Estado europeo, se dedicaron a exportar ideología de cambio mediante gacetas redactadas principalmente en francés. Eran como botellas de náufrago que cumplieron espléndidamente su objetivo de azuzar los espíritus y propiciar el caldo de cultivo de la Revolución Francesa. Incluso la revolución que les nació en París fue mucho más allá inicialmente que la inglesa o la holandesa, gracias a aquel ángel exterminador llamado Robespierre, tan mal pagado por el nulo reconocimiento posterior de sus paisanos.Por lo visto, el viejo truco de enviar botellas de náufrago llenas de subversiones aún tiene sentido, y una serie de publicaciones europeas, entre ellas Ajoblanco, se han puesto de acuerdo para elaborar una chinería, lanzarla por encima del telón de bambú y así hacer compañía ideológica a todos los chinos que preparan la reconstrucción de la razón. Ignoro si el artefacto va a ser útil para los chinos, pero de momento lo es para una parte de la conciencia crítica europea, empeñada en no dejar a los chinos en manos de su burocracia y de los mercaderes de Occidente, dispuestos a pasar de puntillas sobre los cadáveres con la cartera de pedidos bien cogida entre el brazo y el cuerpo.

Observe el astuto lector cómo tras haber azuzado con una mano a los insumisos chinos y con otra a los departamentos de Comercio e Industria del- Estado chino, los mercaderes de Occidente han preferido no agitar otro Libro Rojo que el debe y el haber. Oportuna enseñanza para chinos y no chinos, porque, como dijo Confucio: "Ande yo caliente y muérase la gente". Frase que conviene complementar con un pensamiento rojísimo de Mao: "La carne del tigre de papel sabe a albarán, se trate de un tigre blanco o de un tigre negro". Agudeza de paladar a distancia, porque, que se sepa, Mao nunca fue más allá del cerdo agridulce.

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