El vampiro generoso
Parecía papaíto piernas largas en su noche loca. Daba gloria ver a David Byrne, patoso y descoyuntado, bailar ritmos latinos con la gracia de un neoyorquino en Copacabana, al frente de una magnífica orquesta de 15 músicos que hubiera hecho las delicias de Dámaso Pérez Prado, el rey del mambo.David Byrne, alma de una de las tendencias más intelectuales del pop norteamericano de los ochenta, ha abrazado la salsa y la música brasileña con ilusión de principiante. Y lo ha hecho a fondo, fundiendo dos energías que, hasta ahora, se habían mostrado irreconciliables. El líder de Talking Heads -un grupo fundamental en la música popular de esta década por la originalidad de sus planteamientos musicales, la frescura en la elaboración y la congruente trayectoria desarrollada-, ha conseguido algo que parecía imposible: trasladar la estética del pop a la salsa, utilizando elementos absolutamente latinos sin desvirtuarlos.
David Byrne
David Byrne (voz y guitarra), Margareth Menezes (voz y coros), Paquito Pastor (piano), Steve Sandberg (teclados y coros), Ray Martínez (bajo), Marc: Quiñones (timbales, percusión y coros), José Mangual (bongos, percusión y coros), Café (percusión), Milton Cardona (congas y coros), Charlie Negrita (percusión), Angel Fernández (trompeta), Ite Jerez (trompeta), Louis Kahn (trombón y violín), Joe de Jesús (trombón), Steven Sacks (saxo y flauta), Vincent Vélez (saxo y flauta). Pabellón de Deportes del Real Madrid. Madrid, 2 de diciembre.
El concierto de Byrne en Madrid sorprendió en muchos aspectos. Su puesta en escena, con músicos y luces en disposición de cabaret, fue original por sus aportaciones a lo clásico realizadas con sencillez. El repertorio, basado en las canciones de su último disco, Rei Momo, recogió ritmos calientes (cha-cha-cha, mambo, samba, guajira, bolero y merengue) que son el último capricho del músico norteamericano. La interpretación, excelente en todo momento, mezcló una base de percusión e intrumentos de viento con el fraseo típico de Byrne, uno de los pocos músicos pop que por su manera de cantar puede adaptarse a ritmos salseros.
Naturalidad
Todos los elementos se ensamblaron con naturalidad, sin que la fusión pareciera forzada. Como un perfecto rompecabezas sonoro, unos coros que parecían pensados para Celia Cruz encajaban con la dicción aglosajona de Byrne. Los complejos arreglos de la orquesta, algo más rígidos y de mayor riqueza armónica que en la salsa, dieron ese matiz sofisticado que siempre ha caracterizado la música del norteamericano.Todo se enmarcó en un ambiente de nostalgia, que la presencia de Byrne convirtió en actual, apoyado por una magnífica orquesta en la que es necesario destacar la elegancia de la cantante Margareth Menezes, muy bien integrada en el espectáculo, y el poderío de Mare Quiñones, percusionista habitual de Rubén Blades.
David Byrne, siempre inquieto, personal y arriesgado en su dilatada carrera musical, ha conseguido un excelente trasvase de estilos sin perjudicar ni menospreciar a ninguno. Su mayor logro consiste en utilizar esencias diferentes, manteniéndolas intactas, dejándolas vivas. Y es que Byrne siempre ha sido un vampiro generoso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.