Orgullo hindú
La tensión con la importante minoría musulmana, tema candente de los comicios que hoy finalizan
¡Dilo con orgullo: soy un hindú!". La pintada, que se repite machaconamente en las fachadas de la ciudad de Mathura, a ciento y pocos kilómetros al sur de Delhi, es la misma que puede verse en algunos suburbios miserables de Bombay o, en el Noroeste, en pueblos y ciudades de Uttar Pradesh. Es la expresión de un movimiento creciente hacia la afirmación de una difusa identidad nacional que va más allá de las creencias religiosas. El hinduismo militante de algunas pocas pero eficaces organizaciones y su enfrentamiento con la minoría más importante del enorme país asiático, los musulmanes, no sólo ha desatado una violencia que se ha cobrado centenares de vidas este año, sino que amenaza con convertirse en el máximo factor de desestabilización política en la India.
Mathura fue escenario esta primavera de violentos disturbios entre hindúes y musulmanes. La tensión entre las dos comunidades religiosas más nutridas del país ha llegado a ser, a través de su explotación electoralista, uno de los temas más candentes de los comicios que hoy finalizan. La decisiva importancia numérica de los musulmanes, más de 90 millones, puede no sólo determinar el resultado de la votación, sino derivar hacia uno de los asuntos más espinosos con que haya de lidiar el nuevo Gobierno.En estos tiempos de agitación fundamentalista, una de las razones de más peso que se esgrimían para explicar el apoyo de los musulmanes indios a Rajiv Gandhi es que el avispado primer ministro se apresuro a prohibir el libro de Salman Rushdie Los versos satánicos.
Después de más de 40 años de independencia, la línea divisoria entre hindúes, más de 600 millones, y musulmanes no ha dejado de ampliarse. Lo que asusta hoy a muchos indios tolerantes, que se creyeron el modelo laico con que su país salió del dominio británico en 1947, es que la militancia hindú ha dejado de ser un fenómeno marginal y se ha transformado en amenaza estridente.
El crecimiento de organizaciones, juveniles en su mayoría, paramilitarmente uniformadas y eficaces manipuladoras de símbolos y pasiones religiosas, está convirtiéndose en algo más que color local en el panorama político indio. Y lo que asusta a algunos indios atemoriza a casi todos los musulmanes.
La carta religiosa
El Partido del Congreso, nacido hace un siglo, gobernante desde siempre en la India y fundacionalmente comprometido con el laicismo, mantiene ahora una actitud más que ambigua hacia este revivalismo hindú. El primer ministro Rajiv Gandhi, de hecho, ha jugado reciente y peligrosamente la carta religiosa a propósito de una disputa sobre un lugar sagrado -Ayodhya- que ha servido para inflamar las pasiones contenidas de unos y otros creyentes.El oportunismo del jefe del Gobierno, consintiendo la celebración en vísperas electorales de una ceremonia masiva hindú en un lugar venerado también por los musulmanes, podría en última instancia costarle el poder si la iracunda reacción islámica que se produjo el 9 de noviembre se reflejara en las urnas que hoy comenzarán a abrirse. Sobre todo, porque, debido a su laicismo programático, en un país donde los hindúes representan el 80% de la población, el Partido del Congreso ha contado tradicionalmente con la lealtad del voto musulmán.
Ayodhya es una de las siete ciudades sagradas hindúes, en el Estado norteño de Uttar Pradesh, el más poblado de la India, y lugar de peregrinación desde hace centenares de años. Allí se dice que nació el dios Rama, una de las deidades claves en el panteón indio, y allí también un emperador mogol edificó hace 450 años la mezquita Babri Masjid, de la que quedan las ruinas.
La tenacidad hindú por construir un templo en Ayodhya data de su alumbramiento como nación independiente.
En medio de un formidable despliegue de seguridad y entre tremendas escenas emocionales -miles de ladrillos habían sido llevados simbólicamente desde todas las partes de la India a la ciudad de Uttar Pradesh-, los líderes del grupo extremista Vishwa Hindu Parishad (VHP), que podría traducirse como Asamblea Mundial Hindú, arengaron a los congregados a la lucha para implantar el hindu rashtra, o nación hindú. Los dirigentes de VHP alegan que la nación hindú existió antes de las invasiones musulmanas del subcontinente.
Los musulmanes se barricaron primero en sus casas. Después decidieron salir a la calle para contramanifestarse por su fe. Las fuerzas armadas se las vieron y desearon para evitar un baño de sangre similar a los ocurridos en anteriores peregrinaciones a Ayodhya, que sembraron el caos y provocaron el toque de queda en los barrios musulmanes de las ciudades de Madhya Pradesh, Rajastán y en general en el centro-norte y noroeste de la India.
La voz cantante en Ayodhya la llevaba el VHP, un grupo fundamentalista con puntos de vista tan contundentes como el sugerido en una de sus publicaciones a propósito de la madre Teresa de Calcuta, a la que se califica de "agente para la conversión de los hindúes". Su líder -entre desfiles masivos de turbantes azafranados y coros de cantos védicos- afirmó que la ceremonia "marcaba el comienzo de una invencible determinación nacional para poner fin a 400 años de estigma de dominación extranjera".
El VHP no es el único grupo extremista de estas características. Como él hay otros -Rashtiya Swayamsevak Sangh (RSS) o el Shiv Shena (SS), Ejército de Siva, este último todopoderoso en el Ayuntamiento de Bombay, más de nueve millones de habitantes, de ellos 1,5 millones de musulmanes- y de una u otra forma todos están bajo el paraguas político, vale decir controlados, por el Partido Baratiya Janata (JBP), un aliado decisivo del centrista V. P. Singh, jefe de la oposición y directo rival de Gandhi en estas elecciones.
Laberinto político
En el laberinto político indio, tejido con factores religiosos, de casta y tribu y de mera servidumbre personal, esta creciente presencia extremista -que se extiende como aceite entre una juventud sin trabajo, muchas veces analfabeta y sin demasiadas expectativas vitales- es un factor delicado de manejar. Tanto para Rajiv Gandhi, cuyos cinco años de mandato han conocido un aumento vertical de los conflictos religiosos, como para un eventual Gobierno de la oposición, donde se dan cita los centristas de V. P Singh, la oscura derecha del JBP y los comunistas.Para complicar más el panorama, hindúes y musulmanes no sólo chocan en el estricto terreno de las creencias. Las heridas abiertas por la partición del subcontinente colonial en 1947 -un período de convulsión en el que más de 12 millones de personas resultaron desplazadas y centenares de miles murieron- han dejado en el mapa indio unas cicatrices religiosas y étnicas muy acusadas.
En Srinagar, la capital de verano del Estado norteño, fundamentalistas islámicos celebran ya públicamente, y para estupefacción de los creyentes hindúes, el aniversario del Estado paquistaní, el Estado de los puros.
La región, mayoritariamente musulmana, ha provocado dos guerras indo-paquistaníes y los separatistas islámicos abogan por su anexión a este último país.
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