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La televisión entra por primera vez en la Cámara de los Comunes británica

La Cámara de los Comunes británica, que se autoconsidera como la madre de todos los Parlamentos, tiene altísima concepción de sí misma y siglos ha costado hacer que sus arcanos modos lleguen al ciudadano. La televisión entró ayer por primera vez en la Cámara baja británica para retransmitir "el mejor espectáculo de la ciudad", en palabras de su speaker (presidente), Bernard Weatherill, cuya figura, por imperativos de las estrictas normas de retransmisión, va a estar continuamente en pantalla.

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La Prensa accedió al Parlamento a finales del pasado siglo; la radio, hace 11 años y los fotógrafos siguen esperando su hora. El secretismo es una de las enfermedades más agudas del establishment político británico que, en su vertiente parlamentaria, ha necesitado 23 años de discusiones para ofrecer 10 meses de prueba a la televisión en los Comunes.Tras las elecciones generales de 1987, volvió a plantearse la conveniencia de que la televisión entrara en los Comunes, en un intento de aproximar al ciudadano al corazón del debate político. Hace casi dos años, la moción pasó adelante a pesar de la resistencia de los bien llamados conservadores, que votaron 2 a 1 en favor de que se mantuviera el antiguo estado de cosas: la vulgarización parlamentaria que la injerencia de la televisión conlleva no puede ir sino en detrimento de ese pilar del Estado que es el Legislativo, venían a decir.

La llegada al momento histórico alcanzado ayer se ha logrado con un año de retraso sobre el calendario incialmente previsto y ha estado precedida de tres semanas de pruebas en circuito cerrado en las que los parlamentarios han podido ver y analizar con esmero sus actuaciones, sin que hayan faltado las clases particulares de cómo comportarse ante las cámaras a 200 libras (unas 36.000 pesetas al cambio) la sesión de media jornada.

No es que la cobertura televisiva vaya a ser un prodigio de versatilidad. Todo lo contrario. Las normas son tan estrictas que sólo pueden considerarse como una extravagancia británica más. Ocho pequeñas cámaras automáticas discreta y estrategicamente colocadas en la sala podrán enfocar sólo "la cabeza y hombros" del parlamentario hablante.

Nada de detalles sobre otros padres de la patria en actitudes curiosas, nada de enfoques al público, nada de paseos por escaños vacíos.

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En caso de vocinglera algarada parlamentaria o incidente de cualquier otro tipo, las cámaras enfocarán directamente a Weatherill quien, en vista de estas normas, va a alcanzar cotas de popularidad impensables mientras grita, cubierto con peluca y terno dieciochescos: "¡Orden, orden!" . Nada de extrañar, pues, que el speaker sea uno de los más entusiasmados con la innovación.

Los parlamentarios, que tan alto concepto tienen de su función, tienen muy baja opinión de sí mismos a juzgar por su reiteradamente expresado temor a que la presencia de las Cámaras sea un catalizador de sus instintos de atraer la atención pública mediante actuaciones próximas al espectáculo circense o de cabaré que, de llevarse a la práctica, deberán ser descritas por el verbo de los cronistas parlamentarios.

La BBC va a realizar una intensa cobertura parlamentaria en directo, pero la ITV, el canal comercial, se ha negado a ello para protestar por las restricciones de cobertura impuestas. Un incidente como la intentona de Tejero en las Cortes ha sido puesto estos días como ejemplo de algo que los británicos no podrían ver.

Los parlamentarios, encabezados por la primera ministra, se han puesto sus mejores galas para aparecer en televisión. Thatcher ha ordenado que los textos que haya de leer sean escritos con caracteres grandes para evitarle el uso de gafas: que ayer utilizó a ratos. Los caballeros tienen más dificil le resolución.de su problema de coquetería: la disposición en picado de las cámaras va a hacer brillar demasiado sus calvas.

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