Para un nuevo humanismo
No han tenido desperdicio los discursos pronunciados por Ricardo Gullón y Stephen Hawking, en la entrega de los premios Príncipe de Asturias de este año, Ambos mensajes, aparentemente encontrados, respondían a un único, aunque bifocal, haz de luz. De un lado, a una toma de conciencia ante los graves problemas que afectan al mando en nuestros días. Del otro, a la solución en profundidad y humanista -ya sea este humanismo literario o científico- para esos problemas.De entrada, no es poco ser conscientes, simplemente conscientes -en medio de tanto pasotismo intelectual- de unos temas que son esenciales. El hombre se ve asaltado en nuestros días por una infinidad de agresiones que no se puede decir que contribuyan eficazmente a su subsistencia. Riesgos nucleares, contaminaciones y desinformaciones de todo tipo, la convivencia en unas urbes cada vez más complejas, la fiebre desarrollista y consumista, no cooperan precisamemte a que la existencia en el planeta mantenga su dimensión humana.
Cola valentía, en un tiempo de modas tecnológicas, Gullón se inclinó por medidas aparentemente muy sencillas para salvar esa dimensión profunda del ser: progreso moral, renovación fiel a la sustancia de los pueblos, enseñanza de calidad, regreso a las humanidades, amor a la lectura. ¿Quién podría pensar, en una época de ordenadores y de misilles, de urgencias y de productos en la solución de la lectura -de aquella natural, la de siempre- para que el hombre recupere su identidad?
El afán de lo novedoso (que no de lo nuevo, es decir, de cuanto es fruto de una maduración) ha invadido el mundo de ,a creación artística, en las últimas décadas. De ahí que Gullón haya hecho, bien en recordar la agonía de determinadas vanguardias, aquel arte por el arte en cuyo nombre tantos gestos de vacuidad y de inmadurez se han producido. El ser humano ha dado grandes saitos hacia adelante, pero tiende a decrecer ese reccuentro consigo mismo en las líneas de un texto literario, en la palabra entre los labios, en el amor al libro.
Hawking hizo en su discurso un enorme esfuerzo de síntesis Quiso exponer en pocas palabras no sólo los males que aquejan a nuestro tiempo -es significativo que ambos intelectuales hayan coincidido en señalar el deterioro ambiental-, sino la radical solu cíón para los mismos. Como científico, Hamking cree lógicamente en una solución que pase por la no renuncia a la ciencia. Es imposible, en su opinión, una vuelta atrás, el regreso a una mí tica edad de oro, incluso -esto creo yo- a esa solución interme dia que podía suponer el reforza miento de una sociedad agraria y el desmontaje de la compleja maquinaria de los núcleos macrourbanos y el industrialismo innecesario.
Como Gullón, Hawking escogió a la hora de las soluciones la vía de la sencillez, con una matización muy sutil: es probable que hoy sean los científicos y no los filósofos los que están profundizando en la realidad reparando en que vivimos en un mundo radicalmente amenazado y no en un mundo de hueca palabrería. HawkÍng, como el estudioso de la literatura, valoró la importancia de la enseñanza primaria, los pequeños hábitos que deben ser inculcados en nuestras escuelas (enseñar, por ejemplo, a ver, no a aprobar) Ciencia y tecnología deben se guir, pues, un camino provechoso, pero no siendo una ciencia por la ciencia y una tecnología ilimitada, devoradora, a las órdenes de la competitívidad y del consumo.
Arte y ciencia, palabras y números, deben reencontrarse en el punto común de lo natural, de las prácticas simples y racionales: lectura, educación humanista, diálogo entre las potencias, freno a todo exceso. Escuchando todos estos razonamientos no sólo recordé los alarmantes vaticinios de los protagonsitas de La aldea perdida, de Palacio Valdés, sino los severos principios de ciertas sociedades de la antigüedad que no admitían ningún progreso que fuera contra las leyes, de la naturaleza y el sentido humanista de la existencia. Progreso sí, pero en armonía con el todo.
Como comencé diciendo, no es poco que esas dos personalidades tan brillantes en sus respectivos campos -la literatura, la física- hayan sido conscientes, en voz alta y en una ocasión excepcional, de los graves problemas que amenazan a la idea de progreso en armonía y, por vez primera, a la subsistencia del planeta, a un modelo de sociedad en sus límites. ("El hombre está destruyendo el único mundo habitable hoy conocido", afirmó Hawking en estos días en que tanto se fabula con la idea de otros mundos.)
Quizá, junto a esa símplicidad y a esa naturalidad del regreso a una educación racional y humana -nada ambiciosa-, haya que valorar también los símbolos a que aludió Gullón: iluminación, acto primordial, fueros de la sensibilidad. Regreso al valor de las palabras y de los números, que ho sólo entreabren los misterios, sino que también nos dan la templada medida del hombre. Palabras de los escritores, signos de los científicos para revelar, sin más, cuanto de mejor hay en los seres pereceeleros: su humanismo creador y concorde.
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